Incluso tratándose de Nicolás Maduro, quien no se caracteriza por su sobriedad ni por la consistencia de su personalidad o carácter, aparecer bailando en televisión era un despropósito inexplicable. ¿Qué podía ganar el impopular gobernante con un espacio mediático en el que tendría que desplegar unos conocimientos de los que carece? ¡Y qué podía redituar al aparecer bailando con Cilia Flores ante las cámaras de televisión! ¿Quién tuvo la patética ocurrencia?

Ha debido ocurrir algo así:

ASESOR 1: Caballero, qué podemos hacer con este bacalao.

ASESOR 2: ¿Y si lo ponemos a repartir comida por las calles?

ASESOR 3: ¿Comida? ¿Y de dónde la sacamos?

ASESOR 4: ¿Y si le montamos una gira por las escuelas?

ASESOR 5: ¿Maduro en las escuelas? Pero si no se tiene prueba de que sepa leer.

ASESOR 6: ¿Y si le creamos un programa de radio y televisión?

ASESOR 7: ¿A Maduro? Programa de radio a Maduro…

ASESOR 8: Bueno, por qué no. De algo puede hablar… ¿No sigue el beisbol? ¿No tiene una abuela?

ASESOR 9: Bueno, sí, pero colombiana.

ASESOR 10 (con acento madrileño): De algo tiene que saber. ¿De petróleo? ¿De educación? ¿De infraestructura? ¿De salud? ¿De historia de Venezuela? ¿De seguridad ciudadana?¿De derecho constitucional? ¿De cultura venezolana? ¿De escritores venezolanos?

LOS OTROS: No. Nada. En absoluto. Cero. Menos. Ni una palabra. No sabe que existen…

ASESOR 1: Algo tiene que hacer bien.

ASESOR 2: Échale una llamadita a Cilia, chico. Ella puede saber.

Tras mucho pensar, a la primera  dama se le ocurre algo: ¡Nicolás baila!

ASESOR 9: ¡Genial! Los pobres dirán: Maduro se ve mampleto, pero es como yo. No por estar cada vez más gordo mientras nosotros perdemos peso, Maduro se ha alejado de lo popular. Si Maduro baila “Llorarás”, es porque no se ha olvidado del pueblo.

Al día siguiente, ya el programa estaba al aire. Naturalmente, sin preparación, sin el más mínimo respeto por la audiencia, cualquiera de cuyos miembros sabe más de salsa que el locutor en jefe. Pero lo peor, lo más bochornoso, fue la transmisión del baile de Maduro con Cilia Flores.

Por qué es tan ridículo ese baile. ¿Es por el hecho de que mientras la pareja presidencial baila, el país se hunde en la crisis más dolorosa de su historia? ¿Es porque en ese mismo momento hay venezolanos hurgando en la basura para triscar algo que comer y muriendo por falta de alimentos y medicinas?

¿Es porque al mismo tiempo los sobrinos de la primera dama, conocidos como “los narcosobrinos”, por haber sido capturados in fraganti en Haití, con un cargamento de droga destinado a ingresar en los Estados Unidos, van a camino al tribunal?

¿Es porque cada día tenemos más información con respecto a las ominosas condiciones de los presos políticos? ¿O porque los jóvenes de Venezuela están huyendo en estampida?

Si hubiera justicia, democracia, estabilidad, prosperidad y esperanza en Venezuela, ¿Nicolás Maduro se vería menos ridículo en esa transmisión y Cilia Flores no tendría ese aspecto de bruja de cuento en una secuela de Schrek?

Cada vez que en un documental aparece Pérez Jiménez bailando, el público rompe en carcajadas. Lo mismo ocurre con Rafael Leonidas Trujillo, quien por tres décadas hizo del merengue una forma de opresión. Sería bueno analizar por qué, puesto que Pérez Jiménez no tenía una figura muy gallarda, pero mantenía el decoro al bailar. Este es un código que en el Caribe dominamos: el hombre conserva la estampa varonil al moverse al ritmo de la música. Si la pareja se acoge al dictamen del son y no se desgonza en figuras fuera de tono, su desempeño tiene cabal seriedad. Sin embargo, el dictador siempre resulta hilarante al bailar.

Pero Maduro ha instaurado otro tipo de ridículo: el que no da risa. El que solo avergüenza e indigna. Si los asesores pretendían crear una identificación entre la figura del dictador y las masas populares, el resultado ha sido desastroso. Lejos de exaltar su figura o siquiera humanizarla o acercarla a la gente (que ya lo ha caceroleado en su cara y le ha gritado su rechazo, como ocurrió en Villa Rosa, Margarita), han logrado el efecto contrario. El perpetrador de las OLP no convence a sus víctimas de que tortura y mata a mansalva, pero tiene swing (cosa que, además, no es cierta).

Con el malhadado programa, Maduro fracasó otra vez, ahora echando unas tijeretas que lo desnudan en su precariedad de todo orden. Y no digamos la imagen que se ha hecho en el extranjero, donde solo ven al jefe de un estado fallido con los cachetes temblando.

Ya hay consenso: el único baile que le queda a Maduro es una conga que lo saque a buen paso de la escena. Cuanto antes.




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