Dayrí Blanco|@DayriBlanco07

Mabel Castellanos duerme una vez a la semana fuera de casa. Cada jueves en la tarde al salir del trabajo prepara su bolso con unas cuantas galletas, pan y agua y va al terminal. Su novio a veces la acompaña en el autobús que la lleva de Puerto Cabello a un terreno en San Diego, donde duerme sobre una sábana hasta las 4:00 a.m. cuando llega la hora de comenzar hacer la cola recostada a las rejas de un supermercado que abre tres horas y media más tarde. Todo por unos cuantos kilos de comida o, incluso, nada.

Esa es la única manera que ha conseguido de abastecerse de alimentos. Se dio cuenta que debía acampar en el lugar para garantizar un cupo entre los que logran comprar algo. Tres veces simplemente llegó a las 8:00 a.m. y no pudo hacer nada. Así que siguió los consejos de quienes salían con bolsas en la mano del establecimiento. «Hay que dormir aquí, sino o no comes o le compras a los bachaqueros», le dijeron.

Desde las 5:00 p.m. comienzan a verse pequeños grupos en plena avenida Don Julio Centeno de San Diego. Aunque no lo parezca cada uno de los que está ahí sabe quien llegó antes y quien después. Entrada la noche el panorama es otro: sábanas, colchonetas y hasta carpas instalan en un terreno ubicado frente a un supermercado pese a los intentos de los cuerpos policiales de impedir esas estadías con la colocación de cercas perimetrales en la zona.

Sin suerte

Luisiana Arellano va siempre con su prima. Nunca han dormido ahí y por lo general regresa a casa con las manos vacías. El viernes llegaron antes de las 6:30 a.m. No tuvieron suerte. Vieron cómo quienes pernoctaron salían con dos kilos de harina de maíz, detergente en polvo, lavaplatos, crema dental y papel higiénico.

«A veces podemos comprar algo». Pero desde hace dos meses la historia es la misma para ellas. «Cada vez llega menos y todo se acaba cuando aún estamos como a tres cuadras de cola».

Ellas cruzan la ciudad desde la zona sur de Valencia. Viven en La Democracia. Allá solo hay un supermercado grande donde es imposible comprar. «Eso está dominado por mafias de revendedores y nadie se puede meter ahí».

Al otro lado, en Mañongo, Naguanagua, las comunidades cercanas se impusieron. Solo con horarios bien establecidos pueden comprar quienes viven en zonas foráneas. Pero eso no garantiza la extinción de las colas. El viernes,  esperaron bajo el sol y desde temprano todos juntos: habitantes de ese sector, El Trigal, Prebo, La Campiña, el sur de Valencia, e incluso de Los Guayos y Guacara para llegar a casa con dos kilos de harina de maíz y tres de arroz.

En la avenida Bolívar norte de Valencia también amanecen cientos de personas en cola. Nunca saben con certeza qué hay en inventario. Incluso, en ocasiones no hay nada, como este viernes. La mayoría de quienes llegaron al lugar y esperaron desde la madrugada, con el requisito estricto de tener impreso el  0 o el 9 como terminal del número de cédula, se fue sin comprar nada. Un efectivo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) a las 9:00 a.m. salió y les dijo que no había productos regulados. Un pequeño grupo persistente se quedó en los alrededores y vio cómo a las 11:30 a.m. llegó un camión. Hicieron cola y pagaron por dos kilos de harina de maíz y dos de arroz.




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