Fabio Solano | solanofabio@hotmail.com

“Éramos cuatro en el pequeño carro y a pesar de salir a las siete de Valencia, llegamos tarde a Montalbán. Una hora de retraso por la alcabala de La Lagunita, donde comenzaron a parar autobuses. Después supimos que pasamos a tiempo, pues luego montaron otras dos en La Encrucijada y en La Mona. Una señora nos contó horas más tarde, que en la primera les quitaron la cédula para pasarlas por el sistema, como si fueran delincuentes. En Montalbán conseguimos una cola de dos cuadras y media, unas 300 personas por delante. Ahí nos dividimos y dos nos fuimos a Miranda, pues allá había fila de la tercera edad. Media hora después surgió el desencanto. Sí había cola de mayores, pero al preguntar a los primeros nos dijeron que no avanzaban. Adentro aplicaban la operación morrocoy. Querían que se fueran a sus casas de puro cansancio. Decidimos regresar a Montalbán. Una hora perdida.

“A las once, otro conteo de personas y teníamos 250. No avanzaba mucho, con promedio de 50 o 60 por hora. El pesimismo comenzó a invadir a los grupos. Una abogada nos dijo que el martes había estado en Bejuma, y le cerraron la puerta en la nariz, a las 4 de la tarde. Otra señora informó que venía de Guigue porque allá era imposible. La gente comenzó a explorar el pueblo. La validación era frente a la Plaza Bolívar, bonita y bien cuidada. Se veían policías municipales. Decenas de carros parados en las cuadras aledañas daban cuenta de la “invasión” de valencianos que pretendían validar sus firmas para el revocatorio del Presidente Maduro. Caramba la iglesia estaba abierta, y allá fuimos. Como sucede a veces conseguimos algo diferente. Una virgen negra de pies a cabeza, de tamaño natural, copia de la virgen de Atocha, en Madrid. El sacerdote, un hombre de mediana edad, relató la historia de la imagen.

“Vuelta a la cola, luego de tomar café con pan. A las doce, cuando el CNE detuvo la operación, teníamos unos 200 adelante. El pesimismo fue espantado por un niño de nueve años, quien micrófono en mano dijo que como no podía firmar para el revocatorio, en solidaridad nos regalaba una hora de música. Jóvenes de Voluntad Popular informaron de baños para el uso del público, y luego la alcaldía llenó de agua potable tres grandes dispensadores para los sedientos colistas. Lo mejor sucedió cerca de la una, cuando un camión pequeño apareció en la calle de los validantes. Traía naranjas y mandarinas para regalar, cortesía de un finquero de la zona. La gente comía cualquier cosa, desde tequeñones, hasta pan mojado con Pepsi cola. Y llego la una.

“En teoría eran tres horas, pero los colistas fuimos informados de un corte. Quedaría un grupo seleccionado para entrar a la edificación y cerraban la puerta. Volvió el conteo, y el cálculo. Nada, que no llegamos. Faltando poco para las tres, un joven contó hasta 102. Estábamos al final. El estrés invadió la cuadra. Comenzó a correr la cola. Llegábamos a la puerta de la vieja casona, y justo cuando nuestro grupo de cuatro estaba por traspasar, el teniente dijo hasta aquí.

“Increíble. Nos dejaron fuera. El raso de guardia montó cara de pocos amigos. Se acercó un joven de la alcaldía: “No se muevan. Si los 102 que acaban de entrar validan rápido, tenemos chance de que entren unos diez”. Luego apareció el alcalde Salvatierra, saludó algunas personas, y recibió agradecimiento de la gente por el apoyo de la alcaldía. Una hora de espera, tratando de contar las personas que salían por encima del hombro del soldado de la puerta. A diez minutos para las cuatro, gran agite, y de pronto la señal. Entran cinco. Adentro estaba el teniente cronómetro en mano, cara seria, exigiendo orden en la pequeña fila. Tres máquinas, cédula en mano, y luego huella digital del pulgar e índice de ambas manos. Uno de los dedos no pasaba. Por último, la operadora de la máquina sugirió que pasase el dedo por la frente y luego lo colocara. Listo. Cuando salimos hubo aplausos. Éramos los últimos. Cientos quedaron sin entrar, pero seguro volverían al día siguiente”.




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