“El
socialismo inicia con retórica populista con un inútil viento de esperanza para
luego posarse definitivamente sobre una cartilla de racionamiento.”
 Jorge González Moore

Recientemente  Vladimir Villegas nos recreaba con un  documentado artículo – “El Muro de San
Antonio”- una aproximación analógica de la caída del Muro de Berlín, con el
desplome, el marasmo, el desmoronamiento de esa pared de tapia que resultó el
tan cacareado “Socialismo del Siglo XXI”.    
Es que el epílogo de esta absurda charada no podría resultar muy
diferente al escrito en todos los delirantes ensayos que han precedido a este
que ya va de salida. Ahora, pasado el fervor que encegueció a tantos
compatriotas, lo único que este carajeado país vive es  el desenfreno inculcado,
irresponsable, natural como proceso irreversible de la historia, que muestra
 la verdadera corrupción moral y material. Aquél «patria o
muerte», que adornó los frontispicios de cuarteles y guarniciones, hoy tan
sólo guarece en su interior el reparto de las migajas de un país que fue tomado
por asalto, y miserablemente saqueado. Un grosero materialismo invadió todo el
estamento revolucionario, que se fundó y justificó en aquellas proclamaciones
indiscriminadas; que propició la necesidad de la acción y las virtudes de la
violencia y luego, en nombre de esa afirmación, se empeñó en la apología de la
crueldad, de la violencia sin propósito; de una división de clases que
realmente, en eso si fueron exitosos, pues lograron la transformación de la
clase media en media clase. Ahora “el soberano” se transforma en ciudadano y
parece descubrir que la Revolución tenía, sobre todo, fines económicos.

Esta parodia
de  “Socialismo Siglo XXI” que pronto
acompañará a sus extintos modelos no acabó con las diferencias y los
privilegios, sino que los ha intensificado; no ha generó riqueza y bienestar
para todos, sino que los concentró en unos pocos; no logró respeto y dignidad
para cada uno de los ciudadanos, sino que ha centrado como sagrado un modelo
único, vetusto, y fracasado, mediante la burla, la iracundia y la intolerancia;
y aún insiste en lograr igualdad, pero sólo haciéndonos a todos iguales en la
miseria. Y no podría ser otro el desenlace porque en todas partes donde el
socialismo fue puesto en práctica se demostró que conduce hacia la pobreza y el
desorden económico.  Porque el socialismo se apoya primordialmente en el
Estado y en la sociedad y no en el individuo con su responsabilidad y dignidad
humana. Porque, en tanto que la Social Democracia, la Democracia Cristiana y el
Liberalismo aceptan el sistema económico de mercado y la necesidad de un estado
regulador y hasta partícipe del sector productivo, el “Socialismo Siglo XXI”
que dice distanciarse al del siglo XIX, nunca ha salido de él, puesto que sus
enseñanzas surgieron a partir de aquellas teorías filosóficas, históricas y
económicas y están encasilladas allí.

No se conformó con acabar con el aparato
productivo industrial, no les bastó desbaratar todo el sector agropecuario y
poner en evidente peligro la seguridad alimentaria de la Nación, sino que
desperdició este irresponsable gobierno buena proporción de sus recursos
humanos: sus profesionales y científicos, sus empresarios, sus obreros
calificados. El sector laboral colapsó hace tiempo pues se le hizo dependiente
de una estructura económica que no favoreció ni la eficiencia ni la
productividad, el trabajo con el Estado no logró convertirse en una fuente de
riquezas para la ciudadanía, ni en una condición para satisfacer la estructura
de necesidades de las familias venezolanas. 

Un “Socialismo Siglo XXI”  que se
empeñó en ahondar la división y en la hostilidad entre los venezolanos,
olvidando que la armonía y la convivencia son las categorías fundamentales
tanto de la existencia humana como de la política. Ha sido tal la incapacidad
de este régimen mediocre, aunado a la inmoral corrupción, que los índices de
desigualdad, el retroceso de la educación y la salud pública, la inseguridad,
la violencia y la pelea permanente que conlleva esta patética Revolución que ni
siquiera pudo mantener la seguridad alimentaria ni controlando e invadiendo
propiedades productivas, así como tampoco controlando los puertos, donde se
desembarca el 75% de cuanto se consume.

Esta Revolución
 fracasó, tal como todas cuantas le han precedido, porque generó una
vergonzosa involución hacia la dependencia, conduciendo a amplios sectores de
la población hacia una postura demandante y de acrítica postración,
pretendiendo instaurar la mediocridad y la complicidad, pues no sólo las dádivas
van a los más desfavorecidos, sino también a otros estratos sociales, una
especie de plusvalía de la sinvergüenzura.

La honestidad y
la transparencia en la administración pública y la decencia en los actos de
gobierno no fueron, desde sus inicios, la esencia de este proceso. Por
eso,  este socialismo siglo XXI no solo
fue ineficiente como organización económica, sino que ha sido fundamentalmente
inmoral porque su funcionamiento así lo condiciona.

Venezuela
quiere y merece ser un país pujante y competitivo y lo lograremos si
privilegiamos, fundamentalmente, la educación, y si revalorizamos la cultura
del trabajo.

Tendremos un
país sano, un país confiable, un país del siglo XXI, ese día en el cual
contemos con una institucionalidad que vaya más allá de la claridad y de la
permanencia de sus reglas, la probidad de su sistema jurídico y el respeto
irrestricto de los derechos individuales garantizados por la Constitución.

Ya la pared de
tapia cede en toda su estructura; ni aún utilizando a toda la Fuerza Armada
Nacional como albañiles de barro y paja, se podrá detener la caída de tan
deteriorada y perversa obra.




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