Heberlizeth González C./ @heberlizeth

Cindy se puso unas viejas sandalias que le regaló una vecina, porque lo perdió todo producto de los recientes aguaceros. Cargó a sus hijos menores y se fue a lidiar una travesía: ser atendidos en la emergencia pediátrica de la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera (CHET) porque los gemelos desde hace días tenían colitis y vómitos, debido a la pésima calidad del agua.

Eran las 2:00 pm. Hacía un par de horas que Cindy había llegado a la emergencia. Tenía 10 niños por delante y aún seguía la espera. Vidal se durmió. Reposaba en una armadura de concreto a mitad de sala. Samuel, su gemelo, hacía lo propio en los brazos de su mamá. Los dos estaban deshidratados por el cuadro descompensativo que desde hace días los afectaba. No había otra razón: el agua que sale en las tuberías donde viven alquilados en el barrio Bicentenario I, los está enfermando.

Vidal y Samuel tienen dos años. Su piel también refleja las consecuencias del agua hedionda con la que los deben bañar. En el primero de ellos, hasta se posaban moscas sobre sus piernas, mientras dormía «plácidamente» en su propia comodidad inverosímil.

En la sala de hospitalización de niños hay cuatro cuartos con ocho pacientes. La simultaneidad de las historias se traduce en: «tiene escabiosis«.

Ni el hospital -aparentemente- se escapa de la suciedad del agua. Hace un mes que Crisbelis Suárez ocupa la cama número 5 en el área de hospitalización infantil. Su mamá Ruth Ruiz la atiende día y noche. Duerme en el piso, con alguna cobertura, y se asea en los deplorables baños. Hace pocos días le comenzó a picar la piel y le salieron rosetas propias de la enfermedad contagiosa. Presume que la contrajo en la CHET.

Crisbely sufre de hidrocefalia y la recluyeron porque la iban a operar. Se complicó y la postergaron. Con apenas cinco meses tiene que enfrentar, por segunda vez, los embates de un agua no tratada ni adecuada para el consumo humano: sufrir de escabiosis. En diciembre también tuvo y la piel en su espalda deja constancia de eso.

La historia de Richard Mejías no es distinta. Casi toda su familia está contagiada. Los médicos recomendaron bañar al pequeño de 7 meses con agua potable. Un botellón supera los 300 bolívares pero deben comprarlo. Sus piernas están cubiertas de costras y le salieron tres accesos que drenaron solos, pero tiene un orificio grande que todavía no cierra.

Carolay Martínez ya estaba abastecida de medicinas para combatir la escabiosis. Hace tres meses su hija Andrea, de 15 meses, se infectó. Le repitió y la recluyeron en la CHET para extirparle un acceso en la pierna. Contó que la enfermedad tiene el mismo origen: pésima calidad del servicio hídrico. En su casa, en el barrio Antonio José de Sucre, el agua sale verde.

Trabajan con las uñas

Los familiares aseguran que en la CHET «nunca hay nada». Deben contar con suficiente dinero cada vez más. La emergencia de niños no es la excepción. Carecen de solución, yelcos, guantes, y algunos medicamentos, contó una fuente interna que prefirió reservar su identidad por temor a represalias.

En un turno, cuando debería haber al menos seis enfermeras, hay tres. Es decir, que cada profesional debe trabajar el doble y es remunerada, a duras penas, por una. Además, deben pedir a los familiares que lleven todos los insumos. Trabajan con las uñas. «Siempre dicen que el pedido no llegó pero desconocemos la razón», dijo una fuente.

Al gobierno regional pareciera no importarle el tema de la salud. Ni porque las víctimas sean niños. Desde hace un año, aproximadamente, está parada la remodelación de la emergencia y la unidad de rehabilitación. Nadie sabe qué pasó con eso.




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