AFP

Rodolfo Oviedo rió irónicamente este viernes cuando se le preguntó si
creía merecido el Nobel de Paz otorgado al presidente Juan Manuel
Santos: el galardón fue recibido sin mucho júbilo en una Colombia polarizada tras el rechazo a lo pactado con la guerrilla FARC.

«Santos no se lo merece porque empezó mal (…), la paz se hace desde
el campo, con los desplazados», dice a AFP este robusto campesino de 40
años, que debió mudarse a Bogotá por la violencia de las FARC, con las
que el gobierno selló el acuerdo que no fue aprobado en un plebiscito el
domingo.

En 2004, Oviedo fue obligado por miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC, marxistas) a abandonar su tierra en Planadas, el mismo municipio del centro de Colombia donde en 1964 esta guerrilla se levantó en armas contra el Estado tras una sublevación campesina.

«Me desplazaron porque no quise ser cómplice de ellos», agrega con
indignación y tartamudeo Oviedo, que camina con muletas por una
discapacidad en su pierna derecha.

Desde hace un mes y cinco días, vive y duerme en la céntrica Plaza de
Bolívar, a pasos de la presidencial Casa de Nariño, con la esperanza de
que las autoridades escuchen sus reclamos como uno de los 6,9 millones
que fueron forzados a abandonar su tierra por la conflagración interna
de más de medio siglo.

Cubre sus pocas pertenencias de los curiosos y de la lluvia con un
grueso plástico transparente. Afirma que soporta frío, sed, hambre y
necesidades, pero lo que más le duele es ser «ignorado». 

«Le mando a decir al presidente Santos que el Señor me le bendiga y
me le guarde, porque él es un ser humano y él tiene hijos y que Dios no
quiera le vaya a pasar lo mismo que a nosotros, que fuimos despojados de
nuestros bienes», afirma entre lágrimas.

Sólo 29% de popularidad

Como Oviedo, muchos
colombianos sentían este viernes que Santos, que negoció durante casi
cuatro años en Cuba un acuerdo con las FARC, no es digno del Nobel de la
Paz
, por primera vez adjudicado a un colombiano.

«Deberían haberle dado el premio a muchas personas que contribuyeron
con un grano de arena para la paz», apunta Joanna Aldana, una
trabajadora independiente de 35 años.

Otros, celebran el Nobel, pero destacan más las falencias que los
logros de Santos, un político de 65 años cuya aprobación entre los
colombianos es del 29% según la encuesta Gallup de agosto.

«Con respecto a su gobierno, tiene muchas fallas. Hacen falta muchas cosas en Colombia, pero el Nobel de Paz me parece genial, se lo merece», dijo la asistente de administración Liliana Lenes.

«El presidente Santos se merece haber ganado el Nobel y también todos
los colombianos por la lucha que hemos dado para poder alcanzar la paz.
Lo mejor que nos ha podido suceder a los colombianos es este premio»,
dice por su parte Álvaro Castañeda, un fotógrafo de 62 años que retrata
turistas en la icónica Plaza de Bolívar.

Las reacciones evidencian la polarización en Colombia, luego de que el «No» al acuerdo ganara el plebiscito por apenas 53.800 votos, sembrando dudas sobre el fin del conflicto. 

«Una pantalla»

La labor de Santos por la
paz, destacada al unísono por la comunidad internacional, suele sin
embargo ser poco reconocida en casa, cumpliendo el viejo adagio de que
nadie es profeta en su tierra. 

«Es una pantalla para él. Me parece que es más protagonismo de él,
que está buscando más refrendación para él mismo, en pro de él, pero no
en pro del país», indicó Elizabeth Pérez, una cajera de restaurante de
32 años.

A pocos metros de Oviedo, el desplazado, Nicolás Giraldo cree sin
embargo que el Nobel es un «apoyo» internacional que puede abrirle «buen
camino» a la paz.

«Mucha gente está con la incertidumbre de que este proceso solo lo
debíamos asumir los colombianos, pero no, (el premio) es un respaldo
internacional de que no estamos solos», subraya este administrador de
empresas de 29 años. 

Todos coinciden, sin embargo, en su deseo de vivir en una Colombia sin violencia. 

«De verdad, yo quiero la paz, pero presidente Santos, haga la paz
desde abajo, haga la paz comenzando desde nosotros», dice Oviedo,
mientras recibe una pequeña taza de café con que una vendedora de
bebidas busca consolarlo.




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