Foto: DanielAlemán

El teléfono despertó a Maryubí Pinto. Dos notificaciones llegaron casi simultáneamente. Vio la hora, eran las 3:30 a.m. El buzón de entrada tenía primero en la lista de mensajes uno de su hermana que estaba “marcando la cola” en el supermercado chino de la urbanización. “Van a sacar harina y arroz”, leyó. El segundo era el texto que espera con ansias cada mes: el depósito de su bono de alimentación. No pudo dormir más. Se preparó para la jornada que le tocaría enfrentar: dos colas. En una perdería 15% de su ingreso a cambio de efectivo, y en otra 85% restante para comprar lo poco que consiguiera en los anaqueles.

No le preocupaba el sol o la lluvia. Estaba lista para cualquier escenario. Llevaba su sombrilla y un gran pedazo de plástico con el que se tapaba de la condición ambiental que se presentara. A las 6:00 a.m., una hora y media antes que abriera el establecimiento ya estaba en la primera fila. 25 personas se le adelantaron. “Esos madrugaron”, expresó resignada a esperar al menos 120 minutos desde que el primer cliente entrara a cambiar dinero electrónico por billetes, requisito para poder comprar los kilos de comida que de manera regulada le iban a vender en la otra cola.

El bono de alimentación se convirtió en el aliado del bolsillo de Maryubí y de los cinco millones de venezolanos que devengan salario mínimo en el país, que es igual a 65% de la población económicamente activa, de acuerdo a cifras de la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria). Pero el resultado sigue siendo el mismo: los egresos superan los ingresos.

En la suma son seis mil 372 bolívares los que pierde al mes quien se dedica a cambiar por efectivo los 42 mil 480 (*) de la tarjeta electrónica para completar el mermado presupuesto. Maryubí y el resto de quienes estaban en la cola con el mismo objetivo no habían hecho ese cálculo. Al caer en cuenta se sorprendieron. “Con eso puedo comprar dos kilos de carne”, expresó Ligia Torres, al tiempo que Luis García lo pensó mejor. Preguntó cuánto necesitaba para pagar los dos kilos de arroz y los cuatro de harina que venderían, “1.028 bolívares”, contestó una mujer asiática que organizaba el operativo, y fue eso exactamente lo que cambió y le dejó de ganancia 154 bolívares al comercio.

 

BILLETES ESCASOS

Hace cinco meses, estando en una cola, Maryubí se enteró que podía convertir en billetes lo que le depositan en su tarjeta de alimentación. Tenía tres horas esperando para poder comprar los pañales de su hijo de menos de un año. “El punto está lento”, gritó una de las cajeras del establecimiento. Dos mujeres se le acercaron pagaron en efectivo y se fueron.

Ella se lamentó. No tuvo la paciencia para quedarse en el único cajero en funcionamiento que consiguió dos días atrás a su salida de la oficina. Un grupo se organizó para ir a cambiar los “cestaticket” en un local cercano que se dedica a los avances de efectivo, y aunque tenía claro que perdería una porción de su dinero, Maryubí se sumó. Ahora es una experta, ya sabe a qué lugares acudir, en cuáles la comisión la favorece más, e incluso conoce negocios que se dedican exclusivamente a los avances de efectivo.

Los bancos no cuentan con las divisas requeridas para los mantenimientos y repuestos de los cajeros automáticos

Quienes se quedaron en la fila aquella tarde no paraban de comentar las dificultades a las que se enfrentan para obtener efectivo. La reducción en 50% de los cajeros automáticos ha complicado la situación. “Los bancos no cuentan con las divisas requeridas para los mantenimientos y repuestos”, señaló el economista Ángel García Banchs, director de Econométrica. Pero ese no es el único problema. Según cifras del Banco Central de Venezuela (BCV) solo 10% la liquidez monetaria es en efectivo. El resto está en la “versión digital”, agregó la también economista Anabella Abadi al referirse al dinero que se contabiliza en depósitos y otras formas electrónicas.

La escasez de billetes es un hecho. No por falta de papel moneda, sino por un cono monetario deficiente para el ritmo de la economía actual. La falta de inversión en el sector bancario ha determinado que los cajeros que aún están en funcionamiento no puedan dar más de 40 billetes aunque sea de la mayor denominación. Algunos permiten que el cliente haga la transacción tres veces como máximo en un día. Esto significa que no más de 12 mil bolívares se puede tener en efectivo a través de este mecanismo.

Julio Oropeza hizo sus cálculos. Hay pagos que debe hacer en efectivo y que lo obligan a acudir a los cajeros con frecuencia. “Se me va la vida consiguiendo uno bueno y después en la cola pidiéndole a Dios que no se dañe antes que llegue mi turno”. En promedio invierte una hora a la semana para poder sacar dinero de estos dispositivos.

García Banchs fue enfático: el problema es que no tenemos billetes de la denominación que necesitamos. Si se contara con uno de 10 mil bolívares, se tendría que ir cien veces menos al cajero.

 

BENEFICIO DESVIRTUADO

Este canje se ha vuelto cotidiano. En épocas de crisis económica las personas apelan por aquello que tienen para satisfacer sus necesidades. Es por ello que quienes tenían joyas las han sacado de las cajas fuertes para venderlas, lo mismo pasa con quienes tenían dos carros y han colado uno en el mercado, o aquellos que tenían ahorros en divisas. Pero los de estratos sociales más bajos solo cuentan con los ingresos que perciben de su trabajo, y lo aprovechan de la mejor manera.

“Muchas empresas, sobre todo pequeñas, han acordado con sus trabajadores cancelarlo en efectivo”

La acción desvirtúa el sentido del bono que es cubrir una comida balanceada al día en la jornada de trabajo. “La distorsión ha sido inevitable”, advirtió Abadi, situación que se hace evidente con el surgimiento de un nuevo mecanismo en el pago del beneficio: “Muchas empresas, sobre todo pequeñas, han acordado con sus trabajadores cancelarlo en efectivo”. Ana Morales lo prefiere así. Ella, como dirigente sindical de una compañía de polímeros, hizo las gestiones con el patrono y lo logró. “Tenemos dos meses cobrándolo en caja. es más fácil para nosotros, y mejor para la empresa porque el convenio es que lo pagan cada quincena”.

No es mentira que desde abril de 2013, cuando Nicolás Maduro asumió la presidencia, el sueldo mínimo ha sido incrementado 13 veces. Tampoco lo es que la base de cálculo del bono de alimentación ha sido ajustado en cinco oportunidades en los últimos tres años y medio. Pero las cuentas de Maryubí son distintas.

Los cálculos de Abadi indican que con los aumentos de septiembre, la suma del salario mínimo y el bono de alimentación tendrá un capacidad de compra real 44% inferior a la de diciembre de 2012, al considerar la inflación extraoficial reportada mes a mes, que en promedio ha sido de 23,2%.

En Venezuela hay dos términos que se debaten entre sí: el salario nominal y el real. El primero se refiere a los bolívares que devenga un trabajador, y el segundo a lo que puede comprar con ese dinero. En números, el nominal ha crecido mil 684% desde abril de 2013, pero el salario real ha sufrido una caída de 35% hasta agosto de 2016, un porcentaje que todos sienten cada vez que deben buscar mecanismos de alivio económico. Maryubí pierde 15% cada mes, pero ya está pensando otras alternativas, lo dijo en la cola del supermercado chino. Estaba apurada porque era su día libre y tenía que desocupar los closets de su casa para poner a la venta la ropa usada que ya no se utiliza.

(*) Este reportaje fue elaborado antes del aumento del ticket de alimentación 




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