Albert Camus, en las primeras lineas de su obra «El mito de Sísifo» se planteaba que la principal preocupación de la filosofía es determinar si la vida vale o no la pena ser vivida, a lo que nos atrevemos a responder: la vida es bella y vale la pena vivirla, y no como un cliche del extraordinario film de Roberto Benigni; sino como este agitado recorrido que nos ha permitido conocer a seres tan especiales con quienes hemos compartido tiempo de aprendizajes, ocurrencias, vivencias, encuentros y desencuentros, elocuencia, y mucha paciencia, con aciertos y desaciertos; pero y sin proponernoslo, siguiendo aquella sugerencia de Santayana que nos señala que la vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla.

la principal preocupación de la filosofía es determinar si la vida vale o no la pena ser vivida

¿Qué si cuesta vivirla? Ni tan siquiera los “vivalapepa” pueden ponerlo en duda. Y más aún a los exiguos militantes de esa clase media que este régimen logró transformar en media clase, quienes sentimos como perdemos buena parte de nuestro tiempo, que no es otra cosa que una porción de nuestra vida, en una cola para llevar los chamos al colegio, o en una cola – si logramos franquear a los bachaqueros – en pos de cualquier producto que ahora se ausenta de nuestras vidas. Ya lo advertía la genialidad de Albert Einstein, al acuñar aquella sentencia que deberia colocarse hoy dia en el Tribunal Supremo de Justicia  y en el Ministerio de la Defensa, así como en cada cuartel de nuestro pais: “La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.”

Luchamos por la vida, pues conservarla es un instinto natural, de allí que resulte tan ruin y deleznable sentir esa angustia, ese inhumano padecimiento que sufre la mayoría de nuestros compatriotas,  cuyas vidas, dependen precisamente, de un tratamiento o procedimiento médico, y se encuentran desamparados ante el padecimiento de una enfermedad crónica. Y no se trata de la indignación, del dolor, de la resignación y la frustración entrelazadas ante la absurda espera de no encontrar las respuestas acordes, se trata, tal vez como un tributo al cantautor cubano Pablo Milanés,  que acá… ¡La vida no vale nada! pues los parques se vacían y las morgues y cementerios se llenan, acá los atavismos, conductas, actitudes y modelaje dejan como legado la absurda cultura de la muerte; acá  la vida no vale nada cuando se hace ineludible esta lamentable ruptura radical de nuestra sociedad que nos acerca peligrosamente a un conflicto civil, pues somos una Nación irreductible.

Y más que divagar acerca de la cualidad intrínseca de la vida, o de su valor o significado,  en ese trayecto intentamos, mas que ser importantes, ser necesarios, saber que nuestra vida importa; y no es cuestion de preocuparnos, sino de ocuparnos en ir tras propósitos que valgan la pena esto que vivimos, como por ejemplo, hacer cuanto esté a nuestro alcance por recuperar nuestro país, el cual debemos a nuestro hijos… Quizás de allí la rigidez de Kant, quien dormido soñaba que la vida era bella, y al despertar advertía que era un deber…

El deber de recuperar la esperanza frente a la resignación y el desanimo, la estabilidad frente a la incertidumbre, la credibilidad frente a la desconfianza, la normalidad frente a tantos disparates, la unidad y la concordia frente a la división y la fractura; la paz, la tranquilidad y la seguridad frente a los partes de guerra que denuncian el fracaso de este régimen como garante del orden, de la seguridad ciudadana y del derecho a la vida; que dejemos de ser el país de la impunidad; que propicie la movilidad social frente a los privilegios que han enriquecido a la nueva oligarquía escarlata; el deber de lograr la prosperidad frente al empobrecimiento, y el empleo y las oportunidades para todos frente a esa locura de régimen que se ha empeñado en arruinar nuestras vidas, pues esta vida es ahora sobresalto, es  lo imprevisible, es la incertidumbre, es lo que nos impide la construcción del sentimiento de confianza…aquella confianza cuyo origen se nutrió en nuestra infancia, en la cariñosa relación con nuestros padres.

La vida, esa serie de acontecimientos que en un principio nos acompañaron mediante las costumbres, la educación, el modelaje y los atavismos inculcados por otros, para luego, percatarnos responsablemente que la decisión de recorrer, como decía Lao Tse, tal o cual camino o travesía de mil millas comienza con un paso; y tal decisión es solo nuestra. Nosotros mismos decidimos, y hacemos que las cosas pasen en nuestra vida y para tal cometido, se hace menester darle un sentido a la vida, sin llegar, tal vez, al nihilismo de Sófocles con aquello de la mas dulce vida consiste en no saber nada, o a la precisión de Da Vinci quien anunciaba que quien no valora la vida pues no merece vivirla. Sostenían los pensadores griegos que la virtud de la fortaleza, más que en impulsar a la realización de acciones difíciles o arriesgadas, estaba en la capacidad de resistir con entereza los ataques de la adversidad. A la vista del empeño y de  las fuerzas movilizadas por un régimen que no respeta ni garantiza el Derecho más sagrado, el Derecho a la Vida, no hay que ser una Casandra especialmente competente para advertir que suena la hora de la resistencia. Además del ánimo templado, una mente lúcida y atenta, que sabe hacerse cargo de los bienes e intereses que hay en juego, es un requisito imprescindible para triunfar en esta confrontación, que promete tomarse aún un buen trecho de nuestras vidas.

En algún momento Charles Chaplin reflexionó: “La vida es una obra de teatro que no permite ensayos… Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente. Vive intensamente cada momento de tu vida, antes que el telón baje, y la función termine sin aplausos…”

 




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