El régimen hace intentos desesperados por impedir el sempiterno reclamo que clama a viva voz esas realidades que él mismo ha creado. Con irracional e inconstitucional imposición se empeña en impedir la realización del Referéndum Revocatorio y de las elecciones regionales, y, haciendo gala de la mayor tozudez, no se conforma con la burla y los acostumbrados improperios e insultos- bailando una macabra danza a ritmo de un pendenciero guaguancó – sino que pasa a la violenta amenaza, en la más pura postura totalitaria, lo que nos demuestra que se encuentra ahora prisionero de los propios demonios que ha ido desatando.
Este régimen nos politizó desmesuradamente y tal como lo sostienen los que saben de estos asuntos, en los tiempos previos a las conmociones civiles, los países se politizan. Y más aún cuando se estimula el resentimiento y se orada la herida para mantenerla dolorosa, pues este tipo de regímenes se nutre de la confrontación, ya que no saben vivir en paz.
Esta perversa práctica de propiciar enfrentamientos, que está anotada en el “Manual de la Ruindad Totalitaria”, nos aproxima peligrosamente a un conflicto civil, pues Venezuela, en fin de cuentas, es un país irreductible; y por este sendero, tal como ha sucedido históricamente en otras latitudes, podría llegarse a justificar la violación de los derechos humanos, homicidios, tortura, juicios populares o la pena de muerte.
Es decir, se legitima el recurso a la violencia como modo de poder y control social y la contienda puede llegar a convertirse en un fin en sí misma. Y así lo hemos venido presenciando estas últimas semanas, en las cuales cualquier manifestación cívica que se exprese contra el carácter dictatorial del régimen, al dar al traste con los dictámenes electorales contemplados en la Constitución Nacional, cualquier protesta que reclame la hambruna que azota al país; o cualquier reclamo que se haga exigiendo el respeto a los Derechos Humanos de todos esos presos políticos injustamente encarcelados, es considerada de inmediato como acción desestabilizadora y golpista, que sigue las pautas del Imperio y por ende propicia la ocasión para reprimirla mediante la desbordante fuerza bruta y represiva del estamento policíaco-militar en la vanguardia, apoyados por las fuerzas de choque, estratégicamente ubicados y armados, y prestos a cualquier tropelía, en la retaguardia.
Y en eso anda el gobierno desde que se percató que la fase dialogal tampoco le salvaría. Que le da tiempo, si, pero el inexorable derrumbe continua. De allí a que la costosa Sala Situacional vuelva al “Manual de la Ruindad Totalitaria” que indica que nuestras raíces son violentas.
Anotaba Hannah Arendt: «La violencia puede destruir al poder, es absolutamente incapaz de crearlo», y tal sentencia podemos concatenarla con el recurrente discurso oficial que busca disuadir o persuadir por todos los medios todo tipo de manifestación, a sabiendas, pues así se lo indica tanto “El Manual “como sus asesores -y de esto ellos sí saben- que la respuesta violenta de los oprimidos será siempre una respuesta a la violencia de sus opresores. Ellos bien saben que la violencia expresa una toma de conciencia, que se alza ante el carácter insoportable de una condición sufrida durante demasiado tiempo.

Por supuesto que todos estamos al borde de la angustia y la desesperación

Por supuesto que todos estamos al borde de la angustia y la desesperación, que todos queremos salir de tanto descalabro, que todos queremos despertar de esta prolongada pesadilla; sin embargo, consideramos que nadie – en su sano juicio – ponga en duda que enfrentarse de forma violenta sería una descabellada, absurda e inútil opción, pues todos sabemos quién acá tiene el control de las armas, y el poder de fuego.

En cuestión de horas un montón de muertos enlutaría miles de familias; apresarían a todos los líderes y ningún país vendría a remediar la tragedia en curso. Ninguno de esos jóvenes que recientemente increpaban a los líderes de la MUD en la pasada marcha, que pedían, con soberana y lógica indignación, ir a Miraflores, ninguno de ellos, nació radical, violento o agresivo. De hecho, hasta hace poco se mencionaba acerca de su indiferencia ante el desarrollo del acontecer sociopolítico del país. Esta nueva generación ha nacido -en el caso de tantos jóvenes, y de la sociedad en su conjunto- de la represión, la injusticia y la negativa al diálogo, que tantas veces se ha propuso de manera correcta; estos jóvenes, que al momento de iniciarse este régimen rondaban los 10 años, han recorrido su pubertad con los más nefastos ejemplos de civismo de convivencia y tolerancia.
Mahatma Gandhi, sostenía… «No-violencia no es cobardía… No-violencia es todo lo contrario de cobardía. Puedo imaginarme un hombre armado hasta los dientes que en el corazón es un cobarde. En la posesión de armas está escondiendo el elemento del miedo, hasta el de cobardía. En cambio, la no-violencia es imposible cuando no es intrépida…».
George Orwell – el célebre escritor de “1984” y de “La Rebelión en la granja” – sostenía que Gandhi no llegó a comprender la naturaleza del totalitarismo porque su experiencia negociadora se limitaba al gobierno británico; la suerte de la satyagraha en la Rusia de Stalin o la Alemania de Hitler hubiera sido bastante diferente.
Ahora bien, de darse el caso que este desalmado gobierno decide no ceder ni un ápice de nada – tal como lo viene pregonando con aquello que “ni con balas ni con votos” entregarán el coroto- que es lo que sería la evaluación pendiente, nos preguntamos ¿nos veríamos obligados a tropicalizar y poner en práctica las enseñanzas de Gandhi?
Solo nos viene a la mente que a un general que gana una pequeña batalla, se le condecora. A un general que evita una gran guerra, nadie le tiene en cuenta… porque la guerra no ha tenido lugar.




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