Este fin de semana se marca en la liturgia católica el tercer domingo del tiempo de Adviento. Tradicionalmente se le denomina en latín como el domingo Gaudete in Domino, es decir, el día en el que hay que alegrarse en el Señor. En algunos lugares la mantelería y las vestiduras litúrgicas se tiñen de un color violeta más suave. Este signo de alegría indica la cercanía del misterio de la Navidad, el misterio del nacimiento del Salvador. Tal cual como cuando una mujer encinta siente que se le acerca el momento de dar a luz. La emoción de poder sostener al bebé entre los brazos es indescriptible. Así tendremos a Jesús, apenas nacido, entre nuestros brazos y en nuestro corazón, para que allí se quede, para siempre. Al menos Él tiene esa intención. Ahora nos corresponde a nosotros hacer de nuestra casa su casa.

En el evangelio, que todos escucharemos este fin de semana, Juan el Bautista está en la cárcel injustamente. Desde allí tenía noticias acerca de las obras de Cristo. Envió, entonces, a varios de sus discípulos para que le preguntaran al Maestro: “¿Eres tú el que tenía que venir, o esperamos a otro?”. Jesús, ante aquellos emisarios, no respondió a la pregunta, pero sí los invitó a dar testimonio de lo que ellos mismos estaban viendo acerca de lo que él hacía: los enfermos sanaban, los pobres recibían el anuncio de la buena noticia, el evangelio. Y les dijo: “Bienaventurado quien no se escandalice de mí”. En este contexto, “escandalizarse” significa rechazar su propuesta, por no considerarla acorde con la propia comodidad y mediocridad. En cambio, quien acepte el mensaje, será dichoso y feliz. Esa es la promesa del Maestro.

Los discípulos enviados por Juan se retiraron, y Jesús aprovechó para hablar de él a los presentes. Lo identificó como uno que es más que un profeta. Como uno que Dios envió como su mensajero delante de Él, para que preparara el camino del Señor. Por eso es que Juan es reconocido como el Precursor. Y continuó diciendo que, según su apreciación, no había surgido entre los nacidos de mujer nadie mayor que Juan; pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.

El ejemplo de Juan el Bautista nos edifica a todos, pues los personajes bíblicos nos demuestran que también ellos fueron peregrinos de la fe. Desde la cárcel, meditaba sobre su propia predicación y sobre la imagen que tenía de Dios. Ahora le tocaba redescubrir al Dios de la misericordia que se acerca al hombre para escucharlo, para estar con él, para sanarlo y darle todas las gracias divinas necesarias para la salvación.




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