En unas declaraciones recientes, el Presidente de la Asamblea Nacional dijo que “la Democracia fue tan generosa que le perdonó a Chávez los crímenes de 1992”. Parece una frase normal que comenta una realidad histórica, la del perdón a los golpistas que trataron de acabar con la democracia por las balas y después acabaron con ella por los votos. El problema es que la frase lleva mucho más significado de lo que una lectura rápida podría revelar.

El principal problema es la palabra “generosa”. A la vista de lo que ha pasado desde que los militares alzados del 92 se apropiaron del país, el papel de los demócratas venezolanos no ha sido precisamente generoso. Por un lado, fueron despiadados en casos como el del juicio a Carlos Andrés Pérez, en donde el delito resultó ser una ficción a la vez que una excusa para deshacerse de un personaje incómodo, mientras que el perdón de los crímenes de 1992 fue, en el mejor de los casos, una ingenuidad de marca mayor. Y probablemente lo de ingenuo se queda muy corto ante el daño que hizo ese perdón a la sociedad venezolana.

La democracia no tiene que ser generosa, sino justa. La generosidad, como la caridad, la esperanza o la fe, se puede practicar a nivel personal, con los panas o con el prójimo o con la iglesia, pero cuando se tiene el poder en las manos y las decisiones afectan a mucha gente, las reglas del juego, y los conceptos, cambian. El ex presidente de Uruguay José Mujica dijo en alguna oportunidad que el difunto Chávez era el hombre de Estado más generoso que había conocido en América Latina, pero resulta que esa generosidad –con los cobres del soberano- le ha costado al país buena parte de la crisis que vive hoy.

Hacer elecciones limpias no es una gracia para el pueblo sino una obligación del Estado

En democracia, los derechos humanos no se respetan por generosidad, sino porque la ley lo dice y la ley se cumple. Hacer elecciones limpias no es una gracia para el pueblo sino una obligación del Estado. En otras palabras, la democracia no funciona con virtudes y favores sino con leyes y reglas claras. Y esas leyes contienen castigos para los que cometen delitos; no por venganza, sino como pago al colectivo por el daño causado y como freno para que no se vuelvan a cometer.

Uno se pregunta si la sociedad venezolana tiene una verdadera cultura democrática o si era solamente un barniz que se disolvió cuando llegó al primer iluminado a vender espejitos. Leyendo las palabras de la máxima autoridad parlamentaria de este país, surgen dudas.




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