interceptados por el hambre
Niños y su familia se dedican a sacar los restos de alimentos de las gandolas graneleras. Ilustración: Pedro Requena

Todos saben lo rápido que es al correr. Es el mejor centrocampista de la comunidad. Juan Pulido tiene nueve años y desde hace tres meses dejó bajo la cama su pelota de fútbol. No la ha vuelto a usar. Ya no tiene tiempo para eso, tampoco lo tiene para ir a la escuela. Ahora se dedica a recoger granos. Lo hace desde el semáforo de La Sorpresa, sector en el que vive, y donde espera que con cada luz roja se le dé la señal de alto a alguna gandola en su camino de vuelta a los muelles. Es momento entonces de poner su velocidad a prueba. Lo hace junto a sus dos primos, tres tíos y su mamá. Tras el volante el conductor sabe que solo debe esperar que el grupo abra las compuertas y saque todo el residuo posible en su lucha contra el hambre y la miseria que ha causado el desabastecimiento de alimentos.

Juancho, como lo conocen sus amigos, es el encargado de meterse bajo la unidad y acostarse sobre el cartón, con el que se tapa del sol mientras la luz del semáforo está en verde. No importa lo caliente que esté el asfalto, ya se acostumbró, como lo hizo con las marcas que han dejado las grietas en sus manos. Tiene que aplicar fuerza para que cedan las tapas de hierro y ya sabe cómo hacerlo. Mientras tanto, sus acompañantes se paran frente a la unidad para evitar que siga su camino.

Ni a él ni al resto de su familia les importa qué hay dentro de la gandola. “Nosotros agarramos lo que tenga”, relató Johan Ortega, uno de los tíos. Al día, si tienen suerte pueden recoger entre dos y tres sacos de 45 kilos en los que depositan la mercancía una vez en casa, al final de la jornada.

Hay que ser rápidos para aprovechar la luz del semáforo o que otro grupo se nos adelante

En plena autopista Bartolomé Salom hacen lo que se ha convertido en su trabajo. Los adultos llevan consigo bolsos escolares de los que entrega el Gobierno. Los niños meten lo que pueden en bolsas o koalas. La velocidad es importante. “Hay que ser rápidos para aprovechar la luz del semáforo o que otro grupo se nos adelante”, contó Maritza Ortega, madre de Juancho, como un hecho cotidiano que para la diputada a la Asamblea Nacional, Deyalitza Aray, es una de las consecuencias más crudas de la crisis alimentaria.

GANDOLEROS ADIESTRADOS

Mauricio Tovar solía estar atento. Manejaba pendiente de lo que se encontraría en cada semáforo. Trataba no detenerse en ninguno para evitar enfrentarse solo contra un grupo de personas que tenía su objetivo claro. Pero ya la situación le es indiferente. “No puedo luchar contra ellos”. Ya se adiestró. Tiene semanas reduciendo la velocidad resignado. Siempre en el hombrillo. “Prefiero hacerlo así para evitar cualquier accidente”.

Cuando hay dos o tres barcos graneleros en labores de descarga en los muelles porteños, entre 300 y 500 gandolas tienen actividad asegurada. También tienen garantizado que serán interceptadas a su regreso, denunció el presidente del Frente de Trabajadores Graneleros y Similares de Puerto Cabello (Fetragransip), Julio Abreu.

En el viaje de salida del puerto con la mercancía hacia un destino sellado por la Superintendencia Nacional de Gestión Agroalimentaria (Sunagro) los problemas han mermado. Pero es un logro que obedece a la paralización de la ciudad por el tiempo que se tome el recorrido de las unidades hasta el antiguo Peaje de Taborda, en la autopista Puerto Cabello-Valencia, con el cierre de cada una de las vías de acceso por funcionarios de la policía municipal y la de Carabobo.

Es un procedimiento que, dependiendo del cada vez menor movimiento portuario, se realiza dos o tres veces a la semana entre las 9:00 a.m. y las 12:00 p.m. En algunas ocasiones, según el tiempo de los trámites de nacionalización se hace después de las 4:00 p.m. detalló Aray.

11,5 KM PARA TRABAJAR

Desde El Palito hasta el distribuidor el Cangrejo. Son 11,5 kilómetros de terreno fértil para la cosecha de granos sobre asfalto. Los grupos de personas que interceptan las unidades hacen guardia en El Palito, Morillo, Portuario, La Sorpresa, Monaca, la pasarela de Las Llaves, el elevado del Seguro Social y el distribuidor El Cangrejo.

Es muy peligroso porque a veces están escondidos y se meten dos o tres debajo de la gandola sin que el conductor se de cuenta

En todos los casos esperan la oportunidad ideal para atravesarse en la vía y hacer que el chofer no pueda hacer otra cosa que frenar. “Es muy peligroso porque a veces están escondidos y se meten dos o tres debajo de la gandola sin que el conductor se de cuenta. Eso puede desencadenar un hecho fatal”, alertó Abreu.

Hay oportunidad para todos. A las 5:00 a.m, antes de que el sol los haga visibles, adultos mayores salen a las calles. Ellos no se atreven a exponerse ante las casi 30 toneladas que puede pesar una unidad sin carga. Así que se conforman con meter en una bolsa los granos que quedan a orillas de las carreteras. “Ellos caminan y agarran todo lo que queda ahí tirado”, relató la diputada Aray.

SALUD EN RIESGO

Juancho y su familia saben perfectamente qué hacer con todo lo que recolectan. Una parte la destinan para calmar el déficit de alimentos en casa, otra para el negocio que han establecido de venta de cualquier tipo de mercancía que logren meter en sus bolsos. Lo que no saben es que la salud de todos los que consumen alimentos preparados con esos granos está en riesgo.

Solo el maíz blanco tiene un mínimo contenido de químicos que lo hace apto para el consumo humano. El resto no. Pasa con el maíz amarillo, que usan las personas para la elaboración de masa para arepas, que tiene componentes considerados venenosos. “Ese grano se usa para la fabricación de alimentos para animales, no para humanos”, insistió Abreu.

El azúcar cruda es de los productos más demandados debido a la escasez del rubro en el mercado nacional. Pero la que sale del puerto es morena y sin refinar. Tampoco puede ser consumida sin pasar por su industrialización. Lo mismo ocurre con el arroz paddy, que debe pasar por varios  procesos de lavado y trillado antes de estar listo para llegar al plato de cualquier mesa, como en la de casa de Juancho, donde la crisis alimentaria cambió desde su rutina entre el colegio y el fútbol hasta la manera de conseguir comida. Él es un soñador. Mientras corre del semáforo hasta que se lanza al asfalto bajo la gandola, imagina que está en un campo corriendo tras un balón, y el gol lo marca justo al lograr abrir las compuertas de las que saldrá lo que junto a su familia comerá.

 




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