(Foto Archivo)

Solo una certeza tienen quienes conviven con La Guásima y todos sus factores asociados: La mafia se impone. En las comunidades cercanas al vertedero ubicado en el municipio Libertador, y que recibe los desechos sólidos de esa localidad y los de Valencia, Naguanagua, San Diego y Los Guayos, no importan las noches en vela de las madres vigilando la respiración de sus hijos, ni las emergencias asmáticas de algunos, o las bronquitis que se les complican a otros. El negocio de la basura es primero.

denso y constante humo que surge de la quema en el vertedero

“Hay mucho dinero en juego”, es lo primero que dice Glenda Bullones al referirse al bote de una extensión de 53 hectáreas. Ella se queja del denso y constante humo que surge de la quema en el vertedero y al que han tenido que acostumbrarse quienes habitan en las más de 30 comunidades de la zona. Pero ya no cree en promesas. Sabe que todos los mandatarios municipales han ofrecido cerrarlo y no han cumplido. Lo hizo Argenis Loreto, Carmen Álvarez, el actual alcalde Juan Perozo, e incluso el gobernador Francisco Ameliach, quien se comprometió a clausurar el lugar antes que finalizara el 2016. No cumplió.

Está el que cobra vacuna para que los camiones puedan entrar, el que recoge material que se puede reciclar, el que lo compra y el que lo vende. “Es una mafia de muchos años. Eso no se va acabar nunca”.

Antonio Delgado nació y se crió en La Honda, una comunidad que colinda con La Guásima. Él recuerda que durante su infancia el bote era solo un gran terreno en el que lanzaban vehículos que ya no servían. “Yo siempre jugaba ahí con otros niños a que éramos los dueños y conductores de esos carros”. Pero poco a poco comenzó a ser depósito de cualquier tipo de desecho, hasta convertirse en lo que hoy es: Un foco contaminante que afecta a 197 mil 449 habitantes de Libertador.

HABITAR EN EL HUMO

Tras la vitrina de su negocio, las hermanas Ilsis y Lisbeth Torres pasan la mañana haciendo y vendiendo empanadas sorteando las incomodidades del humo. No pueden contabilizar cuántas veces al año o al mes se incendia el vertedero. “Esto ya es normal”, dijo Lisbeth. Solo en temporada de lluvia el riesgo de quema disminuye.

La noche del sábado 14 de enero se registró el primer incendio en el lugar durante el año. Desde ese día no ha cesado. El humo se hace más intenso al final de la tarde. “Es como una gran nube negra que baja y nos arropa”. Así pasan toda la noche y la madrugada. Algunos vecinos como Maruja Romero lograr evitar que el olor entre al cuarto en el que duerme con su hija de dos años y medio colocando un trapo mojado en la puerta, “pero igual siempre pasa algo”. Por eso ella, y todo sus vecinos deben cada mañana se deben limpiar paredes, pisos e incluso sacudir la ropa para quitar las evidencias de horas de intenso fuego.

Ilsis Torres padecía un severo cuadro de bronquitis cuando inició la quema. Desde el 26 de diciembre buscó el tratamiento médico que le recetaron y no fue hasta el lunes 16 de enero cuando pudo comenzarlo luego de que un familiar se lo enviara desde el estado Bolívar. Pero no ha podido recuperarse por completo, “el humo no me deja”.

CIFRAS Y PROYECTOS

Las cifras de la Comisión Ambiental de Tocuyito  indican que en 50 años han sido llevadas a La Guásima más de 83 millones de toneladas (TN) de basura, que se traducen en 138 mil TN al mes en promedio.  La capital carabobeña es la que mayor cuota aporta con mil 500 TN diarias. En la suma, más de 60 mil millones de bolívares han sido destinados para proyectos en el vertedero que no se han concretado. Ameliach fue el último en aprobar un presupuesto: 900 millones de bolívares desembolsados en julio de 2016 para iniciar el proceso de preclausura.

DAÑOS SE EXPANDEN

Las consecuencias no solo se sienten en las cercanías de La Guásima. La noche del miércoles, José Luis Parra, iba tras el volante en la autopista Valencia-Campo Carabobo rumbo a su casa en Barrera. Pero antes de incorporarse a la vía de servicio, a la altura del puente San Luis del sector Nueva Valencia, a 2,59 kilómetros del vertedero, el parabrisas se puso negro. Al principio no entendía de qué se trataba, hasta que bajó el vidrio de la ventana y se dio cuenta que era humo, el mismo que enferma a niños y adultos que viven cerca del bote pero que pierde importancia ante la red de negocios que por años se han tejido en el lugar.




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