Fue un golpe fuerte en la mesa. Eso bastó para dejar los roles claros. El sonido sobre la madera tuvo la contundencia necesaria que provoca un arma de fuego empuñada con una rudeza ya habitual. De un lado estaba Felipe Alvarado (*), tratando de lograr que los camiones compactadores de desechos sólidos de la capital carabobeña entraran al vertedero. Frente a él Ender (*), el hombre que todos conocen en el lugar como “el pran de la basura”. Algunos lo dicen en broma, pero la mayoría sabe que es la definición exacta para quien controla todo lo que entra y sale de La Guásima.

Hace 20 años inició su mando. Fueron largas madrugadas de lucha de acuerdo a los disparos que escuchaban los vecinos. En ese momento era un grupo de la comunidad La Guásima el que dominaba el negocio hasta que llegó Ender con su gente del barrio Alexis Crabo y se instaló, recuerda Larissa Pérez, quien tiene más de 50 años viviendo en la misma casa.

La mañana en la que Felipe Alvarado se sentó en la mesa con el hombre de quien había escuchado hablar desde que le dieron el cargo en la alcaldía, supo que nada de lo que le decían era broma. Nadie exageró al explicarle que todo en el lugar debía hacerse con su autorización. Lo supo al intentar en 2010 que la basura de Valencia fuera recibida en el bote. Los contratistas tenían dos días insistiendo para entrar, pero “hombres armados se lo impedían”. Así que fue él mismo a tratar de mediar. “Nunca imaginé lo que pasaría”, relató vía telefónica desde el exterior. Irse lejos fue la única solución que encontró para salirse de las redes de los negocios que se tejen en La Guásima.

“De lejos vi que tenían armas largas. Me asusté. Pero ya estaba ahí y tuve que seguir”

La cola de unidades recolectoras era larga a la llegada de Alvarado al sitio. Tuvo que caminar para encontrarse con quienes bloqueaban el acceso. “De lejos vi que tenían armas largas. Me asusté. Pero ya estaba ahí y tuve que seguir”. Al pararse frente a ellos e identificarse fue agarrado a la fuerza y obligado a abordar una camioneta plateada. “Ahí me golpearon. No me dejaban ni hablar. Ellos disfrutaban lo que hacían”.

Fueron 15 minutos de recorrido hasta que el vehículo se detuvo. Recuerda que al bajarse lo primero que vio fue un portón azul que tenía escrito con letras en negro: “Se compra plástico”. Entendió que estaba en un centro de reciclaje al que entró a empujones hasta la oficina en la que se vio de frente con aquel hombre alto, moreno, robusto, que vestía con un bermuda blanca y una camiseta amarilla de un equipo de básquet. No tuvo la impresión de que sería una persona con quien debía negociar.

La conversación fue corta. Después de golpear la mesa con el arma de fuego, Ender solo le dijo que si el alcalde quería botar su basura en La Guásima tendría que pagar. Alvarado no recuerda cuánto fue lo último que envió, “siempre era en efectivo. Les mandábamos cajas llenas de billetes. Era la única opción que teníamos para evitar que la ciudad colapsara llena de desechos sólidos”. Alvarado solo aguantó tres meses la presión de las llamadas de quienes se identificaban como “hombres de Ender”. Lo amenazaban y cada vez le pedían más. “Eran sumas que ni yo manejaba”. Renunció al cargo y se fue del país.

 

EL NEGOCIO

El negocio ha crecido. Tres mil hombres a cargo tiene Ender dentro del vertedero. Cada uno tiene una función específica. Son divididos por grupos de acuerdo al material que deben reciclar: Plástico, cartón, vidrio. aluminio y cobre. Cada sección tiene un jefe, siempre con su arma larga visible, al que le deben reportar lo recolectado en su turno y vendido al precio establecido en el lugar. “Nadie puede llevarse nada del bote. Todo es vendido a la gente de Ender”, relató un vecino que prefirió no decir su nombre.

De la basura se puede vivir. En Suecia y Corea Del Sur se recicla 100% de los desechos sólidos. Venezuela no llega a 10% mientras los países de la región en promedio lo hacen con 30% de sus desperdicios. Son estadísticas que probablemente Ender y su grupo desconocen, pero han sabido aprovechar cada gramo de lo que se deposita en La Guásima para lucrarse. “Mi hija está estudiando en el exterior”, expresó uno de los hombres del “pran”.

Ellos pagan por el kilo de plástico película 800 bolívares, por el de soplado mil 100, cinco mil por el kilo de cobre o de aluminio y mil 500 por el de hierro dulce. Son precios 10 veces por debajo que los que se consiguen en el mercado que está liderado por Ender. Ese es el negocio por el que han peleado por más de 20 años.

 

TEMIDO Y AMADO

 

El pran nunca está solo. Lo acompañan siempre más de 12 personas. Mujeres hombres y niños, a quienes les da todo lo que necesitan. Nunca les falta comida. Él se encarga de que alguno de sus muchachos compre diariamente los ingredientes para lo que se preparará para todos.

Lo acompañan siempre más de 12 personas. Mujeres hombres y niños, a quienes les da todo lo que necesitan

En Alexis Crabo pocos se atreven a hablar mal de él, o a simplemente decir algo que lo involucre. Al menos siete de cada 10 casas en la comunidad dependen de Ender. “Nosotros vivimos de la basura porque él le permite a mi esposo trabajar ahí”, contó una señora detrás de la reja de su casa de la que se dejaba ver a medias y con mucho temor. “Si me ven hablando con una periodista, de él me puedo ganar un problema innecesario”.

Las calles de ese barrio del municipio Libertador siempre están solas. Por ellas caminan los niños al ir y venir solos del colegio y quienes van y vienen del vertedero a trabajar. Solo eso. Cuando hay gente extraña todos se alarman, cualquier cosa puede pasar. “Mejor váyanse porque seguro ya los vieron y los hombres de Ender pueden buscarlos con sus pistolas”, recomendó la señora al cerrar la puerta rápidamente.

 

TRABAS CONTINUADAS

Ender asegura que hay otro “jefe” como él mismo le califica. “Él le dice a Diones que venga a veces a hablar con la gente”, expresó “el pran” al referirse al gobernador Francisco Ameliach y a su secretario de Ordenación del Territorio, Ambiente y Recursos Naturales Diones Oliveros.

Ender asegura que hay otro “jefe” como él mismo le califica

En esas reuniones de lo que se habla por lo general es de mantener el orden en La Guásima, y que se bloquee el paso de los camiones lo menos posible para evitar empañar la gestión del mandatario regional, a cargo del vertedero desde enero de 2013. “Pero eso depende de si cada quien paga su vacuna a tiempo”.

También se ha debatido y prometido en varias oportunidades el cierre definitivo del lugar. La última vez fue en agosto de 2016, cuando Ameliach aseguró que en 2017 sería clausurado y se estrenaría un relleno sanitario para la disposición final de los desechos sólidos de Valencia, Naguanagua, San Diego, Libertador y Los Guayos. Se desconocen los avances de esas obras.

Ender no está de acuerdo con esa propuesta. “Tres mil familias dependen de La Guásima. Sería terrible si lo cierran”. Para él es falso que los niños se enfermen, que las comunidades padezcan constantemente de afecciones respiratorias y que incluso haya casos de plomo en sangre y malformaciones congénitas como consecuencia de los gases contaminantes del bote. Los especialistas tienen pruebas que confirman esos efectos en la salud.

Los encargados de las direcciones de servicios públicos de las alcaldías de la Gran Valencia coinciden. Todos han escuchado reiteradas veces sobre Ender. “Sí, se que es un señor que trabaja en el sitio”, dijo uno de ellos, mientras que otro prefirió definirlo como “un compañero”. Ninguno se aventuró a decir todo lo que saben de él. “De hecho, ni siquiera he tenido la oportunidad de conocerlo personalmente”, aseguró otro.

El pran sigue en lo suyo, cuidando su territorio y con todo a su favor. Los conductores de las unidades de recolección de las contratistas de las alcaldías de los cinco municipios que dependen del vertedero para depositar su basura, se enfrentan a diario con trabas que gestionan a su manera. Algunos se oponen a cancelar cuotas cada vez más altas para poder ingresar al bote, pero al final deben acceder. Es un problema que resuelven entre ellos. Ya no está Felipe Alvarado ni ningún otro que interceda en un negocio que se controla con las armas.

(*) nombres ficticios




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