(Foto / El Carabobeño)

 

 

Luis Alejandro Borrero

luisborrero7@gmail.com

 

Se llama Eduardo Alexander Marín. No sabe lo que pasa a su alrededor. Apenas tiene 32 días de nacido. Su madre, Rocyeri, lo ve a través del vidrio de la incubadora. La felicidad es efímera como la visita: dura una hora. Luego, ella debe volver a una colchoneta de goma espuma encima de una silla de mimbre donde pasará la noche, en las afueras de la maternidad de alto riesgo Comandante Supremo Hugo Chávez. De alguna forma, vuelve también al drama que significa haber dado a luz en Venezuela: la escasez de medicamentos.

Desde la silla de mimbre la mamá ve cómo casi a diario llegan cajas de insumos a la maternidad. Dos hombres las llevan en carruchas. Aún así, para su hijo no hay el antibiótico que necesita. Todo deben conseguirlo afuera del hospital. Allí la oportunidad de vivir depende de quien tenga cómo pagar.

Dayana Almao es la abuela del bebé. Le cuesta sacar la cuenta. Habla sobre lo poco que ya queda de su bodega, en Parcelas del Socorro II, al sur de Valencia. El negocio pasó de ser un sustento económico familiar a la caja chica del tratamiento de su nieto. La familia ha gastado más de 200 mil bolívares en la estadía de Eduardo en la maternidad dentro de la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera (CHET), el hospital central de Carabobo. Cuenta que hay quienes se han endeudado hasta por 700 mil bolívares y el niño se les termina muriendo.

Familias como la de Eduardo están unidas por la tragedia. Acampan en los jardines para dar una respuesta rápida: la llamada podría llegar en cualquier momento. Incluso de madrugada, con el nombre del insumo o medicina que deben comprar para salvar la vida de los neonatos. La Encuesta Nacional de Hospitales 2016 —que incluye a la CHET— revela que la escasez de medicamentos es de  76%.

—Yo le digo a las muchachas que este niño tiene que salir de aquí y traernos algo bueno (risas) a ver si de algún modo paga todo lo que hemos gastado, dice la abuela de Eduardo.

—Quién sabe, de repente sale grande ligas.

—Así es. Queremos terminar el tratamiento rápido y que con el favor de Dios nos dejen sacar al niño de aquí, dice con una esperanzada sonrisa.

Colistina de 100 miligramos. Ese es el nombre del medicamento que al joven Eduardo le hace falta para salir del único lugar que hasta ahora conoce. Ese de condiciones insalubres, cuenta la mamá. Rocyeri vio las moscas en la sala donde le iban a hacer la cesárea. También ha visto chiripas caminando en la parte externa del cristal de la incubadora con su hijo adentro. Eso le quita el sueño, confiesa.

El niño contrajo una bacteria en consecuencia. La Pseudomona Aeruginosa: un patógeno oportunista de sistemas inmunológicos frágiles, como el de un bebé. La salubridad es una condición escasa. A la abuela el tratamiento le costó 15 mil bolívares, más la preparación de dos mil 400 bolívares en un laboratorio. En el hospital, aunque debería, la Colistina no está disponible.

LAS CASAS MÉDICAS

La gente llega a ellas con discreción. Otras veces con niños en brazos y récipes en la mano. Siempre con la urgencia en el rostro. Les llaman ‘casas médicas’. Son establecimientos circundantes al hospital, en la calle Silva de Los Caimitos y Barrio Central, detrás del hospital. Allí se consigue lo que muchas veces no hay en la CHET. Hay por lo menos cinco.

Ricardo Rubio, presidente de la Sociedad de Médicos Residentes, afirma que las casas médicas se han vuelto una salida única para los familiares de pacientes. Las hay bien establecidas, con papeles en regla; pero también las hay clandestinas. En cualquier caso, el cómo obtienen los medicamentos es una incógnita para el médico, dice en conversación con El Carabobeño.

Sin titubeos. El presidente de la Fundación Instituto Carabobeño para la Salud (Insalud), Raúl Falcón, dijo en septiembre de 2015 que “hay mafias distribuyendo insumos sin ningún tipo de control y no están facultadas para hacer este suministro”. El también director general de la CHET dijo que el hospital era como un mercado persa. “Hay una anarquía en la que operan delincuentes. Aquí juegan con el dolor ajeno. Hay comerciantes que ofrecen el uso de hamacas a 300 bolívares a personas que necesitan quedarse para cuidar a algún familiar recluido”.

El 4 de julio de 2013 el gobernador Francisco Ameliach designó al doctor Falcón presidente de Insalud y director de la CHET. “Quiero pronta respuesta a los problemas de salud, ¡Eficiencia!”, escribió el mandatario en su cuenta de Twitter. A tres años de su designación, el Diario del Centro intentó obtener una actualización del punto de vista de Falcón sobre la escasez y reventa de medicinas, pero la carta consignada en su despacho no fue respondida. El día de entrega de la misiva, a Falcón se le vio llegar a su despacho hablando por teléfono, pero personal de seguridad acordonó el lugar, bloqueó las escaleras e impidió una entrevista directa.

BACHAQUEO EN AUMENTO

Son cazadores de angustia. Miran atentamente. Fijan el objetivo en segundos. Luego de preguntar en las casas médicas el nombre de algún material que necesitan y no hallarlo, familiares son abordados por buhoneros. Se ubican en tarantines rodeando los costados de la CHET. Solución fisiológica, calmantes, antibióticos, material médico quirúrgico: tienen de todo. Pero el precio a pagar es alto. José Manuel Olivares, diputado de la Asamblea Nacional (AN) y presidente de la Comisión de Salud, ha dicho que la reventa de medicamentos viene con hasta 1000% de sobreprecio. Los vendedores informales de la CHET dan un ejemplo: una solución fisiológica cuesta cuatro mil 500 bolívares. Algunos envases muestran claro de dónde vienen: Ministerio del Poder Popular para la Salud, prohibida su venta.

La Dextrosa —un complemento para las fórmulas lácteas— cuesta tres mil 500 bolívares en los buhoneros. Un pañal de bebé 700 bolívares. A Eduardo le tenían que comprar hasta cuatro veces por día una manguera de alimentación: mil 300 bolívares. Un aminoácido cuesta 10 mil bolívares. “En la CHET la escasez de insumos es un problema  que no debe ser ocultado”, publicó el diario pro oficialista Correo del Orinoco. “Lo que está pasando con el sistema de salud público es patético”, añade la abuela del bebé.

Son frases cortas. “Chico, ¿Qué andabas buscando?”. La excusa es mínima: “Un señor que ya no necesitaba pasó por aquí y me lo dejó, te lo puedo vender”, dicen los vendedores. Algunas veces los insumos están a la vista. Otras veces guardan la solución fisiológica en las cavas entre las maltas y refrescos, que terminan siendo una fachada para el bachaqueo de medicinas. En tres años de gestión de Falcón el problema no se ha resuelto.

La mamá de Eduardo, su abuela y su tía se preparan para pasar otra noche. Lograron conseguir el medicamento, aunque sea por siete días. Rezan por no ser otras más de los que salen gritando de la maternidad, con llantos desgarradores porque su hijo no se salvó. Con la peor herencia del sistema de salud en Carabobo: deudas millonarias a prestamistas y un luto avasallante. No importa si Eduardo termina siendo un grandeliga, un futbolista o un bombero. Quieren que al menos tenga la oportunidad de vivir para elegir.




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