Aquello que la liturgia nos presenta para este fin de semana es un diálogo en el que Jesús aclara algunas cuestiones que tienen que ver con el más allá, la vida eterna. En el contexto, la escena se ubica dentro del Templo. Jesús escuchó cuando algunos hablaban de los adornos con las bellas piedras y las ofrendas votivas, que consistían en los regalos que los fieles dejaban en la Casa de Dios como acción de gracias por los favores recibidos o por las recurrencias festivas en diversos momentos del año. Jesús pronunció estas palabras: vendrán días en que esto que ustedes ven no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Allí hablaba de los últimos tiempos, de la transitoriedad de la vida, de lo fugaz que es todo lo visible y tangible. Pasaría ahora a describir las realidades eternas que permanecen.

Jesús llamó la máxima atención de sus discípulos y los invitó a no dejarse engañar

La curiosidad interpeló a los interlocutores, e hicieron dos preguntas lógicas que el Maestro no rehusó responder. La primera hacía referencia al cuándo de los hechos, y la segunda al cómo, qué señal se presentaría para saber que todo aquello estaba a punto de suceder. En ese momento, Jesús llamó la máxima atención de sus discípulos y los invitó a no dejarse engañar. Advirtió que muchos vendrían en su nombre, haciéndose pasar por él, y dirían, además, que ellos son el Cristo, el nuevo Salvador; dirían que el fin de los tiempos estaría cerca. A esos, según el verdadero Cristo, no hay que seguirles. Y prosiguió diciendo que no hay que aterrarse cuando se hable de guerras o revoluciones, porque, y ésta es la clave de lectura de la historia, tienen que suceder primero estas cosas; pero el fin todavía no es inmediato.

A partir de esto reflexionamos acerca de cuántas veces hemos sido engañados por predicadores falsos que anuncian la inminente destrucción de todo lo creado. Pero lo que sí quiso Jesús aclarar es que la realidad de la guerra iba a ser un flagelo constante en la vida de los hombres. Se alzaría pueblo contra pueblo y reino contra reino; habría terremotos, hambre y peste, y señales en el cielo. Incluso él habla de persecución por causa de la fe y encarcelamiento, pero todo sucederá para que el cristiano dé testimonio de la verdad. Ni siquiera habrá que preparar la defensa, porque el mismo Dios inspirará, con sabiduría, a los oprimidos.

Al final, Jesús consuela a sus oyentes asegurándoles que ni un cabello de su cabeza perecerá; la perseverancia salvará la vida. Esa esperanza es la que tenemos para permanecer de pie.




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