Jesús había escuchado que Juan el Bautista había sido encarcelado y se retiró de Galilea para trasladarse a Cafarnaún. El evangelista Mateo vio ese traslado como el cumplimiento de una profecía del profeta Isaías. La escritura veía a la tierra de Neftalí y Zabulón como un pueblo que yacía en las tinieblas, pero que ahora se llenaba de una gran luz; la muerte ya no tendría cabida, sino la vida en la eternidad. A partir de ese momento, Jesús comenzó a predicar la conversión, pues estaba cerca el reino de los cielos. La conversión significaba dar un giro a la propia vida; era dejar atrás la vida de pecado y abrirse a una nueva condición digna, según la vida en el Espíritu Santo.

Jesús sabía lo que representaba el valor del trabajo; vio siempre a su padre trabajar

Y fue allí cuando, caminando junto al mar, vio a dos hermanos, Simón y Andrés. Ellos estaban echando la red en el mar, porque eran pescadores. Jesús sabía lo que representaba el valor del trabajo; vio siempre a su padre trabajar para llevar el pan a la casa y él mismo aprendió varios oficios, según la cultura del tiempo. Así pues, se permitió interrumpirlos en plena faena y les pidió que lo siguieran, porque él los iba a hacer pescadores de hombres. La petición era directa y asombrosa a la vez: justo cuando estaban ocupados en algo importante, allí les vino la llamada.

El evangelio nos relata que los dos hermanos no titubearon ni por un momento. Los dos, en ese preciso momento, dejaron las redes y le siguieron. Y más adelante, Jesús se encontró con otros dos hermanos, Santiago y Juan. Los llamó igual y ellos dejaron todo, incluso a su padre, y lo siguieron también. El Maestro los “pescaba” a ellos para que se prepararan a una nueva misión, a un nuevo tipo de trabajo. Pescar hombres y mujeres para el reino se convertiría, a partir de allí, en la misión por excelencia de cada cristiano presente en el mundo. La evangelización, el anuncio del reino, cada día es la tarea a cumplir, mandada por el mismo Padre del cielo para ganar a los más que se pueda.

Jesús, después de estas llamadas, siguió su recorrido por toda la Galilea, enseñando incluso en las sinagogas. Su predicación seguía siendo el reino de Dios, pero también curaba las enfermedades y las dolencias del pueblo. Su fama se extendía por todas las regiones, y no era para menos, sus palabras eran pronunciadas con autoridad y no paraba de recorrer las ciudades, conociendo de cerca las necesidades de la gente. El ejemplo debe ser imitado por todos, para que a cada quien se le brinde la oportunidad de conocer a Dios como se debe.




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