Cuando Sheila Bartels, de 55 años, salió del consultorio médico en Oklahoma (sur), sostenía en la mano una receta para 510 analgésicos. Ese mismo día, murió de una sobredosis.

Su doctora, Regan Nichols, fue acusada de cinco cargos de asesinato en segundo grado: uno por cada paciente que murió de una sobredosis de drogas después de que ella les recetó medicamentos opiáceos, como Vicodin u oxicodona.

«Los médicos tienen una gran responsabilidad en la crisis de los opiáceos», dijo David Clark, profesor de anestesiología en la Universidad de Stanford.

«No teníamos (crisis) hasta que los médicos se vieron seducidos por lo que consideraron un potencial de los opiáceos para controlar el dolor crónico», explicó a la AFP.

Se estima que dos millones de estadounidenses son adictos a los opiáceos. Muchos de ellos tienen que comprar sus dosis ilegalmente al expirar su receta, virando algunos a la heroína y las drogas sintéticas.

Noventa personas mueren cada día en Estados Unidos por sobredosis de opiáceos.

Los médicos estadounidenses prescriben opiáceos más que en cualquier otro país. Sin embargo, según los expertos, no son los únicos culpables.

«La industria farmacéutica se enfoca en los médicos generales, que son quienes lidian con la mayor cantidad de personas que tienen dolor», señaló Mike DeWine, fiscal general de Ohio (norte), estado especialmente afectado por la crisis.

«Creo que han sido engañados y se les ha dicho cosas falsas», dijo a la AFP.

Mentiras

El problema se remonta unos veinte años atrás, cuando los médicos fueron alentados a tener más en cuenta el dolor de sus pacientes y los laboratorios pregonaron la eficacia de los analgésicos opiáceos.

Así, un tratamiento destinado a casos extremos pasó gradualmente a ser prescrito para pacientes crónicos, que antes eran tratados con sustancias menos potentes tales como aspirina. Y no sabían que estas sustancias eran muy adictivas.

Tenías a gente con un simple dolor de muelas, o que había sido operada de la rodilla o la espalda, tratadas con este tipo de opiáceos durante demasiado tiempo o con dosis superiores a sus necesidades, señaló Robert Ware, jefe de la policía de Portsmouth (Ohio), considerado el epicentro de la crisis.

A medida que aumentaba el número de adictos, las «proveedoras de pastillas» («pill mills») -clínicas dirigidas por médicos que prescriben opiáceos a cualquiera que pueda pagarlos- florecieron en el país para satisfacer la demanda.

En Portsmouth, donde reinó otrora la industria siderúrgica, Ware vio estas «proveedoras de pastillas» convertirse en parte de la economía local.

Con el tiempo, las autoridades locales cerraron estos lugares y arrestaron a los médicos. El Departamento de Justicia estadounidense prometió intensificar la búsqueda de médicos y farmacéuticos inescrupulosos.

El martes de la semana pasada, el presidente Donald Trump -quien mantuvo una reunión sobre esta crisis en medio de sus vacaciones- sugirió que podrían ser necesarios más juicios. «Nadie es inmune a esta epidemia», advirtió.

Pero para el jefe de la policía de Portsmouth, «no se puede resolver este problema con arrestos».

Refugio para la desintoxicación

La ciudad ha reforzado su oferta de asistencia sanitaria y su programa contra las adicciones, en una metamorfosis de paraíso para las «pill mills» a refugio para la desintoxicación.

Según estimaciones, la mortalidad por sobredosis alcanzó su punto máximo en 2016 con 60.000 muertes, entre ellas la del músico Prince, quien falleció de una sobredosis accidental del poderoso fentanilo.

El fiscal general DeWine abrió otro frente: demandar al sector farmacéutico. Según el Washington Post, al menos 25 estados, ciudades y condados han hecho lo mismo.

Estas compañías farmacéuticas son los principales responsables de esta epidemia de drogas opiáceas. Ellas crearon el problema. Es tiempo de que actúen para ayudar a resolverlo», afirmó.

El gobierno federal propuso una reducción de 20% el año próximo de la producción autorizada de opiáceos.

Si bien los números han bajado, los médicos dieron cerca de 250 millones de recetas de opiáceos en 2013, según los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC).

«Los médicos aún no han aceptado su papel como prescriptores individuales en el fomento de esta epidemia», estimó Clark.




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