(Foto Refrencial) AFP

Arantza no es inmigrante. En febrero de 2019 viajó a Bogotá a visitar a su único hijo y sus nietas, pero la pandemia le impidió regresar en el plazo establecido originalmente. Catorce meses después decidió retornar a su hogar, consciente de la dura tarea a emprender. Lo que no imaginó es que le iría mejor en el paso por la trocha que en todo el trayecto dentro de Venezuela, su país.

Veintidos alcabalas y el despojo de sus pertenencias por parte de funcionarios en el terminal de San Antonio dan forma a una historia de horror, humillaciones y extorsión, que hoy cuenta con incredulidad y tristeza ante la pérdida de valores en lo que fue una nación próspera.

Arantza no forma parte de los 500 venezolanos que a diario, según Migración Colombia, atraviesan los pasos fronterizos ilegales en busca de porvenir. La oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), situó en diciembre esa cifra entre 500 y 700 migrantes y refugiados de Venezuela que siguen saliendo de su país a diario, pese al cierre de fronteras.

Tampoco entra en las estadísticas de Migración Colombia, que en diciembre de 2020  difundió un informe, con corte en octubre, según el cual en el país neogranadino hay más de 1 millón 717 mil venezolanos, de los cuales solo el 45% tiene definida su situación migratoria.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y el alto comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur), Eduardo Stein, advirtieron en diciembre que los flujos migratorios han vuelto a reactivarse. En una entrevista con Europa Press, Stein alertó que si la tendencia persiste, a finales de 2021 podría llegarse a los 6,2 millones de migrantes y refugiados, por encima de los datos de la crisis siria.

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La estrategia

Acostumbrada a vivir sola desde que su único hijo decidió buscar opciones en Colombia, Arantza deseaba retornar a su casa, una pequeña vivienda en una urbanización de Valencia. Con los aeropuertos cerrados debido a la pandemia y el paso por los puentes internacionales en la misma situación, debió organizar una buena estrategia.

El anuncio del gobierno colombiano de mantener el cierre de fronteras fluviales y terrestres hasta el 16 de enero la inquietó. Aunque la realidad indicaba que el cruce por las trochas se mantenía con una flexibilidad relativa, le preocupaba que se incrementaran los controles a partir de la segunda semana del primer mes de 2021. Era ahora o nunca.

Le preocupaban las noticias. No lejos estaba aquel 20 de noviembre, cuando unos 500 venezolanos, atrapados como ella en Colombia por la pandemia y el cierre de la frontera, derribaron una barricada e intentaron cruzar el puente Simón Bolívar, que conecta Cúcuta con San Antonio del Táchira.

(Foto AFP)

Era un riesgo, pero el deseo de volver a casa era más fuerte que el temor.

Decidida, contactó a través de la web a una persona que le habían recomendado para ayudarla en la travesía, previo pago por supuesto de una cantidad considerable.

En Facebook consiguió la oferta: «Viaje seguro y confortable. Ofrezco asesoría para tu retorno de Colombia a Venezuela… con destino a Valencia, Maracay, Caracas, Charallave, Puerto La Cruz, Barquisimeto, Acarigua y Punto Fijo. Viaja en la comodidad de un Expreso (buscama ),con aire acondicionado y baño. Directo con el terminal de San Antonio. Acompañamiento, asesoría, carga y traslado de tu equipaje desde Cucuta-La Parada- hasta el Terminal de San Antonio».

Ese acompañamiento le costó 30 mil pesos. Incluía el pago de los carrucheros y la guía durante el paso por la trocha «La Platanera». Pero hubo otros pagos: Para «los guerrillos», cuatro en total que no le revisaron las maletas porque se trataba de una «señora mayor»; un guardia en la parte venezolana de la trocha y un taxi camión que la llevó junto a sus maletas al terminal. En total, 300 mil pesos se quedaron en la trocha, unos 83 dólares, a razón de 3 mil 600 pesos por divisa estadounidense.

Foto referencial Carolina González

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En el terminal de San Antonio había que cancelar 35 dólares por el pasaje, que previamente había sido reservado como parte del paquete que le ofrecieron en Facebook.

A estos 118 dólares, Arantza sumó el costo del boleto aéreo de Bogotá, que totalizó 120 mil pesos; 60 mil pesos por llevarle las malestas al taxi y el pago de 50 mil pesos al conductor de este vehículo que la llevó hasta la zona de La Parada, donde inicia la travesía por la trocha.

Con estos 64 dólares, Arantza había contabilizado,  hasta la oficina de los expresos que la llevarían a Valencia, 182 dólares.

Hasta ese momento, la experiencia más dura había sido el cansancio luego de recorrer durante casi una hora por un camino enmontado, una trocha custodiada por guerrilleros que a sus 65 años se le hacía difícil transitar. Pero no le fue tan mal. «Aquí si pagas no te metes en problemas. No revisaron mis maletas y hasta agua me dieron».

«Ojalá tu mamá nunca se consiga gente como tu»

Ya en suelo natal, Arantza se sentía más tranquila. Con el boleto en mano tenía asegurado su puesto en el buscama que la traería a Valencia. «Al fin podría descansar, relajarme y pensar en mi casa».

Pero no fue así. Al momento de la revisión de las maletas, en un toldito que solo cobijaba a tres funcionarios policiales, Arantza se enfrentó con la cara viva de la corrupción. Tras hacer una cola a pleno sol, fue atendida por un uniformado que le revisó sus maletas, las mismas dos con las que venía cargando desde Bogotá y que habían llegado intactas.

«Empezó a abrir y a poner mercancía de un lado a otro. Cuando vio las medicinas me dijo que no podían pasar». Arantza replicó: «Puedo llevar 6 medicinas de cada una y aquí solo hay dos de cada una». Ella llevaba medicamentos para los ojos, para la hipertensión y también antigripales.

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El funcionario sacó champú y jabones para el baño. «Esto me gusta», le dijo el hombre. Ante el temor de que la acusaran de cualquier delito, Arantza no se opuso cuando el policía comenzó a sacar otros productos de uso personal, los chocolates para sus sobrinos, latas de atún y de tomates, afeitadoras,  entre muchas otras cosas. «Se quedó con media maleta, me la devolvió casi vacía».

Al terminar lo que Arantza definió como un saqueo de su equipaje, el funcionario le dijo: «¿Y para los refrescos no hay?» Fueron 30 mil pesos más, casi 9 dólares, con los que evitó que le abrieran su segunda maleta, que solo tenía ropa.

Con impotencia, solo alcanzó a decir: «Ojalá que tu vieja jamás se consiga gente así como tu. Yo puedo ser tu mamá».

22 alcabalas de San Antonio hasta Valencia

Pero la odisea apenas iba por la mitad. Ya con su maleta desvalijada por el funcionario y la rabia a cuestas, Arantza se sentó a esperar la salida del buscama, prevista para las 5:00 de la tarde, pero que terminó por concretarse a las 8:00 de la noche.

Aún le faltaba recorrer 676 kilómetros hasta Valencia, donde anhelaba llegar. La acompañaban en el trayecto pasajeros con destino a Cojedes, Carabobo, Aragua y Distrito Capital, todos convencidos de que ya podrían relajarse. No fue así.

Veintidos alcabalas debieron sortear. Un trayecto que normalmente se hace en unas 8 horas se alargó a 21 horas. La razón, en cada «puesto de control» el autobús era detenido.

Parece que se pasaban la voz, recuerda Arantza. «Todos estaban dateados sobre el buscama que venía de San Antonio con gente que había pasado las trochas«. No todos los pasajeros habían efectuado ese trayecto, pero todos tuvieron que pagar.

Recién salidos del terminal se encontraron con la alcabala de Peracal. Allí un funcionario abordó el autobus y les dijo: «Necesito 50 dólares, me los dan o se atienen a las consecuencias», narró Arantza con frustración e impotencia.

«No quedó más remedio». Entre todos los pasajeros reunieron la cantidad y se la dieron. Ningún funcionario revisó el buscama.

Este fue apenas el inicio de un camino tortuoso de casi un día. En cada alcabala los pasajeros debían pagar entre 5 y 10 mil pesos, o su equivalente en dólares, las únicas monedas aceptadas por los funcionarios.

Las comisiones en el terminal de San Antonio y en las alcabalas totalizaron para Arantza 175 mil pesos, un poco más de 48 dólares, que se sumaron a los 182 dólares que había pagado para llegar de Bogotá hasta el terminal terrestre en suelo venezolano.

Ya en Valencia debió pagar dos dólares para que le llevaran las maletas a un taxi, que le cobró otros cinco dólares para llevarla a su casa.

Hoy Arantza está en su casa. Llegó sin la mitad del contenido de una de sus maletas y 237 dólares menos en su cartera. La experiencia del retorno a casa en pandemia fue aterradora.

En los 14 meses que estuvo en Bogotá había olvidado la cara dramática de la corrupción. «Nunca lo había vivido tan de cerca, es una pérdida de valores absoluta. Hoy te digo con certeza que le tengo tanto miedo a un uniformado como a un delincuente».




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