Historia y Tradición

La Batalla de Lepanto fue un combate naval realizado el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente a la ciudad de Naupacto o Lepanto, situado entre el Peloponeso y Epiro, en la Grecia continental. Desde 1570 el jefe turco Selim II, se empeñaba en rendir a la isla de Chipre ubicada al Sur de Turquía en el mar Mediterráneo, dominada desde 1489 por la República de Venecia, constituida en torno a la ciudad de Venecia, desde el siglo IX hasta 1797.

Para poder enfrentarse al poderoso ejército y la armada turca, se constituyo una coalición cristiana denominada Liga Santa, integrada por: Venecia, la República de Génova, el Ducado de Saboya, la Orden de Malta, España representada por el rey Felipe II y la iglesia occidental en la persona del Papa Pío V, visualizaba un considerable peligro de la cristiandad en caso de ser derrotados; a tal fin se designó comandante de la gran coalición militar al estratega español Don Juan de Austria.

Durante los preparativos para la gran batalla, los turcos organizaron en Rodas una poderosa escuadra con: cincuenta galeras y cincuenta transportes de soldados comandados por Pialí Bajá; el 9 de septiembre de 1590 habían ocupado a sangre y fuego a Nicosia. La Liga Santa concentraba su fuerza en Mesina integrada por: 227 galeras, 6 galeazas, 76 fragatas o bergantines con un total de 98.000 hombres.

Don Juan ordenó importantes ajustes técnicos y logísticos para lograr más efectividad con el empleo de la artillería, considerando estar en desventaja ante un ejército superior en naves y efectivos, integrada por: 210 galeras, 87 galeotas y fustas y 120.000 combatientes. Las galeras eran impulsadas por remeros profesionales o por “chusma”, es decir, gente que había sido condenada por cualquier delito a este duro trabajo. El 27 de noviembre la gran armada turca se encontraba en el golfo de Corinto cerca de Lepanto, en Grecia, área de reunión del futuro escenario bélico.

El Papa Pio V dispone que todos los participantes en la operación militar y todos los cristianos, recen el Rosario, rogando por el éxito de la batalla, además tener el Santísimo expuesto en las iglesias. Horas antes de entrar en combate, los asesores de Don Juan de Austria proponían no enfrentar a la poderosa flota turca en condiciones de inferioridad; el comandante impuso su criterio de buscar a la flota enemiga y hundirla, esta fue su respuesta: “caballeros el tiempo de las discusiones ha pasado para dar lugar a la lucha”. Desde la madrugada del día 7 de octubre las escuadras lentamente se aproximaban, manteniendo el orden en la impecable línea de combate.

Los soldados cristianos oraron al amanecer; la batalla se inició a las diez y treinta con el ataque frontal de ambas flotas desplegadas en línea e intentando Alí Bajá el jefe turco envolver sólo el ala derecha cristiana, ya que el ala izquierda se extendía casi hasta la costa. En encuentro culminó en horas de la tarde.

El exitoso empleo de la artillería, de los arcabuces y mosquetes, y lo más importante, el poder de la oración de la Liga Santa, causó significativas bajas a los turcos. Extraordinaria acción conocida como: “la gran ocasión que vieron los siglos”, por haber detenido así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental. Las bajas cristianas entre muertos, heridos y ahogados fue de quince mil efectivos y doce embarcaciones, mientras que el adversario tuvo: treinta mil bajas, ocho mil prisioneros y ciento trece embarcaciones dañadas o hundidas; sólo se salvaron treinta embarcaciones.

En esta batalla participó y fue herido el renombrado escritor español Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), “el príncipe de los ingenios”, autor de la famosa obra Don Quijote de la Mancha, con pérdida de movilidad de su mano izquierda, lo que valió el sobrenombre de “el manco de Lepanto”.

Guiado por una inspiración, el Papa salió de su capilla y anunció la buena nueva de que la Santísima Virgen había otorgado la victoria. Semanas más tarde llegó el mensaje del triunfo de parte de Don Juan, atribuido a la Virgen del Rosario, por haberse realizado el primer domingo de octubre, cuando las cofradías del Rosario fueron fundadas por la Orden de Predicadores a la que pertenecía el Papa San Pío V, denominándola Nuestra Señora de las Victorias. Tanto la Virgen de Lourdes en su aparición de 1858 en la gruta de Massabielle –Francia, como la de Fátima en 1917, pidieron a sus aparecidos que rezasen el rosario.

Gran parte de los Sumos Pontífices del siglo XX fueron muy devotos de esta advocación, Juan Pablo II, “el Papa Bueno”, manifestó en 1978 que el rosario era su oración preferida.

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