AFP

Llegó a Río como la mejor
gimnasta del mundo y se va como una estrella del deporte global. Simone Biles
se despidió de sus primeros Juegos volando sobre el tapiz hacia su cuarto oro,
con el que igualó el récord de las diosas de una gimnasia que cambió
de era
cuando apareció ella.

Con 19 años, un talento
arrollador y más títulos mundiales que nadie (10), esta diminuta texana agrandó
su leyenda en Brasil con los oros en el concurso general, por equipos, en salto
y suelo, sólo deslucidos el lunes por el bronce en la viga.

Aquellas milésimas en las que el
equilibrio se la jugó por primera vez, le bajaron a falta de dos paradas del
tren que le llevaba hacia el récord de convertirse en la primera gimnasta de la
historia con cinco oros en unos mismos Juegos.

«Es loquísimo. Pienso en lo
que he hecho y ha sido una experiencia increíble. Marcharte de tus primeros
Juegos con cinco medallas, y cuatro de oro, así no puedes estar
decepcionada», aseguró.

Pero Biles volvió este martes
para poner las cosas en su sitio y a competir en el suelo contra ella misma, su
única rival desde que irrumpió hace tres años en el circuito profesional para
revolucionarlo todo.

Desde que llegó ella, a las
mortales sólo les queda luchar por los dos escalones que sobran en el podio,
donde la plata sabe oro porque la gimnasia de Biles no es de este mundo.

El segundo puesto este martes fue
de nuevo para la también estadounidense Alexandra Raisman, defensora del título
de suelo y segunda del concurso individual, mientras que el bronce se lo llevó
la británica Amy Tinkler.

La Arena Olímpica abrió la
competición femenina hace nueve días esperando sólo por ella y la cerró este
martes celebrando en pie a su reina a ritmo de samba.

Imparable cuando pisa el tapiz,
su hábitat natural y su ejercicio favorito por el cóctel explosivo que consigue
agitando la música con unas acrobacias espectaculares y un punto seductor, en
las cuatro veces que presentó su rutina en Rio no sólo fue mejor que las demás,
sino también que ella misma.

Una progresión que culminó el
excelente 15.966 con el que salió del gimnasio donde se presentó al mundo y se
lo metió en el bolsillo.

«Estaba muerta de los
nervios, pero sabía que no había tiempo para eso», confesó después al
contar cómo sus piernas estaban entumecidas tras su maratón dorada.

Como si nada hubiera pasado la
víspera, Biles llamó a lo grande a la puerta de las leyendas olímpicas de la
gimnasia, cerrada desde hace 32 años. Con sus cuatro oros por delante y una
felicidad descarada que rompe moldes en este deporte donde sólo la disciplina
espartana elige a sus campeones.

Allí le esperaban leyendas de
otras épocas como la soviética Larissa Latynina y la húngara Agnes Keleti
(1956), la checa Vera Caslavska (1968) y la rumana Ecaterina Szabo (1984),
todas tetracampeonas en unos mismos Juegos.

ES HUMANA

En Río se descubrió, sin embargo,
que ella también puede fallar, aunque como ocurre con los genios no lo tiene
entre sus costumbres.

Pero ni la traición de la viga,
aparato del que es campeona mundial, es capaz de eclipsar su paso brillante por
los primeros Juegos que la reciben.

Tras quedarse a las puertas de
Londres-2012 por ser demasiado joven, en Rio ha abrillantado su estrella. Todo
el mundo quería ver a esa diminuta estadounidense que con su rocoso 1,45
consigue acrobacias de otra galaxia y que, pase lo que pase, siempre aterriza
clavada sobre el tapiz y pegada a una enorme sonrisa.

«Tengo un sentimiento de
alivio. Pero también estoy triste por lo rápido que ha sido todo. Es
emocionante que haya acabado, pero es triste también», contó en su último
paso por la zona mixta.

Aunque los focos se quedaron con
Biles, en la jornada también hubieron otros momentos álgidos como la exhibición
del ucraniano Oleg Verniaiev en las barras paralelas, la confirmación del
fracaso chino (el gigante asiático se va por primera vez de unos Juegos sin
oros en gimnasia desde Los Ángeles-1984) y la exhibición del alemán Hambuechen,
oro en la barra fija.

La tradición manda que la
competición se cierre colgada de este aparato donde los gimnastas desafían a la
gravedad con la potencia de sus brazos, logrando volteretas y vuelos
imposibles, pero esta vez fue diferente.

La reina Biles ya se había ido y
el gimnasio se había quedado huérfano.




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