La enfermedad se transmite por contacto directo con la sangre y fluidos. (Foto EFE)

EFE

La respuesta de la comunidad internacional a la actual epidemia de ébola en África Occidental ha sido rápida, pero la falta de medios económicos y humanitarios y la persistencia de costumbres ancestrales en torno a esa enfermedad dificultan los trabajos para contenerla.

Así lo afirma en entrevista con Efe la portuguesa Ana Maria Burguière, responsable adjunta de la unidad de intervención biológica de urgencia en el Instituto Pasteur, para quien la virulencia del actual brote del virus, el más letal desde que se detectara en 1976, se debe a esa carencia.

«El problema de control africano es la falta de infraestructuras», reconoce la investigadora, según la cual el hecho de que esta epidemia en Guinea Conakry, Liberia, Nigeria y Sierra Leona haya registrado casos en núcleos urbanos ha disparado su transmisión.

El último recuento ofrecido esta semana por la Organización Mundial de la Salud (OMS), con la que colabora el Instituto Pasteur, ofrece un balance de 1.603 personas afectadas en esos cuatro países, y de 887 muertes.

La enfermedad se transmite por contacto directo con la sangre y fluidos corporales de personas o animales infectados y puede tener una tasa de mortalidad del 90 por ciento, que en esta ocasión, desde el primer caso detectado en marzo, oscila según sus cálculos entre el 53 y el 55 %.

«No hay tratamiento para las fiebres hemorrágicas y es posible que sea por falta de interés, en la medida en que los países afectados hasta hoy son pobres o están en vías de desarrollo», destaca la experta.

El virus se ha presentado en su cepa más letal, la conocida como Zaire, pero todavía es pronto, señala, para constatar si ha mutado o puede mutar y si la situación puede degenerar en pandemia.

«Es necesario que los expertos tengan el tiempo de analizarlo. Hacen falta comparaciones y estudios en profundidad», añade Burguière, quien avanza que la investigación se ha concentrado sobre el terreno, aunque se han llevado muestras también a centros de Lyon (Francia) y Alemania.

Los 100 millones de dólares con los que se ha dotado al plan de respuesta presentado por la OMS para combatir la enfermedad, según advierte, es «una suma enorme, pero ¿cuánto cuesta desplegar equipos y montar las infraestructuras?».

Persisten igualmente dudas, a su juicio, sobre la conveniencia y necesidad de proceder o no a la clausura de fronteras en países «comunicados por jungla, con líneas no delimitadas».

«¿Cómo proceder a su cierre?», se pregunta la investigadora, que trabaja desde 1992 en ese centro privado dedicado a la prevención y el tratamiento de enfermedades, principalmente infecciosas, a través de la investigación, la enseñanza y acciones de sanidad pública.

No ayuda a su contención, según explica, la persistencia de prácticas culturales que, en los ritos funerarios, llevan a lavar, abrazar y besar a los fallecidos, ni tampoco su presencia en áreas densamente pobladas.

Por lo que, ante la dificultad de predecir su avance, recomienda «mantenerse vigilante» y no saltarse las homologaciones necesarias a la hora de sacar al mercado vacunas experimentales probadas solamente en animales y no en humanos.

«Debe haber un mínimo de precaución», concluye Burguière, que ve difícil la expansión de la enfermedad a países occidentales porque no se dan las condiciones naturales de transmisión, a través principalmente de los murciélagos de la fruta, y porque, llegado un eventual caso de «importación», «las infraestructuras y hábitos no son los mismos».




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