AFP

Más de cien años después de haber desaparecido, los
gritos de los monos aulladores suenan de nuevo en la selva de Tijuca de Río de
Janeiro,
 el mayor pulmón verde en un medio urbano que
poco a poco está recuperando su fauna.

«Los monos
aulladores (Alouatta) habían desaparecido desde hace más de cien años.
Decidimos reintroducirlos porque es una especie resistente. Se alimentan
básicamente de hojas y frutos y son relativamente fáciles de reproducir»,
contó a la AFP el científico Fernando Fernández, de la Universidad Federal de
Rio (UFRJ).

Según el experto, estos monos aulladores, conocidos también
como araguatos o carayás, tienen un importante papel en su medio.
Tienen un
valor particular gracias a su interacción con los escarabajos peloteros,
que al utilizar sus excrementos aportan nutrientes que fertilizan el suelo de
la selva.

Una de las rutas que
atraviesan la selva de Tijuca conduce a la estatua del Cristo Redentor, que con
sus brazos abiertos domina las colinas del Corcovado.

El administrador de
la selva de Tijuca, Ernesto Vivero de Castro, quiere convertir este lugar en
«un laboratorio de reconstrucción de fauna que sirva como modelo a otros
lugares del mundo», dijo Fernández.

Del tráfico a la selva

La preparación para
la reintroducción en su medio natural de estos grandes primates, que pesan
hasta 9 kilos y cuyos gritos se escuchan a kilómetros de distancia, fue
meticulosa.

«El mono aullador es el mayor mono de la selva
atlántica después del ‘muriqui’ (mono araña lanudo).

Reunimos a 5 individuos, 3 machos y 2hembras, y durante 5 meses interactuaron
en nuestro Centro de Investigación», contó el científico.

Pero el macho
dominante, Chico, expulsó a un macho joven, César, y obligó así al equipo de
científicos a sacar al Benjamín del grupo o de lo contrario podía acabar
muerto. César será enviado a la selva más tarde, junto a otro grupo.

Estos primates reintroducidos provienen del tráfico de
animales salvajes.
La policía los confiscó de manos de
contrabandistas.

A las hembras se les
colocó un collar y a los machos una pulsera en una pata para permitir a los
científicos identificarlos, localizarlos y monitorizar su interacción.

«Un mes y medio
después, están bien y permanecen bastante cerca del lugar donde los
dejamos», se regocijó Fernández. Y ya comenzaron a hacer oír sus voces.

También llegarán
otras especies, como el perezoso y el tití león dorado, que está en vías de
extinción, así como el kinkajú.




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