AFP

El entrenador italiano Claudio Ranieri no es un gurú ni un
tirano, es un hombre de sonrisa y lágrimas fáciles, gran gestor de recursos
humanos con un concepto del fútbol simple con el que acaba de dar el gran
golpe.

El título de la liga inglesa que consiguió
este lunes al frente del Leicester corona la carrera como jugador y entrenador
de este hombre de 64 años nacido en Roma el 20 de octubre de 1951, que se forjó
como jugador en equipos modestos italianos -jugaba de lateral izquierdo- y que
como entrenador fue casi siempre un recurso desesperado.

«En el fútbol no hay que inventar
nada», dijo en una ocasión. Al llegar al Leicester «les dije que
confiaba en ellos, que hablaría poco de táctica. Para mí, lo importante es que
corrieran tanto como les había visto correr al final de la temporada
pasada», dijo al diario italiano Corriere della Sera.

Ranieri devolvió la sonrisa y el optimismo a
un puñado de jugadores descartados de grandes equipos o procedentes de otros
más modestos, y sacó lo mejor de ellos con una receta que combinó amabilidad e
invitación al trabajo duro.

«Eran jugadores considerados demasiado
pequeños o demasiado lentos para otros grandes clubes», admitió el mismo
Ranieri.

Con él, el hasta ahora desconocido
centrocampista argelino Riyad Mahrez -«¿quién diablos es?», se
preguntó un hincha en un foro cuando lo ficharon del Le Havre francés- ha sido
elegido mejor jugador del año.

Jamie Vardy, que hace cinco años, a los 23,
jugaba en un equipo de aficionados y trabajaba en una fábrica, ha logrado 22
goles. Y el argentino Leonardo Ulloa, el fichaje estrella de la temporada
pasada, ha aceptado sentarse en el banco en ésta, y cada vez que sale resuelve
un problema.

«Claudio es una gran persona»,
explicó a The Guardian el defensa austríaco del equipo, Christian Fuchs.

La mujer de Fuchs le organizó una fiesta de
cumpleaños sorpresa y Ranieri se confundió y se presentó un día antes,
preguntándose dónde estaba todo el mundo. «Al final, Claudio vino dos
veces a mi fiesta. Y eso es un honor todavía mayor. No podía creerme que
estuviera ahí, no creo que muchos entrenadores hubieran venido. Y se reía,
disfrutaba de la fiesta, sin preocuparle de si me tomaba una o dos copas de
vino».

 




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