«El rollo es manejar tu voz, manejar las emociones», dice el actor mexicano. (Foto Archivo)

AFP

Es Shrek, el ogro verde más famoso del mundo, y en segundos, el gato Silvestre, y de repente, el conejo Bugs Bunny, el Pitufo Filósofo o Marty, la loca cebra de Madagascar: a todos les da vida Alfonso Obregón con versatilidad pasmosa.

«El rollo es manejar tu voz, manejar las emociones», dice a la AFP el actor mexicano, destacado en el arte del doblaje, invitado especial del VI Salón del Ocio y la Fantasía SOFA2014, que se desarrolla este fin de semana en Bogotá.

«Somos entre psicólogos, imitadores y actores», agrega, mientras se convierte en el neurótico perro chihuahua Ren, de «Ren y Stimpy», y en segundos habla como el Muppet Gonzo.

«¿Esquizofrénico? Sí, un poco», reconoce entre risas. «Me sacan del hospital para ir a doblar».

Humor y pasión le sobran a Obregón, que lleva 46 de sus 54 años prestándole su voz y su talento a múltiples personajes de dibujos animados, pero también a actores de carne y hueso.

«Woody Allen fue un agasajo. Porque tenía que convertirme en él, estar en su tono, reflejar esa neurosis. Lo tenía que convertir además al mexicano y que fuera gracioso. Fue un reto».

Cuando dobló a David Duchovny como el agente Fox Mulder en «Los expedientes secretos X», una de sus interpretaciones más conocidas, la cosa fue distinta: «Veía ovnis, me caía gordo».

El mayor desafío fue doblar «La Naranja mecánica», dice, «una película de culto que había visto de chavo», para la cual pidió hasta una tina con agua para dar verosimilitud a una escena.

Para Obregón, inconforme contumaz de su trabajo por su empeño en hacerlo siempre mejor, la clave del doblaje radica no sólo en saber actuar y «saber exactamente cuándo ver, leer y hablar», sino en dejar de ser uno mismo, olvidarse del ego.

«Cuando un hombre logra ser una señora (imita a Roz, la gruñona secretaria de «Monsters Inc.») y veo que es Humberto Velez (la famosa voz de Homero Simpson en español), digo ‘¡Guau!'».

«Ni magia, ni superpoderes»

Obregón llegó al doblaje sin darse cuenta. Nació en 1960 en una «carpa», un tipo de teatro muy popular en México en el siglo XX. Su padre era dueño de una y creció entre ventrílocuos, imitadores y payasos.

Tenía cuatro años cuando terminó arriba del escenario reemplazando a un niño mucho mayor que se había enfermado. «No fue magia, ni superpoderes, sólo genética: mis papás, mis abuelos, mi bisabuelo, todos eran actores. Creo que esto ya uno lo trae ahí, pues», cuenta.

Cuatro años después, un cazatalentos descubrió su capacidad para interpretar con la voz. Para entonces las señoritas hacían de niños porque eran más disciplinadas, pero él los deslumbró a todos. «A los tres meses me cantaron las mañanitas porque cumplía ocho años y ahí empezó mi carrera».

Ya de veinteañero decidió ser un verdadero profesional. Aprendió pantomima, canto y a apoyar la voz: en el pecho para un galán, en la garganta para dar miedo, en la nariz para hacer de malo.

Sus maestros fueron algunos grandes del doblaje mexicano -Jorge Arvizu (Pedro Picapiedra, El Super Agente 86), Narciso Busquets (voces en Alf, Popeye, Érase una vez el hombre), Ismael Larrumbe (Scooby-Doo, Tigger, John Wayne). «Ellos me enseñaron a amar mi trabajo», afirma.

Para entonces México lideraba esa industria en Latinoamérica, en la que a partir de los años 1990 comenzaron a pesar Argentina, Puerto Rico y Venezuela.

«Lo del español neutro es un cuento. Lo que pasa es que Estados Unidos echó mano a México porque estaba más cerca y empezamos a hacer esto primero que nadie», dice, convencido de que cada país debe doblar para su mercado interno. «No creo que México tenga que doblar para todo el mundo».

Para Shrek, su personaje más querido, llegó a grabar 40 veces algunas partes. «Una era para Venezuela, otra para Colombia, otra para Ecuador, otra para El Salvador», señala, y resume su entusiasmo por el oficio.

«Todos los días lucho por ser el mejor del doblaje. Me parece que está padre eso».




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