Fabio Solano || solanofabio@hotmail.com

“A ver secretario, ¿qué dice Maquiavelo para un caso como este?”. La pregunta la había hecho el hombre detrás del escritorio. A la vez que se dirigía a su subalterno, miraba al militar sentado del otro lado, para valorar su reacción. Y agregó: “Nuestro secretario es un lector empedernido de un libro llamado ‘El Príncipe’, donde asegura están todas las respuestas a cualquier situación. Por eso le pregunto en su presencia, general, para ver cómo hacemos”. 

El secretario no podía creer que su jefe le hiciera tal pregunta ante un militar. Por eso contestó un tanto parco. “Señor, Maquiavelo decía que en una situación así es mejor ganarse la confianza de la gente, que utilizar la fuerza. Debería anunciar la medida, porque seguro el resto del mundo dirá que hay dictadura y represión”. Entonces vio claramente cómo el general se removía en su silla, justo cuando oyó la palabra dictadura. El secretario sabía bien de los vaivenes de los gobiernos por siglos. Cuando existía democracia, con el tiempo la corrupción daba al traste con todo y entonces la gente pedía militares. Luego estos últimos demostraban su incapacidad para gobernar y los ciudadanos comenzaban a exigir libertad y democracia. Y en esos se iban los años.

El hombre del escritorio miró al general, como preguntando qué le parecía el asunto.  El militar evadió: “Yo hago lo que usted ordene, señor”. El Presidente dijo: “Muy bien. A las 10 de la noche voy a anunciar la cosa por televisión. Hoy es domingo y mucha gente estará en su casa. Pero antes usted tendrá preparados los tanques y la tropa. Quiero que cubra el Congreso totalmente y no deje entrar a ningún parlamentario. También vamos a llevarnos presos al presidente de la Cámara de Diputados y algunos de sus colegas. Quiero tanques frente a los partidos políticos, con eso metemos miedo”.

El general asintió con la cabeza; tenía sus dudas. “Mire Presidente, el secretario tiene razón en eso de ganar la confianza de la gente. Si intervenimos el parlamento, habrá reacción”. Su interlocutor entrecerró los ojos y con falsa sonrisa contestó: “Déjemelo a mí. Ya hicimos una encuesta y tengo el apoyo popular, tenemos la confianza de la gente, como dice Maquiavelo. Cuento con el apoyo de la fuerza armada y los medios radioeléctricos no transmitirán nada. Así la reacción será minimizada”.

A las 10 de la noche del 5 de abril la programación familiar por TV fue interrumpida y apareció la imagen de Fujimori. En una corta intervención dijo: “He constatado anomalías y me siento en la responsabilidad de asumir una actitud de excepción para aligerar la reconstrucción nacional… he decidido disolver temporalmente el Congreso…”. La TV siguió con la programación normal y por eso los limeños no vieron cómo los tanques rodeaban el Congreso, ni cómo era detenido Roberto Ramírez del Villar, presidente de la Cámara de Diputados. Tampoco fueron informados del peligro que corrió el expresidente Allan García, al huir por el techo de su casa para escapar de la muerte. 

Fujimori no solo clausuró el Congreso, sino que intervino el Poder Judicial, la Contraloría General, el Consejo de la Magistratura, y el Tribunal de Garantías Constitucionales. En nombre de un gobierno de “reconstrucción nacional” acabó con las instituciones democráticas y luego aseguró que el problema estaba en que su gobierno no tenía el apoyo del Congreso, donde su partido era minoría. Como no podía seguir gobernando así, dispuso su disolución. A los días, hubo apresamientos de dirigentes políticos, gremiales, sindicales, periodistas independientes, críticos de Fujimori. Los parlamentarios intentaron ejercer sus funciones, pero fueron disueltos por la fuerza. Si bien, pasado un tiempo se eligió otro parlamento, con nueva Constitución, fue evidente que estaba acomodado para apoyar al golpista.

Diez años después Fujimori huía al Japón, al descubrirse un fraude para reelegirse. Hoy está en prisión, juzgado por delitos de corrupción, represión, asesinatos de opositores, por todo lo que prometió combatir y que nunca cumplió. La justicia tarda pero llega.




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