Manuel Barreto Hernaiz || barretom2@yahoo.com

Estamos totalmente convencidos que existe una total ausencia de capacidad, intención, visión y responsabilidad del régimen para afrontar los ineludibles retos del país ante la peligrosa crisis que el mismo gobierno propició, y esto se hace  evidente cada día que pasa. Por supuesto que aún estos irresponsables acumulan mucho poder pero ya carecen de liderazgo. El tipo de liderazgo que requiere un país cuando se enfrenta, cumulativamente, a un desafío socio – político y  económico como el que  se nos presentó, pues el gobierno hizo lo que estuvo a su alcance por empujarnos como nación a este profundo barranco. Lo que viene filtrándose a los pocos medios de comunicación veraces, es tan solo la punta del iceberg, pues el país ya colapsó. 

Ese show mediático con unos cuantos “empresarios” en el Teresa Carreño, para retomar el tema de la productividad, que hace tres lustros tiraron por la borda del disparate, la opacidad y la corrupción, es otra pantomima, pues, desde sus inicios, se empeñaron en montar una estructura económica que no favoreció la productividad ni la rentabilidad; el trabajo no  logró convertirse en una fuente de riquezas para la sociedad, ni en una condición para satisfacer la estructura de necesidades de las familias. Misiones que si en su concepción tenían buena intención, al poco tiempo eran incontrolables focos de corrupción. La ética del trabajo del  régimen siempre estuvo está más vinculada al gasto y derroche en proyectos suntuarios de valor político, y por supuesto, en la complaciente adquisición de armamentos para alegría tan solo del estamento militar, que a la productividad. Ha llegado el momento del despertar de esa horrible pesadilla, y de apartar ese espejismo de atraso, y repensar la inserción de nuestro estado y de  Venezuela en el Siglo XXI.   

Y para tal cometido (tal como lo apuntaba Francis Fukuyama, palabras más palabras menos) se requiere más libertad de organización para las empresas privadas y menos compañías del Estado para evitar la corrupción. Hay que proteger la transacción; esto es, el cumplimiento de los contratos entre particulares, entre empresas, y entre éstos y el Estado. Que los agentes económicos puedan actuar disminuyendo costos. Para esto debe terminarse con la corrupción en el sistema judicial. Hay que controlar o de ser posible, poner fuera a abogados y jueces corruptos. Que en la sociedad existan valores y normas compartidos; es decir, que haya una ética, una sola moral, para el trabajo, la producción, el comercio, la política, la cultura. Que si el juez no es honrado, que si el líder político no actúa conforme a sus compromisos, sepa que está violando principios morales que la sociedad condena y que por ello será castigado de alguna forma.  

Para empezar a construir un país de verdad, para salir del atolladero en que nos encontramos, de una manera eficiente, con alternativas viables y con la rectitud que se merece una nación que viene de ser ultrajada, se hace ineludible abordar el problema de complicidad subyacente en buena parte de la sociedad venezolana, ventilando públicamente los problemas que acarrean, han acarreado y se prestan a acarrear los grupos de presión nunca alineados con el interés general. Sobran los ejemplos de esa perversa complicidad entre decisores o gestores públicos  y entes del sector privado quienes basados en sus credos o convicciones personales, promovieron políticas públicas que dieron al traste con el normal desenvolvimiento de los mercados y con la incipiente competencia que se veía a finales del pasado siglo.  

Más que plantear un enfrentamiento ideológico -de lo que realmente, estamos hasta la coronilla- lo que se espera es un proyecto que represente las reales y sentidas necesidades sociales del país en estos tiempos. Que convenza a la ciudadanía de la necesidad de construir el clima de certidumbre y tranquilidad interna, de comprometer nuestras acciones y visiones, para que prive esa tranquilidad y sosiego en todas las familias venezolanas. Nuestra tarea y responsabilidad, así como el compromiso de todos los ciudadanos de buena voluntad, es consolidar y promover las interacciones que sean necesarias. Esa debe nuestra prioridad absoluta: la gente, la sociedad. Solo desde el compromiso se podrá constituir un poder capaz de forzar la realidad a un cambio.   

Y ese cambio deberá concatenar dos poderes: el poder de la diversidad para la reconstrucción civil de nuestro país y el poder de la imaginación que esta diversidad provee, para la solución de los problemas que se han sembrado  y fertilizado con un exceso de hegemonías fundadas en criterios de anacrónicos.   Y esa ruta ardua pero noble, empieza con la confianza que pueda consolidar más que un logro electoral, una fase fundamental  para iniciar la unificación de nuestro desgarrado, fracturado  y desorientado país. 




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