(Foto Archivo)

EFE

EE.UU. tiene en Arabia Saudí una de sus alianzas más duraderas y estables en Oriente Medio, sin embargo, los últimos acontecimientos regionales y la nueva tendencia estadounidense hacia la autonomía energética han provocado un cambio de roles entre ambos que el nuevo rey, Salman, tampoco va a rebatir.

Los equilibrios diplomáticos de Estados Unidos en la región encontraron tras la Guerra del Golfo un punto de apoyo en Riad, una relación que Washington ha cuidado con mimo y cierta sumisión desde entonces, durante más de dos décadas de poder petrolero saudí, pero en la que ahora se han tornado los vientos a su favor.

La política energética del presidente estadounidense, Barack Obama, incluido el incremento del uso de las técnicas de fracturación hidráulica para la extracción, está sentando un camino hacia la autonomía energética de su país que, de momento, ya le ha dado la batuta para influir de manera directa en los precios del crudo.

Arabia Saudí, dependiente por completo de su industria petrolera, ha perdido así parte de su influencia económica, sin embargo, su papel como actor estable en el campo geoestratégico y en materia antiterrorista es fundamental para la Casa Blanca.

Tras la muerte este jueves del rey Abdalá, considerado uno de los mayores modernizadores del país, su medio hermano Salman bin Abdelaziz representa un símbolo de continuidad firme sobre esta pauta diplomática, fundamentada en el respeto mutuo y el pragmatismo.

«El rey Salman y el presidente Obama quieren continuidad en un momento en el que el resto de Oriente Medio se está desmoronando», explicó a Efe el experto del Centro de Estudios Brookings, Bruce Riedel.

«Abdalá ha sido el gobernante de facto del reino desde que el rey Fahd sufrió un derrame cerebral en 1995; se convirtió en rey una década más tarde, cuando Fahd falleció. Ha sido un reformador progresivo para los estándares saudíes y ha dado al reino 20 años de estabilidad», apuntó Riedel.

Mientras tanto, agregó, el mundo árabe enfrenta su peor crisis en décadas, por lo que la familia real saudí querrá presentar una imagen de estabilidad y fuerza, especialmente con la caída del Gobierno prosaudí en Yemen, que supondrá la primera crisis que Salman habrá de atajar.

«Seguiremos aferrados al enfoque tradicional sobre el que fue creada esta nación por su fundador, el rey Abdelaziz (bin Saud) y posteriormente por sus hijos. Nuestra Constitución es el libro de Alá (el Corán) y los actos del profeta Mahoma», confirmó el nuevo rey durante su entronización.

Y es que no es casualidad que tanto Obama, como el secretario de Estado, John Kerry, o el jefe del Pentágono, Chuck Hagel, reaccionaran con prontitud al fallecimiento del monarca, ya que son los saudíes unos de los principales aliados regionales de Estados Unidos para combatir a la nueva amenaza que representa el yihadismo del Estado Islámico (EI).

En ese sentido, no hay que olvidar la importancia capital de Arabia Saudí por su carácter religioso, basado en un acuerdo entre la familia reinante y el sistema clerical wahabí, un movimiento fundamentalista con una interpretación particularmente dura de la ley islámica y que cualquier monarca saudí tiene que considerar.

Muchos de los combatientes que integran el Estado Islámico basan su modus operandi en los libros saudíes para imponer su visión de la ley islámica, por lo que el aporte de Riad en materia de inteligencia y seguimiento de las amenazas es básico para frenar el avance de los yihadistas y desmontar el carácter ideológico de su lucha.

En el sistema reticular en el que se mueve la situación de Oriente Medio, esto afecta de manera particular a la situación en Siria, donde el mayor beneficiado por el hipotético desmantelamiento del EI es el propio presidente Bachar Al Asad, no del agrado estadounidense pero aliado de Teherán, donde se libra otra de las batallas estratégicas más importantes por su programa nuclear.

La sacudida en términos geoestratégicos que supondría el reposicionamiento de Irán en el mapa regional con un acuerdo sobre su desarrollo atómico sería, a fin de cuentas, una victoria sin precedentes para la Administración Obama, que neutralizaría así, con la mano no tan invisible de los saudíes, a un enemigo histórico.




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