Luis Alejandro Borrero |@LABC7

lborrero@el-carabobeno.com

Leonardo Padrón interrumpe su tertulia. Se levanta de la silla. La mesa, que comparte con diez personas, es la última a mano izquierda. Allí se habla de todo. Se habla de Trump, de Hillary. De lo costoso que están las entradas para el próximo concierto de Chino y Nacho, o de cuál es la hamburguesa más famosa de Caracas. No importa si el restaurante es italiano. La amena charla se pone en pausa cuando el escritor recuerda que tiene una conversación pendiente. Una mujer le entrega en sus manos un sobre amarillo con la edición aniversaria de El Carabobeño, que con un suspiro de papel logró circular el 1 de septiembre. En la portada, en grande, hay una frase suya. El periódico, como él mismo, también anda en la búsqueda de un país.

No lo ha encontrado. Venezuela es un extravío con apellido de nación. Padrón hojea la edición. No se detiene mucho en los titulares salvo en su texto, que adorna las páginas centrales. Le pregunta a su pareja, Mariaca Semprún, si le gusta el retrato caricaturizado que ilustra el texto de nombre “La difícil voz”: es la transcripción de un discurso que dio el 14 de julio en Valencia, ciudad a la que hoy ha vuelto. Le responden que no, así que guarda el periódico de vuelta en el sobre amarillo y continúa con el almuerzo.

A Leonardo Padrón hace tres años que el país se le sentó en el teclado, confiesa. No podía escribir nada más que no fuera la crisis. Retratar el desparpajo que son los venezolanos y sus gobernantes. “Es un libro que hubiese preferido no escribir nunca, que me robó dos años en los que pude haber hecho poesía, que es lo que más me gusta”. Pero hasta que las cosas cambien, no utilizará las 28 teclas para hacer algo distinto.

En cuarenta y cuatro piezas, el aún autor de novelas, diagnosticó de 2013 a 2015 en qué se ha convertido el otrora ‘paraíso caribeño’. No todas las crónicas de “Se busca un país” las tiene frescas en la memoria, dice. Su propósito en la ciudad es realizar un conversatorio con la mujer de rostro perfecto que tiene al lado, con la que guarda una relación sentimental. Ella pondrá la voz versátil, su canción. Como ingrediente especial está su amigo: el humorista Claudio Nazoa, quien dice que, en un país donde los políticos se volvieron un chiste, a los humoristas les ha tocado ponerse serios.

No se sabe si “Se busca un país” es un foro, una obra de teatro o un musical. Es un formato extraño, difícil de describir. Lo es, porque el país también tiene un formato extraño, dice Semprún en el conversatorio con los medios después de la comida. Padrón lo define como un cóctel de reflexiones: un jeroglífico en el que se pone en escena un esfuerzo por tratar de crear en la audiencia una reconexión con su sentido de pertenencia.

Los venezolanos están borrachos. El licor se llama Socialismo del Siglo XXI. Padrón cree en que ya se va saliendo del desastre. “Si te sirve la analogía, estamos en el noveno inning del juego”. Como en el día después del fiestón, donde lo que queda es un profundo dolor de cabeza. A pesar de que falten las pastillas, o que no haya dinero para hacer sopa y pasar la resaca, Padrón confía en que hay que seguir apostándole a Venezuela. De eso se trata la obra.

Conseguir el país será tarea de todos. No se le debe dejar a los políticos. Endosarles esa búsqueda es un error que ha cometido la venezolanidad. En estos días, en los que se ha activado el revocatorio, los políticos han insistido en que esa es tarea común. “Buscar el país es revisar lo que hemos hecho mal como ciudadanos, cuál es nuestra responsabilidad en el desastre que hoy somos”. Y de allí construir un mapa, una ruta que permita encontrarlo. No uno parecido a la cuarta república, subraya. Lo que tiene que venir debe ser algo totalmente distinto.

Cada vez hay más gente convencida de lo mal que estamos, dice Padrón. En esa medida, en la que se diagnostique la enfermedad, habrá algo de la coherencia, otro producto perdido: como tantos de la cesta básica alimentaria. En la borrachera colectiva hacen falta todas las voces posibles que tengan un átomo de sensatez. “¿Nos vamos a ir del estadio a punto de acabarse el juego de béisbol?” El revocatorio, para Padrón, podría ser el batazo clave en un equipo, la Mesa de la Unidad Democrática, que tiene tres hombres en base.

¿Irse del país?, cómo no. Claro que se piensa. Pero son momentos en los que se necesita responsabilidad con la cédula de identidad. Es uno de los temas en la presentación de esta noche, asegura Nazoa. Pero suelta, a manera de chiste, una profunda razón para quedarse. No podría ser otra forma, viniendo de él. Explica que Japón y Suiza son los países con los más altos índices de suicidio. En Venezuela el hampa no da tiempo para pensarlo: te matan antes. Pero hay una explicación por la que la gente no se va: quiere saber cómo termina todo esto. “Mi hijo, en Holanda, me dice cuando le preguntó cómo está la cosa por allá, que la cosa está igualita que cuando la revolución francesa. Más bien me pregunta ¿Qué pasó anoche en Caracas?”, dice Nazoa entre la risa de sus interlocutores.

Todos quieren ver el final de la película. Y quizá Padrón esté allí. En ese momento podría comenzar la primera línea de su siguiente libro: el último que hable de la crisis en Venezuela, seguramente. Por lo pronto, el escritor de novelas —reconvertido a cronista del desastre— adelanta que ya ha pensado en el título del libro para ese momento: “Hallé el país”.




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