(Foto Archivo)

EFE

El opulento palacio que el cardenal inglés Thomas Wolsey proyectó para el rey Enrique VIII en Hampton Court, 20 kilómetros al sur de Londres, celebra este verano el 500 aniversario desde que se empezaron a construir sus cimientos.

Los jardines versallescos que rodean el edificio, las estancias privadas que ocuparon diversos monarcas y los recargados salones donde William Shakespeare y su compañía actuaron en 1603 han sido cuidadosamente preservados para ofrecer un viaje a través de cinco siglos de historia inglesa al más de medio millón de personas que cada año visitan el palacio.

Los responsables de la conservación de Hampton Court Palace han programado una amplia oferta de obras de teatro y actividades infantiles para conmemorar durante el verano el quinto centenario del recinto.

A lo largo del recorrido por las decenas de salas del complejo, decoradas al gusto de cada uno de los reyes que las utilizaron, salen al encuentro del visitante personajes vestidos de época que recrean algunos de los episodios históricos que se produjeron entre los muros del palacio.

En uno de los salones, Isabel I mantiene una discusión con el mordaz enviado de María I de Escocia, James Melville, mientras Jorge I conversa en otra con dos cortesanas alemanas y Ana Bolena, el nuevo amor de Enrique VIII, flirtea peligrosamente en un pasillo con el poeta Thomas Wyatt.

La visita permite además ser testigo de la evolución de la monarquía británica durante los siglos y comprobar las diferencias entre los grandes salones con capacidad para cientos de personas, decorados con tapices, que diseñó Enrique VIII, con las más austeras estancias en las que vivió Jorge II, signo de la pérdida de poder económico de la corona en el siglo XVIII.

«La mayoría de los objetos individuales que estaban en los salones se han perdido, pero el ambiente se mantiene. Enrique VIII reconocería perfectamente sus habitaciones», señaló a Efe Dan Jackson, conservador del palacio.

Para amenizar la visita, a partir de media tarde se pone en marcha en el patio principal del recinto una fuente de vino, recreación de los surtidores que se utilizaban en los banquetes y celebraciones en el siglo XVI.

La fuente, de cuatro metros de alto, está inspirada en un artilugio similar que fue desenterrado durante una excavación arqueológica en Hampton Court en 2008, y ha sido colocada bajo el gran reloj astronómico de 1540 que preside el patio central.

El mecanismo precopernicano, con la Tierra en el centro y los doce signos del zodíaco a su alrededor, fue restaurado en 2007 e instalado en su posición original.

Más allá de la visita arquitectónica y artística al palacio, los conservadores tratan de ofrecer a los visitantes una experiencia «sensorial» de Hampton Court, explicó Deborah Shaw, responsable del Programa Creativo de Hampton Court Palace.

Una parte esencial de ese proyecto reside en la cocina del palacio, que ofrece platos inspirados en las recetas que disfrutaban los reyes ingleses hace varios siglos.

Enrique VIII, Eduardo VI y sus sucesores se sentaban dos veces al día a una mesa repleta de los manjares más apreciados, entre los que nunca faltaba la carne asada, un lujo para la época.

Por ese motivo, una de las estrellas de la carta en el actual palacio es el popular «roast beef» (ternera asada), que hace cinco siglos era un producto solo al alcance de los más ricos, tanto por la escasez de carne fresca como por el método con el que se cocinaba, que requería grandes cantidades de leña.

Los cocineros de Hampton Court Palace ponen especial atención además en la repostería y ofrecen una amplia oferta de dulces: desde el pan de jengibre que se servía a principios del siglo XVI hasta los elaborados pasteles que comenzaron a prepararse con la llegada de los primeros hornos al palacio.

«Queremos desterrar algunos de los mitos que rodean a la comida de los siglos pasados. Uno de ellos es que se comía sin modales. Eso es falso, en la corte los modales eran exquisitos. Tampoco es cierto que se comiera la carne algo pasada, recubierta de especias», explicó Marc Meltonville, historiador de la gastronomía.

«Los reyes traían especias de países lejanos, eran un signo de opulencia, y no las malgastaban en conservar la carne. Tenían la riqueza necesaria para comer carne fresca», relató Meltonville.




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