El autor ante su obra. (Foto Anaximenes Vera)

Peran Erminy

Si las pinturas de Julio Caicedo son enigmáticas, no es raro que el título que el propio artista escogiera para su exposición también lo sea: Los Iluminados. Al primer momento no sabemos si los iluminados son los cuadros, es decir, el género de obras, que en otras épocas recibieron ese y otros nombres semejantes, de los cuales solo se recuerda el de “iluminaciones”, o si se refiere más bien a la técnica de su realización, que es la del claroscuro. O tal vez, al tema, en cuyo caso se refería a los protagonistas principales de las obras, que son los caballos.

El tipo de discurso visual o de lenguaje pictórico, o de imágenes de Julio Caicedo, notoriamente metafórico, nos da la clave de su interpretación y no sólo de su título. No podríamos comentar estas pinturas del mismo modo en que se suelen comentar las demás exposiciones que se presentan en Caracas, porque no se trata de obras formalistas sino, al contrario, narrativas, metafóricas, referidas a otras cosas, de la inmediatez de la “pura visibilitá”. Estas pinturas aluden al mundo de lo invisible. Se acercan más al género de las ilustraciones literarias que al de la pintura formalista.

“Los iluminados” son los caballos. Pero son caballos simbólicos. Se relacionan con la mente y con lo sagrado. Simbolizan las fuerzas oscuras y disruptivas, como las pasiones y pulsiones que tratamos de dominar dentro de nosotros mismos. Estos son, también, los caballos del reino de los Pandaya, cuando hace unos cinco mil años los dos imperios, impulsados por fuerzas antagónicas, combatían para imponer su dominio. Los Pandaya representaban la luz y sus caballos iluminados luchaban para derrotar la oscuridad de las fuerzas del mal. Hay una contradicción en lo que decimos, pero también la hay en nosotros y en la lucha que libramos en nuestra propia interioridad. El mal que vemos en los otros está también dentro de uno.

El caballo representa muchas cosas; es lo que tenemos de animalidad y de naturaleza, es lo instintivo y lo inconsciente, opuesto a la racionalidad del espíritu, a la inteligencia. Por otra parte, los caballos poseen poderes de adivinación y de clarividencia. Presienten los peligros y previenen a los caballeros. El caballo tiene una significación cósmica en el Brihadaranyaka Upanishad.

El otro elemento clave en las pinturas de Caicedo es el templo. El templo real es representación a la imitación del templo celestial. Las ideas primordiales requeridas para erigirlo son las de orden, orientación y el equilibrio o la armonía. Es el eje de mundo y centro del universo, el cruce entre cielo y tierra.

Estas atractivas e impecables pinturas de Julio Caidedo constituyen un testimonio de la travesía emprendida por su espíritu en pos de la iluminación.

“Siempre busco, -dice Maurice Kremer- una armonía sin previa reflexión, una línea que me lleve a un borde de la hermosa criatura que va emergiendo ante mis ojos, dejo que siga su propio movimiento, dejo que éste reemplace mi consciente, que aflore el recuerdo”.

Como un paisaje ancestral que evoca trazos de materia crispados por el brillo de una luna resplandeciente de misterio, el trabajo de este místico de la luz se transfigura, atrapando y liberando espacios de gran resolución atmosférica y poética.

Julio Caicedo, egresado de la Escuela de Artes Plásticas de Cartagena, Colombia, se residenció en 1978 en Venezuela donde ha realizado su obra artística. En 1998 expuso en la galería La Previsora de Caracas. En 2012 expuso en la Casa de la Cultura de Montalbán, Carabobo con éxito de público y de crítica.




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