Es el punto más austral del mundo no impactado por la lluvia ácida. (Foto Cortesía)

EFE

La Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos, en el extremo sur de Chile, es uno de los últimos lugares vírgenes del planeta y emerge ahora como polo de atracción de un turismo científico, con inquietud por descubrir la biodiversidad de este rincón subantártico.

«Este lugar es único, el punto más austral del mundo no impactado por la lluvia ácida ni por el exceso de nitrógeno en la tierra», explica a Efe Mary Kalin Arroyo, directora del Instituto de Ecología y Biodiversidad y Premio Nacional de Ciencias Naturales 2010, para remarcar la singularidad de esta Reserva.

Su prístino ecosistema es otro de los motivos que convierten este paraje «en uno de los mejores lugares para investigar las consecuencias del cambio climático», sostiene Kalin.

Ello se debe a que impera la necesidad de comparar los estudios realizados en entornos alterados por el hombre con ecosistemas vírgenes e intactos, explica.

Por eso, según esta investigadora de origen neozelandés, lugares como esta Reserva «son oro» científicamente hablando, «laboratorios naturales de importancia capital para los investigadores».

Además, la Reserva «tiene un potencial enorme para el turismo, no sólo por su geografía, sino porque la fauna y la flora tienen una alta proporción de especies endémicas», según Claudio Wernlin, exdirector de la Iniciativa Científica del Milenio.

Pese a su indudable potencial como laboratorio natural para investigaciones y el turismo de intereses especiales, la capacidad de la zona para generar riqueza científica, tecnológica, turística y etnográfica aún no es aprovechada del todo.

La investigación científica requiere, según Kalin, «mucha más infraestructura e instrumental», con una inversión que a su juicio debería ser «parecida a la que se ha hecho con los telescopios en el desierto de Atacama».

«Una inversión de estas características tendría mucho más impacto que la astronomía del norte, pues aquí hay mucho más que hacer que mirar por unos telescopios», remarca.

Una mejor conexión «por aire y carretera», además de «una mejor señal de internet», son elementos fundamentales para posicionar la Reserva como polo del turismo científico, según Francisco Ros, que preside la comisión de Medioambiente del Consejo Regional de Magallanes.

En su opinión, resulta «indispensable» también que esta apuesta se haga de «la mano de la conservación», por lo que el turismo debe tener «las mismas exigencias de supervisión y vigilancia que imperan en la Antártida».

Así también lo cree José Maripani, vicerrector de la Universidad de Magallanes, quien apuesta por el desarrollo de un turismo de intereses especiales, «no masivo como en otras partes, sino más bien de visitantes con intereses científicos o que quieran visitar lugares irrepetibles del mundo».

Una muestra del avance de la zona para convertirse en una de las capitales científicas del planeta fue la celebración, en Puerto Williams, en pleno corazón de la Reserva, del Congreso Internacional de Briología, rama de la botánica consagrada al estudio de musgos, hepáticas y antóceras.

Esta semana, más de un centenar de investigadores de todo el mundo se reunieron en Puerto Williams para «poner en común los hallazgos que se han hecho en este ámbito y explorar la región, muy rica en briófitas, tanto en diversidad como en abundancia», remarcó a Efe Bernard Goffinet, presidente de la Asociación Internacional de Briología.

El Parque Etno-botánico Omora, en la Isla Navarino, iniciativa liderada por Ricardo Rozzi, es otra evidencia de la relevancia del lugar como laboratorio natural que combina investigación, educación, conservación y turismo, en una experiencia, a su juicio, «casi religiosa».

Este proyecto contará en 2017 con el respaldo del Centro Cabo de Hornos, que permitirá desarrollar ciencia socioecológica, educación científicamente ética y conservación a través del ecoturismo que, como sostuvo la presidenta chilena, Michelle Bachelet, en el congreso de Briología, «permitirá fortalecer el trabajo científico chileno».

Estas iniciativas, según sus impulsores, impulsan a Chile hacia el más alto nivel científico del siglo XXI, en el que no solo se le reconocerá por mirar a las estrellas sino también por indagar los grandes misterios de la vida, muchos de los cuales siguen aún por desvelarse.




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