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“El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor” Francisco de Quevedo

“La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Marx (Nelson Acosta E./Notitarde) La tragedia la vivimos hasta 2012 y es de todos conocida, la farsa la estamos viviendo. La recuperación económica, política y social del país no es posible bajo el “madurismo” por causa del costo político que ello conlleva y la baja aceptación política del régimen que no tiene intelecto suficiente para producir bienestar a la sociedad; ahora, parodiando a Marcuse, en Venezuela, “la farsa es más terrorífica que la tragedia”. He ahí la crisis, una situación verdaderamente apocalíptica para el país, donde lo único que crece es la mala hierba del odio, la venganza, la pobreza y la retaliación, donde las instituciones fundamentales no son capaces de cumplir su misión de guardián de la constitución y de garantía de los derechos ciudadanos.

Si queremos redimirnos como nación y liberarnos como pueblo, es importante empezar por reconocer que la responsabilidad de nuestra tragedia nacional descansa sobre nuestros hombros y debemos aplazar nuestros egoísmos, ambiciones y protagonismos para asumir la noble tarea de demostrar que somos mayoría y comenzar el recuperar la democracia para la sociedad, por ello la férrea voluntad ciudadana, legítimamente representada por la sociedad, nos convocan, dentro del marco de la legalidad, aun cuando hay carencia de cultura democrática en el régimen, a luchar unidos contra el “madurismo vengativo y cobarde”.

Se ha repetido infinidad de veces que el país vive una grave crisis, pero, son muchos los que todavía no alcanzan a visualizar su profundidad y trascendencia, la crisis va mucho más allá de lo político y de lo económico, afecta profundamente a la sociedad misma, a la familia, al futuro del país, hemos llegado a una encrucijada y debemos estar conscientes que cuando el camino a seguir en esa encrucijada es la disidencia contra la anarquía populista del régimen que ha derivado en un clientelismo político que nos lleva al paroxismo de la mediocridad y la corrupción de la función pública, con un sinfin de acciones delictivas, como los asesinatos de más de 40 jóvenes con los que soñaba el futuro del país, acciones que profundizan la quiebra del país y la legalidad del sistema político imperante aun cuando nunca ha tenido bases sólidas, ni legítimas, el descalabro ético tiene consecuencias institucionales de mucha gravedad, a pesar de ello todavía quedan algunos tontos -cada día menos- que se alimentan de promesas, consignas, mentiras y necrófilos mitos y creen que así hacen feliz a un muerto.

La profundidad de la crisis exige sensatez, nunca en la historia de Venezuela se había presentado un contexto tan complejo, razón por la cual la ciudadanía debe estar atenta, alerta, presta a intervenir con los medios cívicos y constitucionales a su alcance para preservar las libertades públicas y los derechos ciudadanos sin miedo al terrorismo verbal del régimen.

Lo que en nuestro país se llama “revolución” no es una ideología, es una simbología asociada al culto de un difunto que en la medida que ese culto se debilita y se aproxima la muerte política de sus herederos, como está sucediendo, los pocos restos que todavía le siguen se preparan ya para su disipación definitiva, no es posible ante niveles tan bajos de delincuencia oficialista, demagogia, populismo, resentimiento y mentira sustentar un régimen en los estertores de su vida pública, parecen los muertos vivientes de las películas de terror, el vil heredero requiere desesperadamente que se le profese o se simule profesar una lealtad incondicional y como tiene justificadas dudas de todo su entorno el pavor que ello le causa me permite recordar a Sófocles: “Para quien tiene miedo, todo son ruidos” o a Julio César que dijo: “En el miedo extremo no hay piedad”.




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