Luis Alejandro Borrero | @LABC7

lborrero@el-carabobeno.com

El paro de transporte se cumplió el lunes en Carabobo. La gente, desesperada, pagó por un viaje lo que antes pagaba por dos. Los conductores, desahuciados, hicieron una presión que no se sintió tanto gracias a las camionetas pick ups y los taxis.

Oswaldo Herrera está indignado. Es transportista desde hace años. Cubría las rutas de La Viña, Prebo, Trigal norte y sur. Pero desde hace cuatro meses su autobús está parado por falta de cauchos. Ahora Oswaldo vende vasos de agua por 60 bolívares en la parada de la avenida Cedeño en Valencia. «Ojalá y este paro les dure todo el año», les dijo a quienes esperaban de brazos cruzados un autobús.

Su rabia parecía fundamentada. Segundos antes de vociferar su rabia llegó a la parada una camioneta azul vieja tipo pick up. La propuesta fue directa. «100 bolívares hasta Naguanagua», dijo el chofer del improvisado transporte. Todos corrieron a montarse en la camioneta, a pesar del óxido y las obvias fallas de seguridad. Terminaron 11 a bordo, algunos con un pie afuera, rumbo a Tarapío, al norte.

El vendedor de agua recuerda. Él recibe quejas por 45 bolívares cada viaje, lo que cuesta una ruta interurbana (que cruza de un municipio a otro). Pero la crisis apremia. Esta vez pasajeros gastaron más del doble por un solo viaje durante el paro de transporte. “Tú los ves luego, preguntan por qué tan caro si de la redoma de Guaparo para allá (norte) sigue siendo municipio Valencia”. La furia de Oswaldo es evidente, mientras sostiene un vaso de plástico grande y cuida por un termo amarillo puesto sobre una silla de plástico en la acera.

No es el único molesto. “¿No querían su socialismo?, ¿No querían a Chávez?”, dice uno de los talentosos de semáforos. Esos que hacen malabares, chistes o lo que se le parezca por unos billetes. Al hombre con lentes oscuros, short, camisa sucia y desteñida lo adorna un corte de cabello tipo afro. Esta vez no hay espectáculo: solo pide con un pote vacío y cortado por la mitad. “¡Tarapío, Naguanagua!” grita como si fuera un colector. Cree que así pueda conmover al chofer de la pick up y ganarse el dinero que no le dan en los semáforos. Todos aprovechan el paro, menos Oswaldo, que se queda mirando.

El rumor preocupa al chofer que vende agua. Dicen que en el mercado negro los cauchos costarán 320 mil bolívares dentro de poco, o lo que es igual a 21 salarios mínimos. Los únicos autobuses que se ven por la descongestionada avenida Cedeño son los del Gobierno: los chinos marca Yutong de TransCarabobo, el plan gubernamental de transporte. Pero incluso se puede ver hasta uno que va vacío.

En la acera de enfrente los taxistas esperan como carroñeros. Se cruzan de brazos y se recuestan de los carros mientras ven todo pasar. Uno detrás de otro ocupa la parada de autobuses, que no hay. Cobran tarifas que a muchos les parecen absurdas: mil 500 bolívares hasta Naguanagua. “¿Que si aumentamos por el paro?, no. Son mil 500 hasta Naguanagua y son mil 500 siempre”, dice uno. Los mototaxistas están descontentos. También esperan sentados en sus motos en la Cedeño por un viaje. “Nada, esto está muerto hoy”, dice otro.

Las colas no se paran

El hambre no se monta en autobús. Tampoco se para. Rafael Velásquez se levantó a las 4:00 a.m. para buscar comida. Pero llegó tarde al Farmatodo de Valencia: los números los repartieron los bachaqueros dos horas antes. Se fue hasta el Mercado Bios, donde luego de una hora y media compró un litro de aceite por 277 bolívares. No es suficiente para llenar la barriga de sus cuatro hijos. “Esto está horrible”.

Sigue la travesía. Central Madeirense es el nuevo objetivo. Nada. Rafael se llegó hasta su cuarto mercado del día, el San Diego de la avenida bolívar de Valencia. Allí vendían cuatro Harinas por persona. El hombre decidió quedarse a hacer la cola. “Me he movido a pie, en taxi y en los camiones 350. Se les llama “los piratas”, que hacen fiesta cuando los autobuses no están.

A Mari de Fontana le reina la incertidumbre. “Sé cómo me vine, pero no sé cómo me voy”. Su hijo aprovechó dejarla en la misma cola que hace Rafael mientras se fue a otro mercado. La señora poco lo aguanta. “Miren cómo nos tienen viviendo”, le dice a Gladys Sánchez, quien tomó el metro y caminó hasta el mercado. “Yo no pago a esos abusadores taxistas y piratas, que lo que hacen es aprovecharse de uno, ¡prefiero caminar!”.

Son más de las 12:30 p.m. En la redoma de Guaparo vuelve a aparecer el conductor de la pick up azul. Al bajar el vidrio y hacerle señas reacciona. Dice que lleva cinco viajes hasta ahora y se le ve que planea seguir. Se ríe y avanza luego del cambio del semáforo. Quienes lleva atrás como pasajeros no van tan felices. Seguramente Oswaldo, el chofer que vende agua desde hace cuatro meses, tampoco.




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