Fabio Solano || solanofabio@hotmail.com

Recordaba como si fuera hoy al abogado que acusaba al presidente y su mujer. Dijo que esa pareja vivía en la más grande riqueza, que tenían una fortuna no menor a mil millones de dólares, mientras que a cada trabajador le daban apenas 200 gramos de salchichón al día por la cartilla de racionamiento. El presidente dijo que no contestaría porque era el comandante supremo del ejército, y que sólo respondería ante la asamblea de trabajadores. Era el jefe, y los que pretendían juzgarlos apenas seres comunes. Después negó lo de la comida: Patrañas de las agencias de noticias extranjeras, imperialistas. Adrián era apenas un suboficial cuando se vio involucrado en aquel asunto, el cual lo marcaría para toda la vida. Pertenecía a la élite de los paracaidistas, y en medio de la confusión por la protesta popular, a él y nueve más le ordenaron subir a un helicóptero. Misión de grado cero. A disposición para combate.

Adrián supo que el gobierno andaba mal cuando se produjo lo de Timisoara. La gente que ya no aguantaba el hambre y la represión, asaltó la casa distrital del Partido Comunista Rumano. Quemaron todo, en especial los retratos y escritos del presidente. Nicolás Ceausescu ordenó que dispararan contra la multitud, y eso provocó más protestas que derivaron en motines, quemas de vehículos, saqueos. Y se extendió la revuelta. De inmediato el gobierno llevó a la fuerza a trabajadores de las fábricas a la plaza para un mitin. Ahí el presidente anunció un pequeño aumento del salario mínimo y las pensiones. Y se dedicó a decir lo de siempre. El imperialismo quería acabar con la independencia de Rumanía, que todos juntos tenían que luchar contra las agencias extranjeras que traían miseria y escasez. Era preferible morir en batalla, dijo con énfasis, ¡Oh sorpresa! No había pasado ocho minutos del discurso cuando comenzaron a oírse gritos: ¡Asesino! ¡Rata! Del balcón se retiraron las personas, dejando solo a Nicolás que hacía señas para que la gente se sentara. Fue la seguridad personal la que sacó a Ceausescu del sitio. Ya en su casa ordenó dos helicópteros para huir, pero un oficial piloto dijo que había órdenes de disparar contra lo que volara.

Al suboficial Adrian le contaron que antes de su captura, Ceausescu logró que un médico lo llevara unos kilómetros, pero se detuvo alegando que no funcionaban los limpiaparabrisas. Al final, el ejército lo capturó y en una tanqueta lo llevaron a la zona militar de Targoviste. Ahí estaba el tribunal militar, donde Adrián pudo presenciar el juicio. Dos horas duró aquello. En la sala estaban no mas de 20 personas contando a los miembros del tribunal militar, los defensores de oficio, los acusados y tres paracaidistas. Al ahora mayor de la reserva,el recuerdo de todo aquello le venía como una película. Luego de las discusiones, muy cargadas de contenido político, el oficial que presidía el tribunal se levantó para leer la sentencia. Los únicos que permanecieron sentados fueron Nicolás y Elena Ceausescu. Se condenaba a la pena capital al expresidente y su esposa por genocidio según el artículo 365, y por socavar el poder del Estado y destruir la economía nacional. Aclaró que aquello era una reunión pública y leyó la fecha: 25 de diciembre de 1989. El defensor se le acercó al expresidente y el se negó a ejercer el derecho a la defensa. Dijo a gritos que eran traidores y que todos iban a morir.

Adrián no tuvo mucho que ver con lo que siguió de inmediato, pues estaba más bien de apoyo por si algo se salía de cauce. Los otros paracaidistas ataron las manos de los acusados a sus espaldas en medio de la protesta de Elena. Adrian escoltó a Nicolás, quien lo miró con ojos llorosos. Los llevaron a una pared de un patio adyacente y ahí los paracaidistas los fusilaron. El hombre literalmente voló hacia atrás por los impactos y cayó de rodillas. La mujer recibió varios disparos, pero sobrevivió. Uno de los militares se acercó y le descerrajó un tiro a quemarropa. Durante mucho tiempo, Adrián tuvo pesadillas con los momentos de la ejecución, especialmente con Elena y sus movimientos macabros al resistirse a morir.




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