Fabio Solano || solanofabio@hotmail.com

“Ahí viene Henri. Vamos a echarle broma con Napoleón. Se pone furioso si alguien se mete con su Emperador”. El incitador, un joven capitán, hizo una seña a quien atravesaba la calle frente a la Plaza.

El hombre, rubio y de ojos azules, era uno de los muchos europeos que había recalado en Venezuela en 1820, para integrarse al Ejército Libertador. Ahora estaba en Valencia, y pasados ocho años tenía el grado de capitán.  Saludó y fue hasta el grupo. Casi siempre los oficiales que estaban francos, salían en las tardes, en busca de conversación y una buena botella de vino.

El capitán Ricardo Cortés lo miró con malicia: “¿Cómo está el amigo? Aquí hablábamos de todo y alguien mencionó a Napoleón. Teníamos una discusión sobre Waterloo, y la pérdida de esa gran batalla. El teniente Borjas dice que el problema fue que Napoleón no estuvo presente en el campo de batalla y no pudo valorar el momento crucial. Como usted sabe, el Emperador siempre dio la cara en cada confrontación, menos en Waterloo”. El francés, un poco colorado, levantó un dedo, y señaló: “Eso no es verdad. Cierto que el Emperador no estaba de cuerpo presente, pero dirigió todo desde la Belle Alliance, una posada cercana. Tenía problemas de salud que no le permitían montar. Pero estaba muy consciente de lo que sucedía”.

Ya lanzado por ese camino, el capitán Henri ni siquiera advirtió cuando comenzaron a caminar en busca de una mesa adonde acodarse. “Él sabía que no debían unirse los ingleses de Wellington con los prusianos de Blücher, pues los dos ejércitos duplicaban a los franceses que éramos unos 70  mil. Wellington estaba en lo alto, en el castillo Hougoumont,  con una granja en el otro extremo, y en el centro una elevación que protegía sus tropas. Aunque era buena posición defensiva,  Napoleón jugaba con él, lanzando una y otra vez la caballería, pero sin resultado definitivo. Digamos que había como un empate. El Emperador envió el mariscal Grouchy a perseguir a los prusianos, batidos a medias en anterior combate, en Ligny. Le dio 30 mil hombres para eso. El mal tiempo, por la lluvia de la noche anterior y el terreno empantanado, retrasó la batalla que comenzó a las 11 y 30 de la mañana. También impidió que la artillería fuera efectiva, pues las balas de cañón quedaban enterradas en el barro y no rebotaban”.

El disertador no pareció enterarse cuando el grupo llegó a un mesón donde comenzaron a escanciar vino. Tenía  la mente en Waterloo, donde había estado con apenas 20 años y era un soldado del nuevo ejército del corso, luego de su escape de la isla de Elba. Era increíble como lo vitoreaban los soldados cuando lo veían. Napoleón había acelerado todo, incluyendo el enfrentamiento en Bélgica, para evitar que ingleses, prusianos, holandeses se unieran por completo y evitaran su vuelta al poder. Por eso combatía apurado. Pero llegado el instante crucial, algo falló. Avanzada la batalla, cuando Wellington ya se estaba recuperando, Napoleón esperaba que Grouchy hubiera acabado con el ejército de Blücher. 

Henri volvió a hablar: “El problema real es que Grouchy jamás consiguió a los prusianos, pero además le faltó carácter: En un momento dado, él y todos sus hombres oyeron a sus espaldas un intenso cañoneo y, a pesar de las peticiones de su Estado Mayor, no quiso dirigirse al centro de la batalla, el cual estaba a un par de horas. Dijo que no desobedecería las órdenes de su superior, el Emperador, de perseguir a los prusianos. Al final de la tarde Napoleón vio una polvareda que venía en dirección al campo de batalla, y exclamó “Es Grouchy, Francia está salvada”. No era su general, sino Blücher que llegaba con sus hombres a decidir la batalla a favor de los aliados y sellar así el destino final del Emperador”.  

Fue ahí cuando el capitán Cortés, muy serio, señaló: “Entonces Grouchy no tenía don de mando. Esa fue la prueba, pues para ser un líder no basta con obedecer órdenes superiores, sino saber tomar decisiones propias, como corresponde a un verdadero jefe”.




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