Juan Carlos Caramés

@juanccarames

Nunca es tarde para darle
inteligencia a las emociones que gobiernan mi vida.

¿Sabías que todos estamos
programados para ser felices? Resulta que la felicidad es el estado natural del
ser humano. Fíjate en los niños. Son bendecidos con una alegría constante y un
perpetuo asombro por el mundo alrededor de ellos. ¿Qué ocurre cuando un bebé
tiene hambre o no se siente seguro? Comienza a llorar porque desea regresar lo
antes posible a su estado innato: la felicidad.

Nosotros no somos nada diferentes
a los niños. Cuando no nos sentimos bien, deseamos regresar lo antes posible a
un estado feliz. Como es lógico, los adultos no podemos empezar a gritar cada
vez que algo nos molesta. Y no podemos esperar a que alguien corra a solucionar
el problema. Ahí recae la diferencia principal entre un bebé y un adulto:
mientras que los bebés son incapaces de solucionar sus propios problemas, los
adultos no tenemos por qué sentirnos inútiles. Tenemos el control necesario
para alcanzar nuestra propia felicidad. No necesitamos depender de nadie ni de
nada para alcanzarla.

Ahí lo tienen: nuestro deseo de
llegar a ser felices proviene del hecho de que la felicidad es nuestro estado
natural. Algunas personas que lean esto no lo creerán. Y es porque ya han sido
infelices por tanto tiempo que piensan que así es como están destinados a ser.
Se han acostumbrado a ser infelices. Creen que ese es su estado natural, o peor
aun, que es el estado natural de todo mundo. ¡Que equivocados están!

El poder de los pensamientos positivos

La gente alegre no tiene que
esforzarse por serlo. Han aprendido a mantenerse alejados de la infelicidad.
Todo radica en su forma de ver la vida, ya que optan por enfocarse en lo
positivo y no en lo negativo. En la vida hay circunstancias y luego hay nuestras
reacciones a esas circunstancias. Quizás no podamos cambiar los sucesos de
nuestras vidas, pero si podemos cambiar nuestro punto de vista con respecto a
esos sucesos.

El Dalai Lama dijo una vez que el
camino hacia la felicidad verdadera llega cuando en esta vida aprendemos a
aceptar tanto las experiencias agradables como las desagradables. La mayoría de
nosotros tendrá algún día un choque en la carretera o una avería en el
automóvil cuando nos dirigimos hacia el trabajo o a un lugar importante. A
nadie le agradará, pero no por eso tiene que arruinarnos la felicidad. A ti te
toca decidir: Puedes enojarte y darle una patada al automóvil. Puedes gritarle
al otro conductor. Puedes empezar a preocuparte con: “¿Cómo voy a pagar el
arreglo?”. Puedes imaginar consecuencias exageradas: “Me van a despedir por
llegar tarde. No podré pagar la hipoteca. Voy a perder mi casa”. Y así
sucesivamente.

Eso es lo que hace la gente que
obstaculiza su felicidad. La gente feliz acepta que algo malo ha sucedido, pero
no deja que su tranquilidad y su estado de bienestar se arruinen. Si tienen un
accidente, lo primero que hacen es asegurarse de que todas las personas
implicadas se encuentren bien. Luego dicen: “El seguro se ocupará de todo.
Tendré que ir al trabajo en autobús o pedirle a alguien que me lleve mientras
me reparan el automóvil, pero ¡está bien! Gracias a Dios que nadie se lastimó”.
A esto se le llama inteligencia emocional.

Solo tú controlas tu punto de vista,
entonces ¿Por qué permitir que eventos externos te lleven a renunciar a ese
control propio?

Los beneficios de la felicidad

La gente feliz suele ser más
saludable que la infeliz. Por ejemplo, las investigaciones han demostrado que
la gente alegre, más positiva y más optimista tiene mejor salud física, tiene
mejor salud mental y disfruta de una vida más larga. En un estudio, investigadores
de la Facultad
de Medicina de la
Universidad de Kentucky le pidieron a un grupo de 180 monjas
(entre los veinte y treinta años) que escribieran una autobiografía. Sesenta
años más tarde, los investigadores examinaron las autobiografías y determinaron
que las monjas que habían escrito las autobiografías más positivas –las que
detallaban experiencias asociadas con la felicidad, la esperanza, el amor y los
logros- vivieron como promedio diez años más que las demás. Ya que las monjas
llevan una vida muy uniforme (practican la misma dieta, no fuman ni beben,
pertenecen a la misma clase económica y comparten el mismo pasado matrimonial y
reproductivo) los investigadores pudieron concluir que esos diez años
adicionales de vida no se debían a que una monja practicara un estilo de vida
más saludable que otra. Concluyeron que esos diez años se podían atribuir a la
actitud positiva de las monjas felices.

Las investigaciones también han
demostrado que la gente feliz tiene menos probabilidades de resfriarse que la
gente deprimida o malhumorada. En un estudio de la Universidad Carnegie
Mellon de Pittsbutgh, los científicos entrevistaron a 334 voluntarios sobre su
estado emocional. Luego administraron a cada participante una dosis del virus
del catarro. Cinco días más tarde, los científicos determinaron que todos los
participantes tenían la misma posibilidad de contagiarse, pero los voluntarios
positivos mostraban menos señales y síntomas de enfermedad. Los investigadores
concluyeron que las emociones positivas hicieron que estos voluntarios fuesen
más resistentes al catarro común y señalaron que eso indicaba que una actitud positiva
tiene mucho que ver con la efectividad de nuestro sistema inmunológico.

Cuanto más feliz, mejor

Las personas felices gozan de una
mejor calidad de vida que las que no lo son, viven mejor, disfrutan más, tienen
más amigos, hasta creo que tienen más oportunidades.

A la gente le gusta rodearse de
gente feliz. ¿A ti no? ¿No hay una persona en tu trabajo a quien te gusta
saludar porque siempre te responde con una sonrisa amistosa? ¿No hay un amigo a
quien todos invitan a las fiestas porque cuenta unas anécdotas fabulosas? ¿Qué
opina la gente de cada uno de ellos? “¡Qué alegre es!”

Las personas alegres tienen un círculo
de amigos más amplio. Las invitan a salir, conocen gente, todos se acuerdan de
ellas y  cuando están buscando a alguien
para llenar un puesto vacante en el trabajo, las llaman.

¿No te sientes mejor en la
oficina cuando estás cerca de una persona alegre, que al lado de una que
siempre se está quejando? El jefe opina lo mismo. Por eso, cuando un puesto más
alto queda vacante, ¿A quién crees que piensa ascender?

La gente feliz alegra a los
demás. Tiene un brillo que ilumina a quienes se le acercan.

Sonríe y ríe más

Haz una prueba. Cuando vayas hoy
al mercado y te acerques a la cajera, sonríele amistosamente y dale los buenos días
como si de verdad se lo desearas. No pronuncies palabras huecas. Dile con
entusiasmo: “¡Buenos días!” Estoy segura que el 90% de las veces se le
iluminará la cara. Quizá estuviera recostada sobre la caja, cansada y esperando
el fin de su turno para irse a casa. Ahora tu sonrisa le dará energía. Te
responderá con una sonrisa, no porque se sienta obligada, sino porque lo desea.

La verdad es que ni hace falta
que te devuelvan la sonrisa para que se te suba el ánimo. El simple hecho de sonreírte
a ti mismo, sin tomar en cuenta de quién esté a tu alrededor, te hará sentir
más feliz. Has visto a gente hacerlo: una sirvienta doblando una sábana y
sonriendo alegremente. Puede pensar: “Debe de estar enamorada”. Lo está, pero
no necesariamente de alguien. Está enamorada de la vida, sabe cómo alegrarse
con los placeres simples, sabe como disfrutar del aroma fresco que se desprende
de una sabana limpia. En vez de preocuparse por todo lo que le queda por hacer,
ya sea limpiar el suelo o cocinar, se queda absorta en el momento.




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