Foto: Cortesía

EFE

Lejos quedan los días del vestido
de carne, el formado por peluches de la rana René y otros vestuarios
imposibles. A un mes exacto de la salida del álbum que supondrá su retorno al
pop, Lady Gaga sorprende afianzándose en un camino contrario al que le dio fama
y desprendiéndose de todo disfraz.

Vestida con unos vaqueros cortos,
una camiseta sin mangas y el pelo suelto o recogido en una coleta se presenta
en el videoclip, Perfect Illusion,
una producción igualmente sencilla en su concepción narrativa y escenográfica
(una fiesta en el desierto) con la que ha puesto imágenes al cambio.

La artista estadounidense
corrobora así lo que presagiaban las imágenes que publicó hace unos días en
redes sociales, incluida la portada de «Joanne», su quinto disco
(cuarto en solitario), en la que posa de perfil sobre un fondo neutro y tocada
con un sombrero rosa de ala ancha como mayor atisbo de extravagancia.

Al respecto, algunas voces
críticas apuntan a su nariz perfectamente alineada y señalan que su pretendida
naturalidad es, en realidad, artificio quirúrgico, dando por bueno el rumor de
que la diva se sometió recientemente a una operación estética.

¿Qué queda entonces de la
autoproclamada «mother monster» (madre monstruo), de aquella
alienígena de «Born this way» que afirmaba que «Dios no comete
fallos», que hay que amar la imperfección y a uno mismo por encima de
todas las cosas?

Pues queda la música.
«ARTPOP» (2013) cerró de alguna manera una trilogía conceptual en la
que sus composiciones se fundían (y a veces se perdían) con una manera muy
particular de presentarse, en una progresión de excesos que al principio dio
sus frutos.

Las ventas de aquel álbum, sin
embargo, no respondieron en la misma medida al enorme esfuerzo promocional que
realizó su casa discográfica. Llegó incluso a prescindir de lanzar el videoclip
de uno de los mejores temas, Do What U
Want
. Se hablaba del desgaste de un fenómeno colosal, pero necesariamente
efímero.

A partir de entonces, Stefani
Joanne Angelina Germanotta pareció reformular las bases de su carrera. Solo un
año después de «ARTPOP» se desmarcó con un álbum completamente
diferente, «Cheek to cheek», un disco de clásicos del cancionero
estadounidense junto al veterano «crooner» Tony Bennett, que fue
distinguido con el Grammy al mejor álbum de pop vocal tradicional.

Habría resultado demasiado fuera
de lugar, incluso para ella, cantar Anything
goes
de Cole Porter ataviada con una lámpara en la cabeza.

Sus apariciones públicas fueron
simplificándose, casi al mismo tiempo que recibía ovaciones por actuaciones muy
espartanas en su concepción, no en el derroche de talento, como cuando
homenajeó a Julie Andrews en la ceremonia de 2015 de los Óscar o cuando este
mismo año interpretó el himno estadounidense en la Super Bowl.

Igualmente aplaudido (e incluso
premiado con un Globo de Oro) fue su salto al mundo de la interpretación de la
mano de Ryan Murphy y la serie «American Horror Story», con la
complicada misión de hacer olvidar la huella de Jessica Lange.

Si en algún momento tropezó (no
hay que olvidar que «ARTPOP» despachó más de 2 millones de copias en
todo el mundo), Lady Gaga había conseguido reasfaltar su camino de vuelta a Oz.
Solo necesitaba a los compañeros apropiados para el viaje.

Las mejores perspectivas de los
más nostálgicos se desataron cuando se supo que el nuevo álbum, que estará en
la calle el 21 de octubre, incluye un tema alumbrado junto al productor de sus
dos primeros discos, RedOne, responsable de exitazos mundiales como Poker Face, Bad Romance o Alejandro.

A falta de más datos, el
sueco-marroquí confirmó a Efe que habían creado «una canción de
Grammy».

Más inesperado aún fue conocer a otros dos de sus acompañantes, Mark
Ronson y Kevin Parker (de Tame Impala), una colaboración cuajada en Perfect Illusion, que, sonando muy Gaga
(de hecho, en algunos pasajes se reconocen sombras de otros cortes como Applause), se (¿tras?)viste ahora de rock. 




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