AFP

A la entrada de una barriada violenta de Caracas flota el
hedor del botadero de basura Las Mayas. Cerca, está la funeraria donde Baldomero Hidalgo realiza el trabajo que
otras salas de velación dejaron de hacer por miedo.

Baldomero prepara los funerales de los
«tiroteados», como se conoce a las víctimas, en su mayoría jóvenes,
que a menudo dejan las peleas entre bandas o enfrentamientos con la policía en
una de las capitales más inseguras del mundo.

A los 32 años, este hombre de ojos pequeños es uno de los pocos que en su oficio
todavía se ocupa de los «malandros».

Incluso debe amortajar algunos cuerpos y ayudarlos a velar
en sus viviendas porque los allegados también temen morir a tiros, por
represalia, en una funeraria.

De 30 cadáveres que
puede llegar a «preparar» en un mes, 24 son por arma de fuego.

«Si los tiros son en la cara hay que hacer lo mejor
posible, para reconstruirle. Pero hay tiroteados (por los) que no se puede
hacer nada», comenta. Entonces, son velados con el cofre completamente
cerrado.

La vivienda como lugar de velación es una alternativa ahora
que nadie quiere cargar con los asesinados.

Los asaltos y riñas
cada vez más frecuentes durante los velorios llevaron a que funerarias en
Caracas cerraran las puertas a los baleados, según José Morillo, presidente de
la Asociación Profesional de la Industria Funeraria.

Una situación que inquieta más a la luz de las cifras.

En 2015 hubo 17.778
homicidios, según la fiscalía
(58,1 por cada 100 mil habitantes), pero la
ONG Observatorio Venezolano de Violencia
(OVV) estima que en total 27.875 personas fueron ultimadas con armas
(90
por cada 100 mil).

La fiscalía excluye de su lista los casos que no son
tipificados como asesinatos y los de fallecidos en acciones policiales, que a
priori son investigados como resistencia a la autoridad.

En ambos casos, la cifra es varias veces mayor al promedio
mundial: 8,9 homicidios por cada 100 mil habitantes, según la Organización
Mundial de la Salud.

Solo en un fin de semana, a la morgue de Caracas pueden
ingresar hasta 40 asesinados, de acuerdo con el conteo que publica la prensa
cada lunes.

«La mayoría de funerarias grandes no aceptan un
tiroteado por el desorden (…) Aquí hay un difunto y quieren acabar con
todo», señala Baldomero, padre de un niño de un año y quien se inició en
el oficio como auxiliar de autopsia.

Con un largo expediente de violencia, Venezuela enfrenta
desde mediados de 2014 una crisis económica, por la caída del precio del
petróleo, que ha aumentado la sensación de inseguridad.

Los policías también son blanco frecuente de delincuentes,
que los matan para robarles las armas.

 

Homenajes

Sentado detrás del escritorio de la funeraria donde trabaja
hace 10 años, Baldomero habla con la AFP mientras un joven se pasea, nervioso,
por el pasillo con el semblante roto por la falta de sueño.

Su hermano, asegura, fue muerto a tiros la pasada noche y
está esperando que la morgue libere el cuerpo para velarlo.

Pero el problema, continúa Baldomero, va más allá.

Cuando el muerto es
un malandro de una barriada, sus amigos bloquean con motocicletas los accesos a
la funeraria, disparan al aire, beben licor, consumen droga
y «eso se
te va de las manos, porque la mayoría anda armada», afirma.

Si lo tratara de impedir, Baldomero cree que se ganaría
«un tiro gratis». Además en
estas situaciones la «policía brilla por su ausencia».

De su lado, el responsable de la industria funeraria
reconoce el riesgo que implica rechazar un cadáver.

«Hay grupos que no se quedan conformes y montan grandes
espectáculos de peleas», y generan inseguridad para todos los que están en
las salas, afirma Morillo.

Mientras las funerarias grandes tienen protocolos para
rechazar un cadáver, Baldomero no puede
rehusarse pese al riesgo.

Incluso en alguna
oportunidad fue encañonado y secuestrado por los dolientes de un par de jóvenes
baleados, uno de ellos hijo de un policía, mientras los llevaba al cementerio.

Debió conducir la carroza fúnebre hasta un cerro donde le
tenían preparado un homenaje a uno de los difuntos.

«Esos homenajes incluyen tiros al aire, piques
(carreras de motos), música. Se hacen porque muchos de los allegados no pueden
bajar» porque los matan, indica.

Baldomero debió
esperar por algunas horas para después descender con el muerto y llevarlo, por
fin, a la tumba
.

El trabajo funerario en Venezuela es «de alto
riesgo», apunta, antes de levantarse de la silla. En el segundo piso de la
funeraria lo espera un cadáver.




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