EFE

Desde niño hasta su último suspiro el maestro venezolano
Oswaldo Vigas dedicó toda una vida a crear un arte propio en el que reafirmó
sus raíces latinas y su admiración por la mujer con obras llenas de fuerza que
se podrán admirar a partir de este jueves en el Museo de Arte Moderno de
Bogotá.

La historia del maestro Vigas es digna de novela ya que su
padre murió a los 80 años, cuando él solo tenía ocho y tuvo que ser su madre,
una joven que apenas pasaba de los 20, la que se hizo cargo de él y sus
hermanos.

El futuro pintor y escultor cogió el lápiz con tan solo 13
años y ya no lo soltaría hasta el 22 de abril de 2014, fecha de su fallecimiento
en Caracas.

Una vida dedicada a la aventura del arte con pinturas,
grabados, esculturas, cerámicas y tapices ligados todos ellos a la expresión
abstracta, pero sin olvidar los componentes figurativos que nunca
desaparecieron en su carrera.

«Vivía el arte de una manera total», recuerda su
mujer Janine Vigas, natural de Toulouse (Francia).

La obra pictórica de Vigas, con esa composición en ocasiones
violenta y esos trazos gruesos en negro, refleja un carácter desbocado y una mentalidad
impulsiva y espontánea.

Tal era su pasión por la pintura que «usted comía con
él y estaba haciendo dibujos sobre una servilleta de mesa, sin pensarlo y luego
llegaba y guardaba todos sus dibujitos», relata.

Graduado en Medicina, Vigas se marchó a París durante más de
una década para sumergirse en las vanguardias europeas, aunque su estancia en
la capital francesa no hizo sino reafirmar su profundo sentimiento
latinoamericano.

Janine comenta que «Oswaldo se seguía sintiendo
extranjero» y por eso decidió volverse con ella a Caracas, donde ya
pasarían el resto de sus días en un taller de 200 metros cuadrados y en un
«apartamentito» justo encima de su laboratorio de fantasías.

«Era noctámbulo para pintar. Lo recuerdo levantándose a
las doce del mediodía porque se había acostado a las cuatro o cinco de la
mañana», evoca su hijo Lorenzo, hoy director de cine e impulsor de la
fundación que lleva el nombre de su padre.

La obra de Vigas se enmarca en distintas corrientes como el
constructivismo o el informalismo, pero hay un elemento clave que nunca
abandonó: la figura femenina.

Lorenzo cree que cuando el pintor partió del nido para
estudiar medicina y se separó de su familia, la añoranza de la figura materna
le marcó tan profundamente que fue a partir de ese momento cuando en sus
composiciones empezaron a aparecer mujeres.

El maestro venezolano creó un arquetipo femenino que reunió
a todos los reinos mineral, animal y vegetal, de ahí que surjan de sus
irrepetibles «brujas» todo tipo de brotes verdes y se presenten con
texturas que emanan de la tierra.

Su sentido de pertenencia era tan férreo que «separarse
de alguna de sus obras, era terrible, eran como sus hijos», dice Janine y
añade que «vender a veces era un drama», pero había que sobrevivir de
alguna forma.

De hecho, el artista «nunca fue a un museo para que le
expusieran» lo que casi provoca la pérdida de una obra universal hasta que
su hijo Lorenzo decidió, un año antes de su muerte, crear la Fundación Oswaldo
Vigas para relanzar el arte de su padre.

«Es muy significativo que en este momento de
aislamiento en el que está Venezuela desde el punto de vista económico y
cultural, un artista venezolano esté recorriendo el continente, es casi como
una revelación», afirma Lorenzo.

Tras su paso por Lima y Santiago de Chile, las 70 obras y
cinco esculturas de la «Antológica 1943-2013» estarán expuestas en el
Museo de Arte Moderno de Bogotá hasta el 23 de agosto para luego seguir su
recorrido por Latinoamérica.

La exposición continuará por Buenos Aires, Sao Paulo, Río de
Janeiro, Ciudad de Panamá, Ciudad de México y algunas urbes de Estados Unidos
para volver a Colombia en febrero de 2016 con una muestra en Medellín.




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