La Maison Rouge en París. (Foto Archivo)
AFP
La Maison Rouge de París ofrece una sorprendente inmersión en la escena artística de Buenos Aires con 65 artistas que muestran la vitalidad de la capital argentina pero también la fragilidad de un mundo que puede romperse y desaparecer.
"En Buenos Aires se siente la urgencia de actuar. Cada obra inspira un dinamismo loco porque no se sabe qué nos deparará el mañana", dice Paula Aisemberg, directora de la Maison Rouge, donde se abre la exposición este sábado.
En la entrada, la artista Graciela Hasper ha señalado en dos mapas de la ciudad "su taller" y "su psicólogo", resumiendo el estado de ánimo de una capital donde todos se curan e intentan reinventarse.
"Uno tiene la impresión de conocer la ciudad porque su arquitectura es europea, pero en realidad es otra cosa", avisa Paula Aisemberg.
A través de unas obras impactantes, la Maison Rouge quiere hacer descubrir esa realidad, marcada por las desapariciones bajo la dictadura (1976-1983), el derrumbe económico de 2001, pero también por una voluntad de seguir adelante.
"En el arte de Buenos Aires hay una sinceridad, una apertura, muy raras en el arte contemporáneo. Es franco y directo", explica Albertine de Galbert, comisaria de la exposición junto a Paula Aisemberg.
La escena artística de la capital argentina está en plena transformación y abren nuevas galerías.
"La movida cultural abandona el centro y se desplaza hacia el sur de la capital", dice el ministro de Cultura de Buenos Aires, Hernán Lombardi.
El movimiento es tal que algunos "argentinos eligen regresar al país", asegura Aisemberg citando los casos de Victoria Noorthoorn, directora del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (Mamba) y de Inés Katzenstein, responsable del departamento de arte de la Universidad Torcuato Di Tella.
Pero todo sigue siendo frágil y los artistas exploran esa fragilidad.
'Abrir las paredes'
El carácter engañoso de un mundo aparentemente intacto se desvela en la conmovedora puesta en escena, por Tomás Espina y Martín Cordiano, del interior de un piso donde uno descubre, al observarlo de cerca, que cada mueble y cada objeto ha sido roto y vuelto a pegar.
Marcela Astorga recupera los escombros de antiguas casas derribadas, que guardan restos de molduras, y les añade prótesis metálicas como si cuidara de alguien que perdió una pierna o un brazo.
Luciana Lamothe ha construido, por su parte, un magnífico andamio por el que se puede andar hasta el final de una tabla que, de repente, amenaza con dejarnos caer. "Lo que parece duro puede ser blando", explica.
En el sótano, a oscuras, Valeria Villar invita a caminar sobre máscaras de niños hechas de yeso. Es doloroso porque uno las pulveriza con un ruido sordo bajo las suelas. "Son muy hermosos y, sin embargo, se rompen", dice la artista.
En el cartel de la exposición, la artista Ana Gallardo arrastra con una bicicleta la "Casa Rodante" en la que puso sus pertenencias tras tener que dejar su piso en plena crisis.
Los artistas de Buenos Aires exportaron esa inestabilidad permanente a la Maison Rouge.
"Diego Bianchi ha pedido abrir las paredes del museo para trabajar detrás", dice Paula Aisemberg, al señalar las aperturas que el artista acaba de perforar.
"Me gusta volver accesibles unos espacios que no lo son", asegura Bianchi, mientras pasea por detrás de las paredes en el nuevo espacio del que acaba de apropiarse.
Más lejos, Jorge Macchi ha instalado en una esquina del techo un ventilador cuyas aspas rozan las paredes a ambos lados, emitiendo un sonido estridente y haciendo caer un fino polvo...
Antoine de Galbert, uno de los herederos del grupo Carrefour y creador de la Maison Rouge, una fundación dedicada al arte que recibe 100.000 personas cada año, parece estar contento de haber logrado desconcertar una vez más a los visitantes.
"Intentamos dar una idea sobre una ciudad al enseñar cosas que escapan de la globalización", afirma.