Pbro. Alfredo Fermín || @padrealfredof

(Lc 3, 10-18)

El tercer domingo de Adviento continúa presentando la figura de Juan Bautista; esta vez el relato se concentra en un intercambio de palabras entre él y la gente que se había acercado para bautizarse. Es interesante que el precursor, quien conecta el Antiguo con el Nuevo Testamento, sea una figura profética que prepara la venida de Cristo. Con Juan ya la figura de Dios comienza a moldearse en la mente del pueblo con una imagen diferente, pero todavía faltaba que el verdadero intérprete de la Escritura Sagrada, el Verbo Divino, nos hiciera ver el rostro misericordioso de Dios. 

La multitud le preguntaba al Bautista sobre lo que debían hacer. La propuesta de conversión (cambiar de rumbo en la vida para bien) iba a suscitar un impulso interior en aquellos que comenzaban a experimentar un nuevo tipo de vida alejada del pecado y de las tinieblas. Las respuestas que Juan daba son un destello preparatorio del Sermón de la Montaña, donde Jesús, después de las Bienaventuranzas, declara cómo tiene que comportarse un cristiano. 

Vale la pena recordar las indicaciones dadas: compartir el vestido y la comida; no cobrar más de lo debido; no extorsionar a nadie, ni denunciar con falsedad. Y a este punto, habiendo escuchado cómo tiene que comportarse un seguidor de Jesús, la gente se preguntaba si este fulano Juan no era el Cristo que debía venir. Les salió al paso ante esta expectación y les aclaró que él bautizaba con agua, pero que todavía debía venir aquel que es más poderoso, quien en realidad, bautizaría en el Espíritu Santo y fuego, figuras éstas que representan la purificación de todo aquello que está manchado y contaminado.

 Posibilidad de limpieza y pureza resaltan ante un mundo que se había dejado arropar por la oscuridad y al corrupción, aunque la situación parece repetirse a lo largo de los siglos. La acción de Dios permite reconducir la historia hacia un nuevo comienzo. 

Juan describe a Jesús como uno que no coquetea con la maldad y como una persona decidida a enfrentar la iniquidad, sea cual sea su manifestación, porque tiene las armas entre sus manos para limpiar y luego “recoger el trigo en su granero”, además de quemar la paja, es decir, lo que no hace falta, con un “fuego que no se apaga”. Así, con símbolos agrícolas, se describe la actuación de Dios en la tierra para cuando llegue el momento preciso de colocar el orden en todas las cosas. Esto, dice el evangelista, fue el anuncio al pueblo de la buena nueva. 




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