El homicidio que dividió a Colombia sigue en el misterio, 1948

Fabio Solano || solanofabio@hotmail.com

El hombre tenía sobre la mesa el expediente. Vanguardia Liberal, de Bucaramanga titulaba a todo dar: “Asesinado Gaitán por agente del gobierno, ayer”.  En Cali, El Diario del Pacífico abría con “Aplastada la Revolución Comunista”. Ambos fechados el 10 de abril de 1948. Habían pasado 40 años, y cuando se acercaba el aniversario sacaba el legajo para mirarlo. Hernando Rincón, de Investigación Criminal, solía presentarse cuando estaba activo. Pasados 40 años, del crimen no quedaba sino el recuerdo, y aquel expediente que lo seguiría hasta la muerte. 

Cuando Jorge Eliécer Gaitán fue asesinado en la Séptima con Jiménez de Bogotá, el joven detective estaba de franco y por eso no vivió el alzamiento de la Policía Nacional que se plegó a la violenta protesta bogotana. Al día siguiente fue designado para llevar el caso en medio del caos desatado por el conflicto entre liberales y conservadores. Como fuera, armó aquel expediente que con el tiempo pasó al olvido en un archivo oficial, y como nadie le diera importancia se lo llevó a su casa. Allí, en un viejo armario, estaban las claves para saber quién mató a Gaitán. 

Hernando volvió a leer el resumen: Jorge Eliécer Gaitán era el líder de una agitada izquierda liberal, y tenía como enemigos acérrimos a los conservadores. También las compañías bananeras se contaban en ese bando, al igual que algunos ricos colombianos que lo odiaban por interferir en sus negocios. Era parlamentario de fogoso lenguaje, populista que se aprestaba a ser candidato presidencial, con posibilidades de ganar. Por donde se mirara, tenía más de uno que lo quería fuera de juego. El 9 de abril de 1948, a la una de la tarde, salía de su oficina en el edificio Agustín Nieto, cuando fue baleado. La reacción popular fue terrible, muertos por miles, llevando la peor parte los liberales. Como asesino se señaló a un hombre llamado Juan Roa, supuestamente capturado en el sitio, a quien la policía intentó proteger en un droguería. La gente enardecida oyó bien claro cuando alguien gritó “ahí está el asesino” y lo lincharon. En resumen, ese era el inicio del expediente. 

Luego vino la investigación y hasta Scotland Yard envió agentes. Nunca supieron la verdad. El sí la sabía. De Juan Roa se aseguró que era un sicario. Falso. Se dijo que estaba un poco loco, y se creía la reencarnación de Santander: Podía ser, pero no daba para el perfil asesino. Que había sido lavado del cerebro y la CIA lo envió como un robot a disparar. Falso. Hasta se comentó que lo vieron hablando con Fidel Castro en un café cercano esa mañana (Fidel sí estaba en Bogotá como dirigente estudiantil, incluso se reunió con Gaitán, pero nada que ver con su muerte). 

En su legajo tenía la verdad: Juan Roa era un empleado de Celio Quintero, quien ese 9 de abril al mediodía lo envió a la Ferretería Vergara a comprar una lima. Cuando llegó a la Jiménez oyó las detonaciones, y como cualquier hijo de vecino, corrió a refugiarse en la droguería. Alguien gritó “al asesino”, y ahí quedó todo. Años después un exagente policial llamado Potes confesó, en artículo mortis, que había disparado contra Gaitán por una enorme suma de dinero. Se investigó al tal Potes y resultó que varios testigos lo vieron en  la Séptima ese día. Llamativo resultó que abandonó la policía, y de pronto apareció dueño de varias casas, cuyo alquiler le dio para vivir como un rico. Ya moribundo, llamó a un compadre (José García), y le dijo que no quería irse sin confesar que había dañado a Colombia con la muerte de Gaitán. Ningún cuerpo policial quiso investigar esa versión. En cambio él, Hernando Rincón, investigador criminal, sí lo hizo y concluyó que el agente de circulación Potes tuvo la oportunidad y el motivo. Lo malo es que 40 años después no tenía a quién contárselo. Así que la muerte de Gaitán se quedaría en lo más “conveniente”: En Juan Roa, un obrero que simplemente estaba en el sitio y la hora equivocada.




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