Domingo, 08 de septiembre de 2024

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Se acabaron las actividades lúdicas en la Venezuela socialista

AFP

En Venezuela el salario mínimo es de 15,051 bolívares y con
un subsidio del gobierno para casi todos los trabajadores se eleva a casi
18,600 bolívares. Pero sin importar cómo se gaste, difícilmente alcanza para
vivir
.

Bajo la rígida tasa de cambio oficial decretada por el
gobierno -de 10 bolívares por dólar- el salario mensual equivale teóricamente a
1,500 dólares. Pero esta tasa está reservada para la importación de bienes
básicos, como alimentos y medicinas esenciales.

Existe otra tasa flotante llamada Dicom, que se aplica a las
compras con tarjetas de crédito internacionales, por ejemplo. Esta alcanza a
452,08 bolívares por dólar.

Para los venezolanos comunes, que no pueden importar
alimentos ni tienen una tarjeta de crédito extranjera, la tasa de cambio que
encuentran en las calles es por lejos muy superior: 1,000 bolívares por dólar.

Esta costosa tasa de cambio es aplicada a casi todo lo
importado o lo que requiere ingredientes importados. Esto significa la mayoría
de los bienes en Venezuela, que ha dependido por mucho tiempo de su riqueza
petrolera para adquirir lo que necesita. Bajo esta tasa, el salario mínimo se reduce
a menos de 20 dólares al mes.

Incluso para los venezolanos que ganan más que eso, la
hiperinflación golpea sus bolívares, haciendo que las cosas sean
inimaginablemente caras.

Esto hace que la clase media, que está cayendo a la pobreza,
vea todos los bienes, salvo los alimentos, como un lujo. Comprar una
hamburguesa, ir al cine o una noche de hotel están simplemente fuera de su
alcance.

“Todo el mundo está bajando”, dice Michael Leal, gerente de
una óptica de 34 años de edad. “No podemos respirar”.

En Chacao un grupo de oficinistas hace fila frente a una
tienda de víveres para comprar el almuerzo más barato posible. A su alrededor,
los restaurantes están vacíos.

Vista por encima, Caracas se parece a cualquier otra ciudad
de América Latina, con rascacielos, autopistas de tráfico intenso y peatones
que caminan de prisa.

Pero una mirada un poco más atenta descubre un profundo
malestar económico
. Muchas tiendas, especialmente de productos electrónicos,
bajaron sus cortinas. “Esto es horrible ahora”, dice Marta González, de 69 años
y dueña de una tienda de productos de belleza.

“No hay compras, solo compran comida”, añade la mujer al
tiempo que atiende a un cliente que paga con tarjeta de débito un par de
afeitadoras desechables. Un cartel pegado en la caja registradora indica “No
aceptamos tarjetas de crédito”.

 En el mismo sector, un moderno y elegante centro comercial
con varios restaurantes con terraza, un espacioso Hard Rock Café y negocios de
cadenas internacionales como Zara, Swarovski o Armani Exchange luce desierto,
salvo por la presencia de sus empleados.

En contraste, cerca de 200 personas hacen fila pacientemente
para entrar a una farmacia
. No saben exactamente qué van a comprar, pero es la
rutina de estos tiempos, hacer fila para tratar de adquirir algún producto de
higiene personal de precio regulado, como por ejemplo la crema dental, antes de
que se agote, lo que ocurre usualmente en pocos minutos.

“Hacemos esto todas las semanas. No sabemos qué vamos a
poder comprar”, dice Kevin Jaimes, vendedor de autopartes de 21 años que espera
junto a su familia. “Lo difícil es cuando hay una cola gigante y todo está
agotado antes de llegar”, añade.

Cuando no se logra adquirir los productos de precio regulado
en los comercios, la única alternativa es acudir a los revendedores en el
mercado negro
, que los ofrecen 100 veces más caros.

Jaimes vive con su familia, integrada por siete personas, y
trata de arreglárselas con un salario de 35.000 bolívares mensuales, en
realidad unos 35 dólares.

Demasiado poco como para que pueda siquiera plantearse ir
una vez al cine del centro comercial.

Si consiguiese algún modo para entrar al cine, la cartelera
ofrece las mismas películas que se exhiben en Estados Unidos: “Capitán América:
civil war”, “El libro de la selva” y “Angry Birds, la película”.

Pero una ida al cine y un paquete de cotufas son lujos que
muy difícilmente pueden permitirse los venezolanos
por estos días.

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Se acabaron las actividades lúdicas en la Venezuela socialista

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