Luis Alejandro Borrero | @LABC7

lborrero@el-carabobeno.com

Hace cinco años que Sonia Gallegos no visita la tumba de su hermano. La advertencia fue muy clara. El Cementerio General del Sur, en Caracas, está tomado por el hampa. Cumplir la tradición que le inculcó su padre, de visitar los días 7 de cada mes el camposanto no se hace realidad desde entonces.

Sonia mandó a tallar un libro de mármol para adornar la tumba de Gallegos. Eso en vez de una placa. Hablaba sobre poner al servicio de la gente todo de sí mismo. Pero a la memoria del expresidente no le han pagado con la misma moneda. “La brujería es un negocio”. Sonia supo que a un familiar le profanaron la tumba porque delincuentes se enteraron que el muerto tenía dientes de oro. “El Gobierno puede reparar eso, pero ¿Cuánto tiempo va a durar?, si en ese cementerio todas las tumbas han sido violentadas”. Se saben de los casos más relevantes porque son personajes conocidos, pero hay muchos que quedan, además de impunes, olvidados.

El tráfico de restos humanos es algo constante. Sonia, hermana del expresidente Rómulo Gallegos, novelista, civilista e ilustre personalidad del siglo XX en Venezuela, cuenta que en el cementerio es regular desde hace unos años que se violenten las tumbas para sustraer los huesos y utilizarlos en rituales. “Lo que pasa es que ahora tenemos Facebook”, dice vía telefónica a El Carabobeño.

La profanación de la tumba de Rómulo Gallegos es culpa del Gobierno, opina su hermana. No había vigilancia necesaria. La ignorancia de la gente, que cree en brujerías y piensa que con robarse unos huesos puede cambiar el destino, también contribuyó, añade. Aún no se le ha confirmado si en efecto los huesos del expresidente fueron sustraídos. “Me llamó el ministro de cultura, limpiaron un poquito para abrir un poquito y ver si se habían llevado algo”. El Gobierno no puede hacerlo sin la autorización legal de Sonia.

Es algo común. La tumba de Isaías Medina Angarita, otro expresidente, también fue violentada, comenta Sonia. La de los padres de Rafael Caldera también. La de Antonio Guzmán Blanco tuvo la misma suerte. “A José Gregorio Hernández lo sacaron de allí y se lo llevaron a La Candelaria porque tenían miedo que esto pasara”.




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