EFE

 Cada vez más turistas
mochileros apuestan por un destino hasta ahora nada convencional: Ramala, donde
hostales locales ayudan a los animados viajeros a adentrarse en el ocio, la
gastronomía y la realidad política palestina.

«Welcome to Palestine!» (¡Bienvenidos a
Palestina!) resuena en las calles ante la presencia de un aturdido y fascinado
«ashnabi (extranjero, en árabe)» que se zambulle en los bramidos del
claxon, el vocerío de los vendedores callejeros y el fuerte aroma del café
local.

Mochila al hombro y curiosidad en ristre, suelen dirigirse a
uno de los dos modernos hostales que en dos últimos años han cambiado las
posibilidades de alojamiento en Ramala, antes monopolizada por una decena de
hoteles prohibitivos para viajeros de bajo presupuesto.

«Cada día, nuevos huéspedes son gratamente sorprendidos
por la realidad de Cisjordania y cuán diferente es de sus expectativas. Esperan
ver ciudades llenas de escombros con milicianos armados hasta los
dientes», revela a Efe Mike, copropietario europeo del albergue Área D,
nombre que añade una dimensión a las tres (A, B y C) en las que se divide
Palestina en virtud de los acuerdos de Oslo.

«Y cuando se encuentran con una baja criminalidad,
infraestructuras relativamente modernas y gente amigable viviendo bajo una
ocupación militar muy visible, tienden a cuestionar sus juicios previos y
algunos hasta sus creencias fundamentales», avivados por experiencias como
el cruce de controles militares israelíes o el avistamiento de asentamientos.

Víctor Vilchisteria, ingeniero de software mexicano de 28
años, se aloja en el denominado Hostal en Ramala, pionero en ofrecer desde 2013
una alternativa de alojamiento a bajo coste (diez euros la noche) para
satisfacer las necesidades de un mochilero que, en general, tiene un
presupuesto ajustado, ganas de explorar y está ávido de interacciones
«reales».

«Quería conocer mejor Cisjordania, hablar con la gente y
formarme una opinión por mi mismo de lo que sucede para tener una concepción
integral del conflicto. Creo que así se humaniza el problema», cuenta a
Efe en una de las múltiples zonas comunes del hostal, abarrotado de folletos
turísticos y políticos, y dedicatorias de visitantes de todo el mundo.

Según el dueño palestino del albergue, Chris Alami, el
perfil de Víctor coincide con el de la gran mayoría de turistas que llegan a
Cisjordania: jóvenes movidos por inquietudes culturales, lingüísticas o
políticas.

Sin embargo, cada vez es más frecuente la figura del viajero
que, tras pasar unos días en Israel y a pesar de las advertencias que recibe
allí sobre seguridad, decide conocer Palestina.

«Están en Jerusalén, Tel Aviv y ven que les sobran unos
días. Es fácil y barato ir a Ramala. Coges un autobús en Jerusalén por 8
shekels (menos de dos euros), cruzas un puesto de control -que te llevará entre
media hora y hora y media, dependiendo del tráfico- y aterrizas en una tierra
totalmente diferente», explica Alami. Y, después, muchos prolongan su
estancia.

«Desde el punto de vista del viajero, Ramala tiene
mucho potencial. Es divertido, es barato, seguro, proporcionamos actividades
como tours culturales y políticos y todo casi gratis», abunda Alami,
satisfecho de abrir camino y «ayudar a crear una comunidad hostelera (que
se expande hasta Nablus, Jericó o Belén) que beneficie el futuro del turismo en
Palestina».

Laura, de 21 años, participará en las clases de intercambio
de idiomas, cocina palestina y salidas nocturnas por los bares de Ramala guiada
por el personal del Área D antes de continuar con sus estudios universitarios
en Suiza.

«Quería ver ambos lados y después no me quise quedar en
Israel», afirma, confesando que ella misma se mostró reticente a dar el paso
hacia los territorios palestinos ocupados por creer que sería muy complicado
desplazarse por la zona.

«Pensé: Voy a tener que prestar mucha atención en cada
punto de control. Pero no. No es difícil, lo contrario. Viajar aquí no es un
problema. Lo recomiendo», anima, impresionada por la predisposición a
ayudar percibida entre los residentes locales.

El copropietario de Área D lo tiene claro: «A los
viajeros les encantan la gente, la comida, las vistas y la sorpresa de
encontrar algo inesperado, que es la parte más divertida del turismo
mochilero».

«Y diría que, lo que provoca mayor impacto, es la
simpatía de los palestinos, los puntos de control y comprobar que nadie, a
pesar de lo que escucharon en Israel, quiere hacerles daño», añade.

Los receptores de esta nueva ola turística, reacios en
ocasiones a estilismos o comportamientos de extranjeros ajenos a la cultura
local -conservadora y tradicional- suelen imponer la hospitalidad sobre todo
trato y en general agradecen la presencia de turistas que «gastan dinero y
ven la situación con sus propios ojos», afirma Alami.




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