Fabio Solano | solanofabio@hotmail.com

“Dominga Ortiz de Páez, me dirijo respetuosamente a las HH. Cámaras de la República en solicitud de que sirvan acordar un acto de justicia y aun de política que entre otros comprenda también á a mi esposo el general José Antonio Páez y le liberte de los horrores de cruel prisión a que hoy se tiene reducido…”. Doña Amalia, sentada en su saloncito de siempre, tenía en sus manos un papel que circulaba en Caracas, y que titulaban “Cuestión Páez”. Allí contaban que estaba encerrado en el Castillo de San Antonio en Cumaná. Lo tenían en un calabozo sin respiraderos, con grillos, y no lo dejaban salir a tomar aire ni sol.  Era increíble cómo aquella mujer campesina se había atrevido a enfrentarse al gobierno. La matrona comprendía perfectamente que una esposa intentara salvar a su marido de la cárcel. Pero una cosa es pedir una audiencia con un ministro, o con el Presidente, porque entendía que Dominga lo conocía de la época de la guerra, y otra es lanzar un escrito como aquel. Eso no debía hacerlo una mujer sola y menos en dictadura. Además, enviar eso al Congreso era inútil porque el Presidente lo controlaba. 

En eso estaba la dama, cuando al recinto entró su hijo Francisco, quien al ver el papel dijo: “Ah, estás leyendo lo de Páez. Eso lo sacaron en la imprenta de Corser, y ya es un poco viejo, del 6 de abril. Hay otro documento más nuevo. Es fuerte, y va directo contra Monagas. Yo realmente no entiendo a la esposa. Esa señora, que se ve que es de armas tomar, tenía como 27 años que no veía a Páez. El general la abandonó después de la guerra y se unió con Barbarita Nieves, una valenciana que lo convirtió en un caballero de salón. Y ahora, cuando Páez cometió el error de alzarse sin tener con qué, justo cuando ordenan su expulsión, o sea el exilio, aparece Dominga”.
–Ay hijo—dijo doña Amalia—como se ve que no entiendes a las mujeres. Dominga se vino a Caracas porque considera que es la esposa legítima de Páez. Yo la conozco desde hace mucho tiempo y es una mujer recta. Como esposa tiene la obligación de apoyar a su marido, y por eso exige que lo dejen ir al exterior ya. Ella estaba muy tranquila en Canaguá, donde tenía dos hatos y a sus hijos, pero el gobernador de Barinas la quería meter presa por ser la esposa de Páez. El general Laurencio Silva la sacó de allá para que se fuera a Valencia y luego a Caracas. 
El joven se quedó mirando a su madre y dijo: “Yo entiendo, pero el Presidente ya decretó la expulsión de Páez y sólo hay que esperar a que lo saquen del país. Esta mujer, exigiendo su salida ya, lo está poniendo en peligro. El centauro está viejo y de capa caída, y criticar al gobierno y al Congreso no lo ayuda. Dominga Ortiz en este papel habla de servilismo y de tiranía. Y además hay un párrafo donde llama a meditar a los venezolanos y menciona algo de salvar la democracia. Eso no va a mejorar la situación del general. El tiene un pasado que lo respalda: Héroe de la independencia, Presidente de Venezuela y si bien se equivocó ahora, no puede ser fusilado, ni nada parecido. Tarde o temprano el gobierno lo dejará ir, pero la intromisión de una mujer puede ser considerada inadmisible para los militares que mandan ahora”. 
Y mientras Francisco enarbolaba el volante como para respaldar sus palabras, al saloncito entró otro joven, hijo de Doña Amalia también: “Ya está. El gobierno autoriza la salida de Páez. Irá de la cárcel directo al puerto, donde estará el vapor “Libertador” y ahí va su esposa Dominga y sus hijos. Salen para la isla de Saint Thomas.  Parece que los escritos de ella, más el estado de salud del general, convencieron al gobierno para dejarlo ir. Además, me aseguran que tienen miedo que la llanera se convierta en un ejemplo para otras esposas de presos políticos. Así que para ellos lo mejor es que se vayan todos”.



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