A la pregunta de ¿cómo salir del chavismo? solo se consigue responder con lo obvio, a vuelo de pájaro, sin detalles y sin pretensiones de estratega: cualquier mapa de ruta tendría que contener una complejidad tan grande como numerosos son los intereses que apuestan a que los rojos se queden en Miraflores. Pero puestos a fantasear se podrían plantear tres grandes eventos que representan el guion más simple, casi de Perogrullo, para terminar con la dictadura: a) una insurrección popular generalizada, en todo el territorio y sin regreso, que provoca b) un alzamiento militar interno con un poder de fuego muy superior a las tropas y grupos leales al régimen, y eventualmente c) una invasión militar desde el exterior para consolidar las posiciones de los demócratas. Dos de estos acontecimientos o preferiblemente los tres juntos podrían obligar al chavismo a dejar el poder, o a negociar su salida con un mínimo de condiciones. Pero, y hay muchísimos peros en esta simpleza de golpes certeros y definitivos, no hay que engañarse: hoy, y mañana y en un futuro cercano –que puede ser de años- la ocurrencia de cualquiera de los tres eventos es muy poco probable.

No se vislumbra una insurrección popular porque la gente que más se opone al gobierno chavista, y por lo tanto la que tendría mayores razones para protestar, está en modo de supervivencia o de emigración. Quien tiene casi el 100% de sus energías vitales concentradas en llegar al día siguiente no tiene incentivos ni entusiasmo para salir a manifestar, además de que la confianza en el liderazgo opositor está al mismo nivel que la popularidad del régimen. La gente no cree que la dirigencia sea capaz de convertir la protesta en una palanca que debilite al régimen. Van muchos intentos y muchos fracasos. Muchas movilizaciones y muchos muertos, heridos y detenidos.

Las fuerzas armadas están bien sujetas -infiltradas por cubanos, rusos y quién sabe cuántos otros espías- y satisfechas con los negocios que controlan, cada quien a su nivel: el martillo a los ciudadanos en la alcabalita de la guardia nacional hasta los tratos millonarios de los altos oficiales. El discurso militar es chavista desde hace años, y las grietas en la milicia no se ven, o se ocultan con mucha eficiencia. Las contadas deserciones que han ocurrido no han pasado de ser episodios carentes de masa crítica y por lo tanto sin mayores consecuencias.

La invasión de una fuerza multinacional para desalojar a la dictadura luce aún más lejana. Aun aceptando que Venezuela es una amenaza a la seguridad de sus vecinos y que puede convertirse, si es que ya no lo es, en un peligro para todo el hemisferio, las intervenciones militares en países “soberanos” son excepciones que suceden más por la confluencia de planetas que por racionalidad o altruismo. En Ruanda hubo un millón de muertos en 3 meses de genocidio y nadie metió la mano ni trató de detener la masacre. Hoy, y cualquier otro día, hay alguna dictadura que está violando los derechos de miles o millones de ciudadanos y la comunidad internacional no va más allá de declaraciones, preocupaciones y si acaso sanciones. Las invasiones son complicadas, sangrientas y generalmente impopulares. El último recurso que casi nunca se ejerce.

El enfrentamiento político convencional, las sanciones, las denuncias, las protestas y los discursos han dado, en términos prácticos, escasos dividendos. Desde el 11 de abril de 2002 hasta la fecha se han asomado varias salidas, y algunas hasta le han doblado las rodillas a la dictadura. Pero el repertorio de contraataque del chavismo es muy amplio –los cañones y el dinero, antes que nada- y siempre ha tenido éxito en rescatarlo de las cuerdas. Abundan recetas y planes que se originan en otros sitios, otros tiempos y otros líderes, como si Venezuela fuera la Suráfrica de Mandela o la Polonia de Walesa Venezuela no es ninguno de esos sitios, ni los tiempos son de entonces ni los líderes de la oposición venezolana tienen –o han tenido- algún parecido con los personajes históricos que derrotaron imperios y totalitarismos; para empezar, porque no han ganado su pelea, la de su patio. No hay lecciones que sirvan de referencia. La salida tendrá que ser a la venezolana.

Al menos hasta hoy, un cambio de gobierno en Venezuela luce muy remoto. No se destacan estadistas dentro de la oposición con el suficiente peso, cultura política y sentido estratégico para enfrentarse con éxito a una organización de muchos tentáculos y muchos recursos. Quizás habrá que esperar por nuevas generaciones y nuevos líderes con una visión diferente del mundo.




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