«El consenso es un concepto medieval y religioso que resucitó el 9 de Termidor, como antídoto al miedo del Terror, para repartir el poder entre una nueva clase política” Antonio García Trejano

En política, consenso es un término que suele escucharse, el cual hace referencia a los pactos o acuerdos a los que llegan las distintas fuerzas políticas.

Anotaba el gran gurú de las ciencias políticas, el italiano Norberto Bobbio, «…El consenso es el único principio válido de legitimidad del poder y jurídico. A través de éste se recorre la instancia del ciudadano para conocer sus simpatías por los líderes que le representarán».

El consenso, de acuerdo a su etimología, es un sentir conjunto, un sentir común compartido. Es escuchar la voz de todos y tomar acuerdos en base a la inclusión de los involucrados.

Implica un proceso participativo en el que todos los interesados o las partes afectadas estén representados; los términos del compromiso están claramente definidos, y los participantes acuerdan mutuamente acerca de lo que debe emprenderse y los resultados.
Los entendidos en estos asuntos afirman que el consenso no anula una previa diferencia de escogencia, sino que resulta una prueba de que se logró un acuerdo al respecto; tanto es así que cuando todos se hayan puesto de acuerdo en un asunto particular, no hay nada que pueda cancelarlo. Si existe una diferencia de opinión entre los entendidos acerca de algún asunto importante, entonces no podemos decir que hay consenso.

Cuando se participa en un proceso de consenso, las partes involucradas se comprometen a un proceso que busca equilibrar las relaciones de poder, respetar la diversidad de criterios y elaborar una decisión que pueda ser apoyada por todos. Además, en un proceso de consenso formal no se vota. No es la mayoría la que decide, pero tampoco la minoría.

El proceso puede ser (aunque no siempre) tortuoso y lento, y el resultado no se puede garantizar. Consenso significa unidad, no unanimidad. Significa que la gente está dispuesta a mantenerse junta en solidaridad y con compromisos para lograr un objetivo común, a pesar de sus diferencias y sus desacuerdos.

Uno o dos incluso pueden «abstenerse», sabiendo que no participarán en la implementación de la decisión, pero tampoco evitarán que los otros sigan adelante. Pero en esto de lograr llegar a un consenso, la cosa, siguiendo con Bobbio (Diccionario de Política), no es tan fácil, puesto que tenemos un consenso denominado espontáneo y otro inducido.

Por tratarse de un instrumento cerrado sus resultados son materia de interpretaciones por la militancia del partido y la propia opinión pública, en donde se puede pensar que la escogencia no fue el fruto del consenso sino que se hizo a dedo y en medio de componendas orquestadas por los sectores dominantes.

El consenso espontáneo es aquél que no requiere referencias de tipo sociopolítico o económico. Mientras que el consenso inducido tiene otras características: la manipulación y violencia subrepticia, furtiva. La manipulación implica… «un tipo de influencia del comportamiento social que se manifiesta siempre de forma furtiva. Su finalidad es crear subrepticiamente una disposición difusa a aceptar positivamente o negativamente ciertos mensajes y órdenes…».

Ante la turbulencia y la desconfianza que pueda presentarse, se abre camino a la necesidad de un nuevo concepto de unidad política que, en consecuencia, no tienda ni a la aniquilación de los pares, ni a propiciar una ruptura que debilite o fracture la unidad requerida para ese propósito que se hace imprescindible lograr.

Y, fundamentalmente, que el consenso que se logre, tal como lo espera una ciudadanía ávida de concordia y sentido de dirección ante su ansiado porvenir, no sienta, ni siquiera perciba, aquello que en la República Romana se concibió como consensus en sentido político, que tan sólo lograba reunir a los poderosos frente a la plebe, que también aspiraba a participar de las prebendas de ese imperio, tal como lo describe Cicerón al referirse a Consensus ómnium bonorum como el bloque de los grandes ciudadanos que podían frenar las aspiraciones de los mali, humiliores y tenuiores.

Manuel Barreto Hernaiz




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