Recientemente participé en un programa de radio conDhameliz Díaz, quien me consultó sobre la sobrevivencia del periodismo, un oficio que se ha visto altamente afectado por los vertiginosos cambios tecnológicos de las últimas décadas y, las oportunidades que las plataformas digitales brindan a la gente común de consumir y generar mensajes.

Respondí que el periodismo va a sobrevivir mientras hagamos las cosas bien. Dependerá de la calidad de los contenidos que ofrezcamos a nuestras audiencias. Pero hacer las “cosas bien”, sobrepasa los formatos y aspectos técnicos, que, obviamente son indispensables, pero no deben privar sobre la competencia analítica y reflexiva del comunicador social, tan necesaria para competir con éxito frente a cloacas digitales que buscan crear zozobra, incertidumbre, miedo, estigmas y descrédito, en estos tiempos caracterizados por las informaciones falseadas. A esto le sumamos una cantidad importante de influencers, cuyos planteamientos dejan mucho que desear y evidencian que el talento sin formación es peligrosísimo, tanto como la pandemia.

Por eso mi primer punto está centrado en la formación continua del periodista. No basta con lo aprendido en las aulas universitarias. El compromiso adquirido con las comunidades y sociedad en general amerita que, quienes decidimos por este “apostolado” reforcemos constantemente conocimientos que nos permitan interpretar y analizar adecuadamente los fenómenos sociales sobre los cuales informamos.

En este sentido, el llamado es a atender las nuevas tendencias tecnológicas con lo último de las reflexiones teóricas, esas capaces de abrir mentes, interpelar,  deconstruir sentidos comunes y representaciones que tanto daño le han hecho a la humanidad y que el propio periodista -en algunos casos- ha establecido como verdades absolutas, en especial en situaciones relacionadas a raza, religión, género, identidad sexual y la cosmovisión propia de sectores populares, las cuales a veces no entendemos o sencillamente no queremos entender, porque está por encima la apreciación propia, sobre la de nuestros interlocutores.

Con lo antes expuesto abogo por un periodismo capaz de comprender la diversidad, la pluralidad. que impulse la tolerancia y denuncie sin tapujos las injusticias, independientemente de la ideología o el color político de quien la cometa.

En segundo lugar, el momento es propicio para hablar también de la vigencia del Colegio Nacional de Periodistas. Muchos jóvenes en las aulas de clase me preguntan ¿para qué sirve el CNP? ¿por qué debemos afiliarnos para ejercer? Respondo: Es un fenómeno mundial que personas de todas las profesiones se crean periodistas, todos quieren informar, entrevistar sin conocer técnicas, estilo y los principios éticos que rigen la carrera.

Si bien, es un mal de nunca acabar, el CNP se ha encargado históricamente de elevar su voz para visibilizar esta irregularidad y evitar que siga ocurriendo. Además, en contextos donde el Estado pretende imponer prácticas de censura y entorpece el ejercicio periodístico, el rol del gremio es apremiante. El CNP es la cara al momento de señalar a un régimen que ha impuesto un oscurantismo, no sólo en las universidades venezolanas, asfixiadas presupuestariamente e incapacitadas para generar conocimiento, sino también en la producción de información periodística.

Son pocas las instituciones públicas que ofrecen datos oficiales. En Venezuela no hay estadísticas confiables de absolutamente nada, lo que hace cuesta arriba algunas coberturas. A esto le sumamos lo que ya conocemos: criminalización de la opinión, la no renovación de concesiones, la desaparición de más de 100 versiones impresas de periódicos por falta de papel, censura estatal y la puesta en práctica de una hegemonía comunicacional que pretende imponer una sola visión de país.

En un escenario como este, en el que abundan denuncias contra periodistas, es el CNP la institución que ha batallado y expuesto estas injusticias, con lo cual cobra un protagonismo sin precedentes. ¿Falta por hacer? Si. Pero para eso se requiere de la voluntad de un gremio cohesionado, fuerte como un monolito. Este trabajo va más allá de la directiva y requiere la unión de voluntades. Recordemos que un pueblo desinformado debilita la democracia y favorece a quienes pretenden perpetuarse en el poder.

Así que los invito a colaborar con quienes dignamente nos representan y aprovechan esta fecha para reforzar los valores de nuestra profesión: la búsqueda incesante de la verdad y la lucha por la libertad de expresión, recordando que la democracia es el único sistema compatible con las libertades que permiten ejercer esta carrera a plenitud. Sin democracia, no hay periodismo. Sin periodismo reinan las tiranías.

En tercer lugar, también quiero hacer un exhorto por un periodismo, que, a pesar de la adversidad, nos permita llevar a las audiencias trabajos en los que ayudemos a las personas a mejorar sus vidas. En medio de las calamidades podamos dar ánimo a la gente, impulsar la solidaridad y así evitar el hundimiento social, como lo advierte el francés Pablo Servigne.

Este autor señala que la única manera de sobrevivir al presente siglo será la ayuda mutua y, quienes no cooperen, serán los primeros en morir. Sin embargo, representa una gran oportunidad para el periodismo poder dedicar espacios que nos permitan socializar con las audiencias contenidos que lleven a reflexionar sobre el mundo que anhelamos. Al fin y al cabo, estamos para favorecer a los más vulnerables, al ciudadano común, a las causas justas.

Recordemos siempre lo nocivo y peligroso de un matrimonio con los poderes establecidos, bien sean de orden político, económico o religioso. Este escenario sería la muerte del periodismo. La buena noticia es que aún quedan irreverentes de la pluma y de los micrófonos, para seguir revelando verdades e incomodando a quienes se han empeñado en desmejorar nuestra calidad de vida. Además, en las aulas se siguen formando periodistas sensibles, críticos y dispuestos a seguir batallando, lo cual representa una gran esperanza.

 




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